Quién nos iba a decir que un musical sobre un mundo de fantasía, con animales que hablan, una bruja verde, canciones pegadizas y paisajes multicolor sería el más preciso retrato de la era política actual. Y, sin embargo, ahí está Wicked, basada en un libro publicado en 1995 que revista la historia del mago de Oz y que adapta a su vez su versión teatral, estrenada en 2003. Ha pasado tiempo desde su nacimiento, pero los paralelismos con muchos de los males de nuestro tiempo son evidentes. Tras la primera parte, que ya tenía mucho de alegoría política, la segunda y última parte del filme, recientemente estrenada, abraza aún más ese tono. Da en el clavo y demuestra por enésima vez que, en ocasiones, el mejor modo de reflexionar sobre nuestro mundo es crear otros mundos de fantasía y mirarnos en su espejo.
Cuando escuchamos al mago de Oz (Jeff Goldblum) afirmar con descaro que podría decirle al pueblo que lo ha mentido, pero que les daría igual en realidad y seguirían creyendo en él, es imposible no recordar aquella vez que Trump dijo que podría disparar a personas en la Quinta Avenida en Nueva York y eso no le quitaría votos, porque la gente seguiría creyendo lo que quiere creer. Cuando vemos a los animales abandonar Oz porque han sido señalados como chivo expiatorio del discurso del miedo de las autoridades, recordamos la xenofobia imperante y las expulsiones de inmigrantes irregulares en Estados Unidos. Cuando se afirma en el filme que la verdad no tiene nada que ver con los hechos, sino con lo que la gente cree que es verdad, o lo que se le hace creer que es verdad, resulta inevitable pensar en nuestra era de bulos y manipulaciones en las redes sociales. Ahí estamos. Exactamente ahí.
La segunda parte de la película, dirigida también por Jon M. Chu, comienza con Elphaba (colosal Cynthia Erivo) ya convertida a ojos de las autoridades de Oz en la malvada bruja del Oeste, porque quiere contar al pueblo la verdad sobre las mentiras del mago. Comienza el filme con una sucesión de actos de propaganda y mentiras oficiales para poner a la población en su contra, al tiempo que se ensalzan las virtudes sólo aparentes de Glinda (sensacional Ariana Grande), a quien se le dice que debe sonreír y dar esperanza al pueblo. Es decir, todo fachada, todo mentira, entreteniendo a las gentes con su cuento de hadas con el príncipe apuesto que echa de menos a Elphaba, a quien vuelve a dar vida Jonathan Bailey.
La alegoría política gana peso en el desenlace de la historia. Se engaña y se manipula al pueblo de forma permanente, y las autoridades, con una malvada Michelle Yeoh controlando las comunicaciones, se convencen de que lo hacen por su bien. Entre brillibrilli, paisajes multicolor y canciones pegadizas, con este escenario tan apabullante como fondo, se muestra con nitidez el funcionamiento de los engaños del poder, el control de la información y la manipulación, ante la que el pueblo no sólo se muestra incapaz de actuar, sino, a menudo, con necesidad de ser engañado, con una mirada simplona de quien necesita que haya un malo malísimo al que culpar de todos los problemas, reales o supuestos, de la sociedad.
Mas allá de la alegoría política, que es la clave de Wicked, esta segunda parte se apoya también en la calidad de sus canciones, que aquí vuelven a acompañar a la historia a la perfección. También es muy bello que la gran historia del filme no sea tanto una historia de amor romántico, aunque algo de eso también haya, sino la amistad entre Elphaba y Glinda, enfrentadas por el sistema y por su diferente modo de afrontar el engaño oficial en el que vive Oz, pero que en todo momento anteponen el cariño entre ambas. La química entre las dos, que una vez más bordan sus papeles, es sin duda uno de los puntos fuertes de la película.
Además, si en la primera parte del filme las referencias a la película original del Mago de Oz eran muy sutiles, aquí sí son más recurrentes. Y se agradece. Asistimos a la construcción del célebre camino de baldosas amarillas, bajo la mano de obra esclava de los animales, por cierto. Y también sucede, en segundo plano, como de pasada, pero con mucho peso en la trama, la propia historia de ese filme original al que Wicked da la vuelta con maestría, originalidad y mucha gracia. Wicked: Parte II, en definitiva, aporta exactamente lo que se espera de ella, un desenlace brillante a una historia entretenida y con mucha más miga de la que podría esperarse a simple vista, una alegoría política atinada envuelta en un mundo de fantasía, con canciones fabulosas e interpretaciones hipnóticas. Todo está en su sitio en esta película, que adapta al cine un libro escrito hace décadas y llevado al teatro hace más de 20 años, pero que llega a las pantallas de cine en el momento justo para retratar con precisión esta era política de los engaños y las mentiras, quizá porque, en el fondo, los engaños y las mentiras son tan antiguas como el ser humano.

Comentarios