Baltimore


Uno de los muchos alicientes del cine es que a veces nos permite descubrir historias reales asombrosas que desconocíamos. Es el caso de Baltimore, la película de Christine Molloy y Joe Lawlor, que cuenta la historia de Rose Dudgale, una mujer de familia rica que rompió con todo para unirse al grupo terrorista IRA. Concretamente, la película se centra en un robo de muy valiosas obras de arte en el que ella participó y con el que el IRA quería presionar al gobierno británico para exigir la liberación de cuatro presos. Sucede que contar una historia interesante no es suficiente para hacer una buena película, y hay filmes sobre hechos reales impresionantes que terminan siendo fallidos. En parte, es lo que pasa con Baltimore. 

Es indudable que la vida de Dudgale, y en especial ese robo de obras de arte, es atractiva. Pedía a gritos ser llevada al cine. Y es cierto que, ya sólo por descubrir este hecho real, vale la pena la película, pero a la vez transmite la sensación de que, con esos mimbres, se podría haber hecho algo mejor. La película, a ratos, parece un telefilme de sobremesa. Emplea recursos un tanto discutibles como el uso de la pantalla partida sin venir muy a cuento o una música estridente que enfatiza demasiado lo que quiere contar. Además, la estructura narrativa es confusa y no aporta demasiado. Hay constantes elipsis, saltos atrás en el tiempo que buscan explicar cómo llegó una rica heredera a militar en un grupo terrorista, pero no lo consigue del todo. 

Por supuesto, es interesante preguntarse cómo llegó esa mujer a radicalizarse, cómo rompió con su familia y llegó a considerar que el uso de la violencia era legítimo para defender una causa que consideraba justa. También impacta la relación con el arte de ella, porque la idea del robo es amenazar con destruir las obras si el gobierno británico no cedía a sus peticiones de liberar a cuatro presos del IRA, lo cual apenaría mucho a esta mujer, enamorada del arte desde joven, y en especial del arte que retrata las diferencias de clase. Asombra esa sensibilidad con el arte en una persona que no tiene problema alguno en defender actos violentos y atentados. Es quizá uno de los grandes logros del filme, esa contradicción, esa complejidad. 

Además de la figura de Rose Dudgale, a quien interpreta muy bien Imogen Poots, presente prácticamente en cada escena de la película, destacan otros dos miembros del grupo, uno más veterano y un poco de vuelta de todo, al que da vida Tom Vaughan-Lawfor, y otro joven, un tanto descerebrado y totalmente fanatizado, que interpreta Lewis Brophy. La convicción sectaria y radical de ambos recuerda el riesgo enorme del fanatismo, el peligro de las personas convencidas de que sus ideas valen más que la vida de otras personas y que cualquier acción es válida para defenderlas. 

La película, esencialmente de suspense, ya que se centra sobre todo en los días posteriores al robo, con toda la policía buscando a los ladrones, se queda un poco a medias. Funciona a ratos en ese lado más de intriga, sí, como cuando ella y sus compañeros de grupo se ven en riesgo de ser descubiertos, o cuando ella charla con un agricultor de la zona para asegurarse de que no sospecha de ella. Pero, a pesar de los constantes viajes atrás en el tiempo, falla a la hora de contar la evolución personal de esa mujer, su decisión de romper con todo, deslumbrada por una ideología sin matices. 

Baltimore, en fin, nos muestra una muy interesante historia real que muchos de sus espectadores desconocerán, lo cual siempre aporta, pero es una lástima que no esté contada del mejor modo posible, que no exprima la trama todo lo que podría hacer hecho. 

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