"No hay malas hierbas ni hombres malos, tan sólo hay malos cultivadores". La frase de Víctor Hugo con la que comienza Mala hierba, la segunda película de Kheiron, es una declaración de intenciones de lo que veremos en la pantalla los siguientes 100 minutos. Es una película encantadora, que no se resiente del hecho de que la historia contada suene a vista ni tampoco que en ocasiones parezca querer abordar demasiados temas. El cine francés tiene, en efecto, numerosos ejemplos de películas con una trama similar a esta: grupos de adolescentes conflictivos o de barrios pobres de las afueras de París que comienzan con indiferencia y desdén una clase que les termina transformando, tanto como lo hacen ellos con el profesor que les logra motivar.
La novedad aquí es que el profesor no es tal, sino que se trata de un estafador (Kheiron), quien, tras una casualidad rocambolesca, se ve enfrente de un grupo de seis jóvenes en un curso de verano que es su última oportunidad para seguir integrados en el sistema educativo. "No olvides que un chaval que da problemas es un chaval que tiene problemas", le recuerdan al protagonista antes de impartir la clase. No tiene programa, ni demasiadas ganas de hacer ese trabajo. Pero no le queda más remedio. Y, como suele ocurrir en este tipo de películas, lo que comienza siendo algo que no le apetece a nadie, ni al adulto que se acerca a los chavales ni a ellos mismos, termina convirtiéndose una experiencia fascinante.
La película, en la que aparece la siempre impecable Catherine Deneuve, adopta un tono ágil y fresco que es su principal valor. La cinta emociona y cuenta historias personales duras, pero es su tono, con el humor como vía de escape, en ocasiones políticamente incorrecto, lo que la mantiene en pie y permite que alcance su alto nivel. El primer encuentro del protagonista con los chavales es inenarrable. Sin tapujos. Hablando claro, como diría aquel, sin medir las palabras, con habilidad y talento de esos que no se aprenden en los libros, sino en la calle, el protagonista consigue despertar el interés en los jóvenes. En un primer momento, éstos aparecen como chavales con problemas, sin más. Pero a medida que avanza el filme se conocen sus vulnerabilidades, sus problemas, lo que les preocupa, lo que les ha llevado allí.
En la línea del mejor cine social francés, y eso es mucho decir porque si en algo son expertos los cineastas de aquel país es en esta clase de películas, Mala hierba avanza hasta convertirse en un fresco de la sociedad francesa actual. Y quien dice francesa dice europea. O española, incluso. Francia tiene sus propias peculiaridades, pero en el fondo, los problemas que aparecen en pantalla son comunes a otros países e invitan a pensar, porque con demasiada frecuencia no vemos más allá de las apariencias y se etiqueta, se etiqueta mucho. Jóvenes con problemas, inmigrantes, etc. Cuando detrás de cada persona, claro, hay una historia que la condiciona. La película ayuda a conocer algunas de esas historias y transmite energía positiva y un mensaje potente, anunciado ya desde el comienzo con esa cita de Víctor Hugo. Es un canto al poder transformador de la educación, pero también a la bondad, a la empatía, al reconocimiento en el otro de un ser humano con sus problemas, igual que cualquiera de nosotros.
El mensaje de este filme es adecuado para cualquier momento, pero quizá este, en el que el odio al diferente cala con pasmosa y terrible facilidad en tantas personas, lo sea más que ningún otro. Una película no puede cambiar el mundo, pero quizá sirva de antídoto contra el racismo y la indiferencia ver las historias de estos jóvenes prácticamente desahuciados por la sociedad, en quienes sólo cree ya un buen hombre que trabaja por su cuenta y riesgo y prácticamente sin ayudas de ningún tipo. Al ver películas así uno piensa que ojalá la vida se pareciera más a ellas. Tal vez el hecho de que se sigan rodando historias de este tipo contribuyen a mejorar la sociedad, aunque sólo sea un poco. De momento, este filme, que se puede ver en Netflix, garantiza 100 minutos de una historia hermosa y muy bien contada con altas dosis de humor y trasfondo social, que es más de lo que ofrece la media de las películas que se estrenan hoy en día.
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