Hay actores que combinan su talento interpretativo con una especial habilidad a la hora de elegir papeles, por su atrevimiento y su tendencia a evitar caminos trillados. El jovenvísimo Timothée Chalamet parece ser uno de ellos. Después de protagonizar la extraordinaria Call me by your name y de participar en la notable Lady Bird, se la juega con un personaje muy complejo y lleno de aristas en Beautiful Boy, de Felix Van Groeningen. La película, basada en la historia real del periodista David Sheff y la adicción a las drogas de su hijo Nic, es muy impactante y dramática, porque no hace concesiones. No cae en el morbo, pero tampoco edulcora ni lo más mínimo el desgarro y la impotencia de esta historia. Chalamet, que afortunadamente parece haber renunciado a ser un “actor de carpeta”, supera con nota el examen. Tiene especial mérito dado que comparte protagonismo con Steve Carell, que da vida a su padre en la ficción y deslumbra en uno de los mejores papeles de su carrera.
El filme tiene una estructura algo deslavazada y, por momentos, confusa. No aporta sustancialmente nada novedoso a otras películas sobre el drama de la drogradicción. El subtítulo que le han puesto en España (Siempre serás mi hijo) es casi imperdonable. Hay varios aspectos del guión que resultan discutibles. Pero la historia es demasiado poderosa como para quedarse con esas minucias. Es una historia brutal, que desgarra al espectador y lo remueve. Es una cinta con una intensidad emocional salvaje. La potencia de esta historia (real, además) y la excelencia interpretativa de su elenco compensan sobradamente las imperfecciones del filme. Es muy duro y hay momentos de auténtica angustia y desazón en el espectador. Se siente como propio el dolor de ese padre, que se desespera por no poder ayudar a su hijo drogodependiente. Y también se conecta con la impotencia y la rabia del joven, decidido de verdad a abandonar ese infierno, pero que recae en él una y otra vez.
No hay buenos ni malos en la película. Hay personas de carne y hueso. Y se agradece. Se empatiza con ambos. La relación entre ellos fue especial desde niños, tuvieron una conexión especial. Pero la droga lo destrozó todo. De pronto, ausencias repentinas, broncas, hurtos, discusiones. El padre no comprende cómo ha podido ocurrir y no sabe cómo gestionar esa situación. El hijo engaña y no puede dar marcha atrás, no se puede recuperar. Lo intenta, una y otra vez, pero no lo logra. El amor entre ambos no desaparece y hay pequeños destellos, momentos en los que parece que la pesadilla quedó atrás. Y entonces aparece ese hijo bonito del título, ese chaval encantador que disfruta de su vida familiar, por otra parte, en apariencia, perfecta. Pero las sombras regresan. El filme renuncia a dulcificar la situación. No da escapatoria al espectador. Un mazazo tras otro.
Hay escenas tiernas y emotivas, realmente conmovedoras, con la relación especial entre el padre y el hijo como hilo conductor de la película. Son dos horas de metraje que pasan rápido, porque sus logros superan con claridad a sus defectos. Y luego está el poema Let it enfold you, de Charles Bukowski, cuya presencia en la película prácticamente la justifica por sí solo. Es un poema extraordinario que retrata con precisión milimétrica el vacío que siente el personaje incapaz de salir de las drogas. La poesía, siempre la poesía, con su lírica precisión, con su excelencia a la hora de relatar la realidad y desbordarla.
"Odiaba las vacaciones, los niños, la historia, los periódicos, los museos, las abuelas, el matrimonio, las películas, las arañas, los hombres de la basura, el acento inglés, España, Francia, Italia, las nueces y el color naranja. El álgebra me enfurecía, la ópera me ponía enfermo, Charles Chaplin era un farsante y las flores eran para los mariquitas. La paz y la felicidad eran para mí síntomas de inferioridad".
Una última cosa: las películas terminan cuando acaba el último crédito final. En algunas ocasiones es especialmente sangrante abandonar el cine antes de ese momento y ésta es una de ellas.
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