Anne Applebaum dedica Autocracia S.A. a los optimistas y, de entrada, parece irónico, porque el panorama que dibuja en su último ensayo es más bien desolador. El libro, que lleva por subtítulo Los dictadores que quieren gobernar el mundo, y que edita en España Debate con traducción de Rosa Pérez, expone cómo las autocracias de distintas partes del mundo colaboran para sostener sus regímenes autoritarios y para combatir todo lo que simboliza la democracia. La autora analiza esta inquietante realidad con rigor y multitud de ejemplos, antes de sugerir cómo responder ante esta amenaza mundial.
La autora no dice que haya una especie de gran conspiración de villanos de cómic reunidos en castillos oscuros confabulando para dañar las democracias, sino que demuestra la existencia de muy reales y efectivas redes económicas y de intereses compartidos de regímenes autoritarios que se prestan ayuda, hacen negocios y buscan desestabilizar el orden mundial fomentando la desinformación. Es decir, a pesar de lo que pueda parecer por el título, la autora no plantea ninguna teoría conspirativa ni elucubra. Applebaum, que ya alertó de los riesgos a los que se enfrentan las democracias occidentales con mucha solidez y llena de argumentos en El ocaso de la democracia, vuelve a apoyarse en este nuevo ensayo en hechos contrastados y en investigaciones sólidas. Además, tampoco rehuye las críticas a algunas instituciones de las sociedades occidentales que contribuyen por puro interés a esta red financiera con la que se apoyan entre sí las grandes autarquías del mundo.
La tesis central del libro es que países como Rusia, China o Irán no comparten en muchos casos ideología, pero sí intereses, apoyos financieros, comerciales y militares, redes de intoxicación y desinformación y, sobre todo, una ambición de perpetuarse en el poder. “Todos suponían que, en un mundo más abierto e interconectado, la democracia y las ideas liberales se extenderían a los estados autocráticos. Nadie imaginaba que, por el contrario, la autocracia y el iliberalismo lo harán al mundo democrático”, escribe.
La autora hace un repaso por el sistema de actuación de distintas autarquías, como Rusia, por supuesto, y la forma en la que pretende que su guerra de invasión en Ucrania establezca un nuevo orden mundial. El dinero, siempre el dinero, está detrás de esta alianza de autarquías. La autora establece como el gran antecedente de lo que estamos viviendo el acuerdo que en el verano de 1967 firmaron empresarios del gas y el acero de Austria y Alemania Occidental con ingenieros soviéticos que habían descubierto yacimientos de gas en Siberia occidental. En 1970 llegó el acuerdo para construir el primer gasoducto entre la Unión Soviética y la Europa Occidental. Alemania amplió esa política de comerciar con una autocracia, pese a la existencia de presos políticos o al apoyo de la URSS de grupos terroristas en países europeos como la propia Alemania.
Explica Applebaum que en los años 90 todo el mundo quiso creer en una lectura simplista de la tesis sobre el fin de la historia de Fukuyama, con la idea de que la democracia liberal tarde o temprano se impondría en todo el mundo. Se fió todo a las bondades de los intercambios comerciales. Clinton pensó de verdad que el desarrollo económico de China conduciría a una transición democrática y a un mayor respeto de los Derechos Humanos. Por supuesto, eso no pasó y no sólo no hubo contagio democrático en países autocráticos, sino que esas autarquías sacaron partido de la globalización y de la opacidad financiera mundial.
En el caso concreto de Putin, se explica que estuvo al frente de una red de corrupción ya cuando era teniente de alcalde de San Petersburgo en los 90, con la connivencia de empresas, abogados y políticos occidentales que posibilitaron sus tramas, se beneficiaron de ellas o las encubrieron. En 1998, por ejemplo, empezó a cotizar en la bolsa alemana la compañía inmobiliaria Saint Petersburg Holding Company, que tenía a Putin en su consejo asesor. Hubo una investigación por blanqueo de dinero, pero nunca se investigó a Putin. “Cuando Putin llegó a la presidencia, ya conocía bien el doble rasero de las democracias occidentales, que predicaban valores liberales en su país, pero no tenían reparos en ayudar a establecer regímenes iliberales en el resto del mundo”, leemos. Él empezó a gobernar con una apariencia de democracia que nunca fue tal.
El libro también detalla las compras de inmuebles en EEUU por parte de oligarcas rusos a través de empresas pantalla. Y se cuenta, por cierto, que al menos trece personas con vínculos privados o presuntos con la mafia rusa han sido propietarias o han hecho negocios en pisos de edificios de la marca Trump. Blanqueo de dinero. Paraísos fiscales. “La globalización de las finanzas, la gran abundancia de escondites y la benévola tolerancia que las democracias han mostrado hacia las prácticas corruptas extranjeras ofrecen hoy a los autócratas oportunidades que pocos podrían haber imaginado hace una o dos décadas”, afirma la autora.
El ensayo habla también de la cleptocracia del régimen chavista en Venezuela, que ha recibido ayuda financiera de China, Rusia, Cuba, Irán y Turquía, o de lo que sucede en Zimbabue, otro caso paradigmático de autocracia. Además de la economía, otro punto fuerte de la alianza de las autocracias en todo el mundo es su fomento de la desinformación y los bulos. En ese aspecto, manda China, con su gran cortafuegos de Internet que censura toda clase de contenidos y también con sus cientos de millones de cámaras de seguridad en los espacios públicos, que gracias a la inteligencia artificial y el software de reconocimiento facial que ya identifican a las personas que pasan por delante de las cámaras y las relacionan instantáneamente con otra información recogida de teléfonos, redes sociales y otras fuentes. Da mucho miedo.
El ensayo también menciona la extensa red de agencia de noticias y medios como HispanTV, RT (Russia Today), Xinhua, Yala News o African Initiative, que difunden ideas contra la democracia, noticias falsas e informaciones que buscan desestabilizar a los países democráticos. Es especialmente repugnantemente lo que hace African Initiative, que se dedica a difundir teorías conspirativas sobre la labor de salud pública de Occidente en África. Es decir, a difundir bulos sobre las vacunas, por ejemplo. La autora cita los vínculos de Puigdemont y el independentismo catalán con Rusia como ejemplo de cómo el régimen de Putin usa a propagandistas que buscan agravar las divisiones reales y radicalizar a la sociedad para debilitar la democracia.
En el epílogo, Applebaum plantea soluciones o, al menos, sugiere qué se puede hacer ante esta alianza de autocracias. Pide poner fin a la cleptocracia transnacional, es decir, entre otras cosas, que deje de ser legal que un oligarca ruso, angoleño o china pueda tener una casa en Londres, una finca en el Mediterráneo, una empresa en Delaware y un fondo de inversiones en Dakota del Sur sin verse nunca obligado a revelar su patrimonio a las autoridades fiscales de ninguna parte, gracias a intermediarios estadounidenses y europeos como abogados, banqueros, contables, agentes inmobiliarios o asesores de relaciones públicas.
También considera vital combatir las redes de desinformación y propaganda. “Nuestros antiguos modelos jamás reconocieron el hecho de que muchas personas desean que las desinformen. Les atraen las teorías conspirativas y no buscan necesariamente noticias de fuentes serias”, indica. Por eso, pide que las democracias se dediquen a destapar las campañas antes de que se produzcan. Esto implicaría más control de las plataformas como X Facebook o TikTok, algo que está totalmente en la línea contraria a donde se dirigen estas redes sociales, más aún ahora que Trump está de vuelta a la Casa Blanca.
La autora pide igualmente tener en cuenta los riesgos existenciales de una dependencia excesiva del comercio con Rusia, China y otras autocracias, y actuar en consecuencia. Por ejemplo, más del 80% de los minerales esenciales para producir vehículos eléctricos como el litio, el cobalto o el níquel se procesan en China. Por último, llama a la unión de los demócratas de todo el mundo y a que tomen conciencia de que sus democracias están en riesgo.
El libro es extraordinario. No invita demasiado al optimismo, pero es importante siempre conocer la realidad, por amenazante y peligrosa que sea. Por poner un pero, aunque la autora menciona varias veces que las democracias no son perfectas, quizá le falta incidir algo más en el hecho de que quienes gobiernan las democracias están demasiadas veces lejos de ser justos, respetuosos con los principios democráticos, coherentes en sus relaciones con otros países o impolutos defensores de las mejores prácticas de gobernanza. Con todo, tras leer este libro queda claro que sigue siendo verdad aquello que dijo Chrurchill de que “la democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás”.
Comentarios