La biblioteca de medianoche


Al empezar a leer La biblioteca de la medianoche me acordé de una escena preciosa de Cinco Lobitos, la encantadora película de Alauda Ruiz de Azúa sobre la familia y la maternidad. En ella, la madre de la protagonista, interpretada por Susi Sánchez, le dice a su hija, Laia Costa, que las vidas que no hemos vivido son todas perfectas, maravillosas, pero que en algún momento hay que vivir nuestra vida, porque es la única que tenemos. El cine y la literatura han jugado mucho con esa idea tan sugerente de qué habría sido de nuestra vida si hubiéramos tomado o dejado de tomar esta o aquella situación, cómo viviríamos si hubiéramos cogido ese tren o si hubiéramos elegido otros estudios, qué sería de nosotros si nos hubiéramos atrevido a llevar a cabo esa mudanza o si hubiéramos ido a esa cita. 

Es una idea poderosa y que atrae a cualquiera, porque todos recordamos en nuestra vida momentos que, sólo con el paso del tiempo, descubrimos que fueron cruciales. Porque los remordimientos, por más que sean inútiles porque no se puede volver atrás, son habituales, y porque es inevitable recordar y hacer memoria. Con eso juega, y muy bien, Matt Haig en esta novela, editada por aDN, del grupo Anaya, con traducción de Miguel Marqués Muñoz. 

La protagonista de la novela, Nora, sufre una grave depresión. Siente que su vida no tiene sentido, que sus sueños y esperanzas se desvanecieron, que no tiene a nadie cerca. Decide acabar con todo para dejar de sufrir, pero en lugar de morir, de pronto, se ve en un extraño lugar, la biblioteca de la medianoche del título, en la que se encuentra con la señora Elm, que fue la bibliotecaria de su escuela, alguien que la trató con dulzura y cariño. La biblioteca está, claro, llena de libros, sólo que no son novelas, poemarios ni cómics, sino libros que contienen todas las posibles vidas de Nora si hubiera tomado decisiones diferentes. También hay otro libro, muy grueso y pesado, llamado el libro de los remordimientos. 

La mecánica es sencilla: Nora puede pedirle a la señora Elm trasladarse a una vida en la que, por ejemplo, se hubiera animado a irse a vivir a Australia con su mejor amiga, o en la que hubiera seguido entrenándose para convertirse en una nadadora profesional que llegara a los Juegos Olímpicos o en la que no se hubiera marchado del grupo de música amateur que formaba junto a su hermano Joe. Basta con pedirlo para empezar a vivir esas otras vidas, en las que Nora espera encontrar la felicidad que no tiene en su vida raíz, así llamada en la novela, pero donde descubrirá pronto que algo falla siempre.

La novela, muy entretenida y original, exprime bien esta bella idea de una multitud de libros que contienen posibles vidas. El libro está también aderezado por constantes citas de filósofos, dado que a Nora le atrae la materia, como esta de Thoreau que, en cierta forma, resume bien la idea de fondo de la novela: “no es el objeto que uno mira lo importante, sino lo que ve en él”. Aunque un poco más de andar por casa, también hay otra frase bonita que le dice la señora Elm a Nora cuando muestra desconcierto ante la complejidad de la vida: no tienes que entender la vida. Tienes que vivirla. Nada más”.  

Por lo que he leído, Matt Haig sufrió una depresión cuando era joven y, desde entonces, todas sus obras abordan de una u otra forma la salud mental. En La biblioteca de la medianoche, gracias a esa imagen singular de una pasarela a otras vidas posibles, plantea un relato vitalista que llama a aceptar las contrariedades del día a día como una parte inevitable de toda existencia, pero también a buscar esos chispazos de alegría que nos ofrece la vida cotidiana y que, en ocasiones, empeñados en perseguir grandes planes de futuro, frustrados por los sinsabores diarios o nublados por las prisas del día a día, no sabemos ver aunque las tengamos delante. Es un libro bello que se lee muy bien, una lectura entretenida que hace sonreír e invita a mirar la vida con optimismo, algo siempre más fácil de decir que de hacer cuando vienen mal dadas. Pero para eso también están siempre los libros. 

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