Maspalomas

 

De Maspalomas, la última película de José María Goenaga y Aitor Arregi, podría destacar su exquisita sensibilidad, su acreditada maestría narrativa, su construcción de personajes, su atrevimiento o las soberbias interpretaciones de su elenco entre otras muchas virtudes. Podría destacarlas todas, y por supuesto que las destaco, pero lo que me parece prodigioso es que la película consigue abordar tres temas muy poco tratados antes en el cine y, desde luego, nunca con tanta verdad. Conmueve ver en la pantalla una historia tan profunda, compleja y extraordinariamente bien contada sobre la homosexualidad en la vejez, la vida en las residencias de ancianos y el comienzo de la pesadilla del Covid-19. 

La homosexualidad en la tercera edad ya fue abordada de forma magistral por los mismos directores en 80 egunean. En esa película contaban la historia de Axun y Maite, dos antiguas amigas de la infancia que se encuentran años después y empiezan a sentir un vínculo que aterroriza a una de ellas. En Maspalomas el protagonista es Vicente, un hombre que, según él mismo dice en un momento del filme, ha pasado 50 años de su vida en el armario y 25 con la misma pareja, y al que conocemos al principio de la película soltero, buscando encuentros fugaces con otros hombres. Vive su libertad en esa localidad canaria hasta que un ictus le obliga a volver a su Donosti natal, donde su hija decide llevarlo a una residencia. 

El preludio del filme, que dura unos pocos minutos, muestra de forma explícita los encuentros sexuales, los escarceos y las fiestas de Vicente. Me pregunto cuántos espectadores, todavía hoy día, se revolverán en sus butacas e incluso cuántos no puedan resistirlo por sus prejuicios. Lo cierto es que el tono de ese prólogo es clave para poder contar bien la historia de Vicente, ya que es fundamental ver el contraste entre esa libertad absoluta de la que goza en Maspalomas, sin ser juzgado ni dirigido por nadie, y la vida que empezará a llegar en la residencia, donde, para empezar, volverá a meterse en el armario

La presunción de heterosexualidad, que está tan extendida en tantos ámbitos de nuestra sociedad que mucha gente no se percata de ella, es también absoluta en las residencias de ancianos. Allí Vicente no puede contar quién es, siente miedo al rechazo e incluso intenta marcar distancias con un auxiliar abiertamente gay, diciendo de forma forzada que no se parecen nada de nada. La película aborda con sensibilidad y excelencia la homosexualidad en la vejez, en este caso, de una persona que vivió buena parte de su vida ocultando quién era por miedo al rechazo. Pero también muestra cómo a menudo se trata a los ancianos en esta sociedad nuestra, como si fueran niños pequeños y como si todos fueran iguales, tuvieran las mismas necesidades, los mismos gustos. Ese retrato de la falta de autonomía que de pronto sufre Vicente en la residencia, y no hablo de la autonomía física por el ictus, también es magistral y da que pensar. 

En la película también aparece el comienzo del Covid-19, que causó tanto dolor y tanta muerte, en especial, precisamente, en las residencias de ancianos. Sin ser el tema central del filme, también creo que es de las películas que mejor lo han retratado, por todo lo que significa, por cómo refleja esa inconsciencia colectiva del comienzo, cuando lo desconocíamos todo de ese maldito virus y casi todos preferimos pensar que se estaba exagerando, que no sería para tanto. Hay varios momentos especialmente emotivos en la película vinculados a la pandemia, a esos orígenes, pero, al igual que sucede con todos los demás temas que aborda, no cae en excesos en ningún momento, ni toma atajos sensibleros o lacrimógenos. Es una película emotiva y conmovedora, pero también muy luminosa y contenida. Mantiene un prodigioso equilibrio

Las interpretaciones del elenco de Maspalomas merecen sin duda una mención aparte, porque son de las que dejan huella. En especial la de José Ramón Soroiz en el papel de Vicente. Aporta una arrolladora verdad a sus miradas, sus temores, su tensión, su emotividad, sus cabreos, sus anhelos, sus deseos, sus contradicciones. Fue premiado en el Festival de Cine de San Sebastián y es muy posible que siga cosechando reconocimientos en la temporada de premios, porque su trabajo es descomunal. A su lado, perfecta como siempre, está Nagore Aranburu, dando vida aquí a su hija, con quien no tenía relación desde que rompió con todo 25 años atrás, pero que siente que debe cuidar a su padre. La complejidad y profundidad de su relación, lo tremendamente bien que está contada, es otro de los puntos fuertes de la película, en la que también sobresale la interpretación de Kandido Uranda como el alegre, algo metomentodo y divertido compañero de cuarto de Vicente. 

Maspalomas, en fin, ofrece todo lo que se espera del buen cine: mira donde casi nadie más mira, construye unos personajes llenos de humanidad y verdad y cuenta una historia honesta y conmovedora. Tras películas como LoreakHandia o La trinchera infinita, Goenaga y Arregi siguen ofreciéndose trabajos excelentes. Es la suya una de las trayectorias más sólidas del cine reciente

Comentarios