2025 va tocando a su fin y, un año más, a la hora de hacer balance de los últimos doce meses, cuesta mucho no caer en el pesimismo ante el panorama del mundo en el que vivimos. El nombre propio del año ha sido Donald Trump, quien centró su campaña electoral en el lema “America First”, pero cuyo mandado está empobreciendo al estadounidense medio, ha generalizado el pavor a ser expulsados del país entre las personas inmigrantes que hicieron de verdad grande Estados Unidos y ha terminado optando por un salvaje intervencionismo a nivel mundial.
Con Trump de nuevo en la Casa Blanca, vivimos una distopía hecha realidad, un momento histórico crítico en el que el mundo basado en reglas que conocíamos, con todas sus imperfecciones, se está desmoronando y regresa la ley del más fuerte de la mano de líderes autoritarios con escaso aprecio por la democracia. Todo ello, en medio de un auge de ideas extremistas y de los más bajos instintos, como el execrable racismo que crece sin freno.
Sin ánimo de que esto sea una lista exhaustiva, este 2025 Trump ha tratado como delincuentes a trabajadores inmigrantes en Estados Unidos, ha enviado a cárceles que más parecen centros de tortura en El Salvador a inocentes, ha amenazado a medio mundo con una demencial guerra comercial en la que terminó teniendo que dar marcha atrás en buena medida, ha humillado a Zelenski en la Casa Blanca mientras rendía pleitesía a Putin, ha propiciado un supuesto acuerdo de paz en Gaza que en realidad Israel pisotea a diario con su connivencia, ha bombardeado barcos de forma indiscriminada en el mar del Caribe en una supuesta guerra contra el narcotráfico sin el menor respaldo judicial, ha certificado el negacionismo climático de la primera economía del mundo, ha intervenido de forma descarada en las elecciones de otros países como la de Argentina, donde acudió al rescate del país a condición de que el extremista Javier Milei ganara en la cita con las urnas, ha amenazado a Venezuela con una invasión terrestre, ha coqueteado con la idea de invadir Groenlandia, se ha quejado amargamente por no haber recibido el Nobel de la Paz, ha hecho negocios desde el despacho oval, ha fantaseado con la construcción de un proyecto hotelero de lujo sobre las ruinas de la franja de Gaza, ha intervenido en operaciones empresariales por intereses particulares, ha amenazado constantemente a periodistas y medios de comunicación, ha impuesto al resto de países de la OTAN elevar hasta el 3% sobre el PIB su gasto en defensa, ha explicitado su desprecio por la Unión Europea y su apoyo a los partidos de extrema derecha… Este ha sido el 2025 de Trump y, con él como presidente de Estados Unidos, el del resto del mundo. Pura distopía.
Desgraciadamente, también ha sido un año de terrorismo y de violencia política, con asesinatos viles como el del activista estadounidense de extrema derecha Charlie Kirk o el repugnante atentado antisemita en Australia. Inaceptables crímenes sin paliativos.
En España, en lo que respecta a la política, vivimos con una sensación de desmoronamiento y de fin de ciclo. La polarización sigue campando a sus anchas y sirve como excusa para quienes quieren tapar los inquietantes escándalos de corrupción que cercan al gobierno, desde la izquierda, y, desde la derecha, para justificar acuerdos con una extrema derecha echada al monte que jalea discursos de odio a diario, porque todo vale para acabar con el gobierno. En medio, una ciudadanía asqueada por lo que ve.
Pedro Sánchez decidió este año que él es la única persona sobre la faz de la tierra que puede dirigir un gobierno progresista en España. Es decir, decidió aferrarse al cargo pase lo que pase, aunque sus más estrechos colaboradores (Ábalos, Cerdán…) hayan entrado en prisión por sospechas serias de casos de corrupción, con audios que dejan poco espacio para la imaginación. También le da igual haber perdido el apoyo del Congreso, con la ruptura de Junts, y los avisos de otros socios como Sumar, ERC o el PNV. Por alguna razón, el presidente del gobierno considera que la nauseabunda cantidad de casos de corrupción que lo rodean no van con él, igual que no ha tenido a bien actuar con contundencia de verdad ante las denuncias de acoso sexual contra distintos dirigentes socialistas, algo que va en contra de la seña de identidad del partido, que se define como feminista.
Este año también hemos asistido a la primera condena de la historia contra un Fiscal General del Estado, en ese caso, por haber filtrado (él o alguien de su entorno con su conocimiento, según la conjetura de la sentencia) información sobre la pareja de Isabel Díaz Ayuso, cuyo abogado reconoció en un correo electrónico que había cometido delitos fiscales. La sentencia, con dos votos discrepantes, generó mucha polémica, entre quienes consideran más que probado el delito del fiscal, y hasta pretenden que eso anule el delito confeso de González Amador, y quienes creen que es un ejemplo de lawfare. De nuevo, como siempre en la vida, todo es compatible: está mal cometer delitos fiscales y está mal revelar datos privados de ciudadanos. Está mal que haya gente en cargos poderosos en campaña para hundir al gobierno cueste lo que cueste y está mal que el gobierno utilice como escudo ante cualquier sospecha de corrupción que todo, todo, todo es por culpa de la malvada ultraderecha que va a por ellos.
Los escándalos que cercan al gobierno central parecen de suficiente entidad como para que se actúe más allá de repetir el mantra de que tienen tolerancia cero contra la corrupción, pero sin asumir responsabilidades políticas reales. Que la oposición actúe de modo irresponsable y que Vox, cada vez más radicalizado en sus repugnantes discursos de odio, sea un peligro obvio para la convivencia y para la democracia no puede dar carta blanca al gobierno para deteriorar las instituciones y evitar dar explicaciones y asumir responsabilidades. Y, a su vez, naturalmente, los inquietantes escándalos que afectan al gobierno no pueden justificar jalear discursos racistas o teorías conspirativas.
En un año en el que se han conmemorado los 50 años de la muerte del dictador Franco, ha sido descorazonador ver encuestas en las que una parte de los jóvenes afirmaba que una dictadura podría ser el mejor escenario político en determinadas circunstancias. Algo hemos hecho mal como sociedad. También ha sido un año en el que el rey Juan Carlos ha publicado sus memorias, en las que reivindica su papel en la transición española y, de paso, se queja de la frialdad de su hijo, el rey Felipe, con él. Parece que sigue sin entender del todo por qué ya no goza de la inmunidad acostumbrada en la opinión pública.
Más allá del politiqueo o de los lamentos del exjefe del Estado, para una gran parte de los españoles el gran problema sigue siendo el acceso a la vivienda. Los precios de alquiler y compra siguen disparados y, aunque las distintas administraciones parecen tomar tímidamente algunas medidas, es obvio que no se ha hecho lo suficiente ni de lejos. Aquí, de nuevo, más allá de los intereses económicos, nos penaliza la maldita polarización. Da la sensación de que, desde la izquierda, todo lo que suene a construir más es descartado de raíz, aunque muchos expertos afirmen que faltan viviendas, mientras que desde la derecha se recela de cualquier medida de control o cierta intervención del mercado, aunque haya ejemplos internacionales exitosos que se podrían seguir. Y, mientras tanto, trabajadores compartiendo piso, jóvenes viviendo en zulos o retrasando sine die su emancipación, familias compartiendo cuchitriles…
2025 ha sido también un año de protestas ciudadanas contra el genocidio israelí en Gaza, con España como epicentro mundial de estas manifestaciones. La presencia del equipo Israel-Premier Tech en la Vuelta Ciclista a España provocó muchas protestas ciudadanas, que obligaron a interrumpir varias etapas, incluida la jornada final en Madrid. Además, la televisión pública española, junto a otras seis homólogas europeas, se han negado a participar en Eurovision el próximo año por la presencia de Israel en el certamen. Ambos casos invitan a la reflexión y al debate, entre otras cosas, porque parece flagrante la diferencia de trato con Israel, que sigue en las competiciones deportivas y en certámenes como Eurovisión, y Rusia, que fue expulsada de todos tras la invasión de Ucrania. ¿Cuál es exactamente la diferencia entre una guerra y otra, más allá de que Israel ha causado muchas más víctimas mortales?
En España también vivimos un apagón total que duró horas y que, más allá del previsible politiqueo, nos ofreció muchos ejemplos de civismo, nos recordó qué es lo importante de verdad en la vida y quiénes son nuestra gente, en la que todos pensamos al secundo, y también nos hizo ver lo frágiles que somos. La duda, como siempre, es si el ruido ha impedido hacer un análisis serio sobre lo que oaso
La petición de paz fue uno de los mensajes que defendió hasta el final de sus días el papa Francisco, fallecido en abril, justo después de la Semana Santa. Un papa más renovador en los mensajes y en los gestos que en las doctrinas, pero que compartió ideas pocas veces escuchados en El Vaticano que escocieron a la gente que tenía que escocer. Tras las exequias se produjo el cónclave en el que salió elegido como nuevo pontífice el estadounidense Robert Francis Prevost, que eligió como nombre León XIV, y que en sus primeros meses en el papado ha marcado un perfil mucho más bajo, menos mediático, que el de su antecesor.
2025 también ha sido el año de las protestas de la generación Z en muchos países del mundo, como Marruecos, Perú, Nepal, Madagascar o Tanzania. Aunque cada país tiene sus peculiaridades, las protestas muestran algo muy extendido en todo el mundo, el descontento de los jóvenes por la falta de expectativas de futuro.
Por supuesto, este año se ha vuelto a hablar mucho de la inteligencia artificial, por la posible burbuja de las empresas relacionadas con ella en Bolsa, pero también por esa dualidad entre las indudables ventajas y los indudables riesgos que acarrea. Este año se han conocido avances médicos gracias a la IA, pero también casos de adolescentes que se suicidaron después de preguntar a ChatGPT cómo hacerlo. Una vez más, parece obvio que se necesita un equilibro y una ponderación, pero cuesta, como en todo en este mundo polarizado, encontrar un punto intermedio entre la gente deslumbrada con la IA y que la usa para todo, sin miedo a ir volviéndose más y más tontos, y los luditas que se niegan siquiera a oír hablar de ella.
Si un país europeo ha vivido en estado de shock buena parte de 2025 ése ha sido, sin duda, Francia. El bochorno robo de joyas en el Louvre, que pone de manifiesto el insuficiente cuidado y la mejorable seguridad del museo más visitado del mundo, fue usado por muchos como una metáfora de la frágil situación política en la que se encuentra el país. A principios de septiembre, François Bayrou perdió la moción de confianza de la Asamblea nacional, así que dejó de ser primer ministro. Macron eligió como su sucesor a Sébastien Lecornu, quien dimitió justo el día que iba a nombrar a nuevos ministros, y que, tras unos días esperpénticos de reuniones y rumores, volvió a ser nombrado candidato al cargo por Macron.
Con mucha debilidad, Lecornu fue elegido y ahí sigue, siempre en el alambre, mientras el partido de extrema derecha encabezado por Marine Le Pen encabeza todas las encuestas, aunque ella esté inhabilitada para presentarse a las presidenciales, porque Jordan Bardella tiene incluso más aceptación social que ella. Y todo ello en un contexto en el que el llamado frente republicano, esa unión tácita de todos los partidos para evitar un triunfo de la extrema derecha en la segunda vuelta electoral, se deshace en mil pedazos. Como muestra de ello, Nicolas Sarkozy, expresidente francés que llegó a entrar unos días a la cárcel este año por un caso de financiación irregular, ha declarado que el partido de Le Pen no es un peligro para Francia y que no lo vetaría en unas elecciones.
En medio de este panorama de polarización, bulos, guerras, corrupción y extremismos, el deporte y la cultura siguen dando alegrías. Del primero se pueden destacar la victoria de la selección femenina de fútbol en la Nations League y los triunfos del tenista Carlos Alcaraz, en especial, su sensacional victoria en Roland Garros tras la final más larga de la historia del torneo parisino ante su archienemigo Jannik Sinner, con quien forma una rivalidad que va camino de emular la de otros grandes duelos de gigantes como los de Nadal y Federer.
Y la cultura, claro, siempre la cultura al rescate. Por eso, a partir del día 26, despediré el año en el blog del mejor modo posible, recordando los mejores libros, series, películas, conciertos, obras de teatro y danza y exposiciones que he disfrutado este 2025. Porque en medio de este mundo distópico la cultura se vuelve más imprescindible que nunca. De momento, en este artículo incluyo dos de las alegrías que nos ha dado el mundo de la cultura este año: el premio del jurado del Festival de Cannes, la candidatura a los Globos de Oro y las cinco posibles nominaciones al Oscar de Sirat, de Oliver Laxe, que certifica el buen momento del cine español, y un dato esperanzador que confirma que en España se leen, o al menos se venden, más libros, la facturación del sector cultural ha crecido un 6,3%. Falta, desde luego, nos hace leer a todos, para evadirnos o para reflexionar sobre el mundo, para vivir otras vidas o para entender la nuestra, para imaginar otras realidades o para habitar mejor ésta.







Comentarios