Enzo

 

Las diferencias de clases y el determinismo social son cuestiones habituales en el cine y, sobre todo, en la literatura francesa. Generalmente, se abordan desde la perspectiva de tránsfugas de clase, personas procedentes de clase baja que llevan a cabo un proceso de desclasamiento y reflexionan sobre esta evolución, sobre el entorno del que proceden y sobre cómo nunca terminan de sentirse del todo parte de la burguesía o la clase alta. En el estupendo ensayo Trahir et venger, Laélia Véron y Karine Abiven presenta la historia de Constance Debré como uno de los pocos casos de tránsfuga de clase “hacia abajo”, que renuncia a los vínculos con su privilegiado medio de origen. En cierta forma, es lo que le ocurre al protagonista de Enzo, la película de Laurent Cantet que, tras su muerte, rodó su amigo Robin Campillo, director de la excelsa 120 pulsaciones por minuto

Enzo, interpretado de forma muy creíble por el joven Eloy Pohu, vive en un casoplón y sus padres, a quienes dan vida Elodie Bouchez y Pierfrancesco Favino, no tienen precisamente problemas de dinero. Esperan para su hijo una carrera profesional como la suya, un empleo bien pagado y con estatus social, pero él quiere romper con ese futuro proyectado para él por su familia y su clase social, así que empieza a formarse para ser albañil. Quiere ser albañil, hacer cosas que permanezcan, huir de esa cierta falsedad de su entorno.

Es muy interesante cómo se cuenta ese proceso personal de búsqueda de Enzo. Él observa cómo su hermano mayor estudia y se prepara para una carrera universitaria prestigiosa. Su padre le insiste en que no tiene sentido lo que está haciendo, que quiere algo más para él. Hay varios diálogos de mucha intensidad emocional entre ambos, en el que el padre le llega a espetar a Enzo que percibe que los desprecia. Su madre es algo más comprensiva pero, en el fondo, le preocupa que su hijo opte por un empleo que no esperaban para él, dada su posición social. 

Sin duda, la cuestión de clase está en el fondo de esta película, pero es un filme con muchas capas y sería reduccionista decir que sólo va de elloDe hecho, puede disfrutar de la película el pasado viernes en el teatro del Institut Français en el marco del QueerCineMad, antes conocido como LesGaiCineMad, que cumple treinta años. Porque también el autodescubrimiento de Enzo juega un papel importante en la película. 

Enzo queda deslumbrado por Vlad (Maksym Slivinskyi), un inmigrante ucraniano con el que trabaja en la obra. De nuevo, no hay que caer en reduccionismos. No es la típica historia de un enamoramiento, que también. El joven siente también que Vlad lo protege, se encuentra a gusto y seguro a su lado. Es quien le enseña en la obra, tiene un sentimiento de protección por él. Está tan fascinado por él, que el joven ve de forma recurrente vídeos sobre la guerra de Ucrania y hasta llega a decir que está dispuesto a ir a combatir con él. 

Enzo se encuentra perdido, no sólo en el ámbito profesional ni tampoco sólo en sus sentimientos y en su orientación sexual. No sabe bien qué hacer con su vida. Siente que no encaja en la vida que se espera de él, en la que quiere procurarle su familia. Una familia a la que quiere, pero con la que no se siente identificado. La interpretación del joven y la calidad de sus diálogos, los distintos puntos de vista, las reflexiones sobre las cuestiones de clase, la relación con su compañero de trabajo… Todo está muy bien contado y la película aborda una cuestión más o menos clásica en el cine francés, pero desde un prisma muy novedoso. 

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