Maurice

En una  de esas búsquedas gozosas por el exquisito catálogo de Filmin en las que no sabes lo que buscas, pero sí que lo encontrarás, di con Maurice, la adaptación al cine de la novela homónima de E. M. Forster que estrenó en 1987 James Ivory. Había oído hablar mucho de ese libro, un hito en la literatura con personajes LGTBI, que el autor empezó a escribir en 1914 y que no se publicó hasta después de su muerte. Un libro valiente no sólo por el contenido, poco habitual en la época, sino sobre todo por su enfoque, por el tratamiento que le da a esa preciosa historia de autodescubrimiento, y por la decisión revolucionaria de darle un final feliz. 

Cuando leí La herencia, de Matthew López, que convierte a Forster en un personaje más y al que hace hablar de la importancia de los referentes en la literatura, se me dispararon las ganas de leer el libro. Y, de esta forma recovecada en la que a veces llegamos a los libros, he terminado viendo antes la notable película basada en la novela, que ahora sí que sí tengo que leer con urgencia. 

La película es maravillosa. Por su tono pausado, por la delicadeza con la que muestra los sentimientos de sus personajes, por las apasionadas interpretaciones de sus protagonistas, unos jovencísimos James Wilby, Hugh Grant y Rupert Graves. Formalmente, la película tiene el buen gusto y la belleza propias del cine de James Ivory. Y la historia de fondo, por supuesto, esa preciosa e inspiradora historia que ideó Forster cuando era rompedor y casi temerario siquiera imaginar historias así, luce esplendorosa en la pantalla.

La película comienza con una escena muy reveladora del ambiente opresivo y cerrado a cualquier orientación o identidad sexual no normativa. Un profesor explica a un niño pequeño, Maurice, que algún día encontrará esposa y procreará con ella, sirviéndose de unos dibujos explícitos en la arena de la playa. Después llega un salto temporal y vemos a Maurice en la universidad, donde conoce a Clive y queda deslumbrado. Es alegre, culto, irreverente, no va a misa, cuestiona la autoridad, tiene una sensibilidad diferente. Y lo ama. Y es amado por él. De repente, lo que no parecía posible, ni siquiera imaginable, lo que era todavía considerado un delito en la Gran Bretaña de la época, lo que no podía decir su nombre, ocurre, los atraviesa, los remueve.

El filme nos muestra la distinta forma de afrontar ese amor de ambos, Maurice y Clive, la tremenda presión ambiental de una época cerrada completamente a la diversidad y a lo no normativo, la evolución vital de los personajes, a quienes no se juzga en ningún momento. Uno quiere ser “normal”, tener una mujer, no correr el riesgo de ser enviado a prisión y de perder su posición social si alguien se entera de lo suyo. El otro, pese al miedo, quiere vivir, no esquivar lo que siente, buscar una vida plena al lado de la persona que ama. Es precioso el modo en el que avanza la historia, los personajes crecen y maduran, y se enfrentan de modos totalmente contrarios a lo que sienten. 

El final, espléndido, por el que fue un hito esta historia, redondea una película que puso rostro a los personajes de un libro que, desde su publicación cautivó a miles de lectores que al fin se sintieron representados sin ser juzgados. Cuando lea Maurice, en efecto, ya será muy difícil que no le ponga la cara de James Wilby y, sin duda, también recordaré La herencia, que precisamente habla de la importancia de los referentes, de cómo dialogan unas obras con otras, de lo que las generaciones jóvenes reciben de las anteriores, de cómo es clave vernos reflejados en la historia que más de un siglo atrás alguien imaginó y que, entonces, sólo era posible sin un final triste en las páginas de un libro.  

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