Impresiones y paisajes de la más neoyorquina Feria del Libro de Madrid

 

Sólo en la Feria del Libro de Madrid puede uno llegar caminando a Nueva York desde Colombia. El Paseo de Colombia conduce al paseo de coches del Retiro, que este cada año acoge la Feria, dedicada esta vez a Nueva York. Todo es posible en el Retiro en estos días en los que Madrid celebra su mejor fiesta cultural. Abruman las cifras y el tamaño de la Feria, que este año tiene 365 casetas. Más allá de la actividad central de la Feria, que es comprar libros y dejarse sorprender, hay un plan para cada persona. Las miles de firmas de autores, por supuesto, pero también las conferencias y charlas, los programas de radio en directo o los homenajes a los autores que, como Mario Vargas Llosa, nos han dejado este año. 

Este artículo no es un balance de la Feria, que no terminará hasta el domingo, sino una crónica personal de impresiones y paisajes, como el título de aquí libro de Lorca, de retazos de mis paseos por este paraíso borgiano que reúne cada año la literatura y la naturaleza en el Retiro. Será por la edad, que uno se va haciendo mayor, pero para pasear tranquilamente por las casetas y caer en las tentaciones librescas prefiero las tardes de diario. Entre semana la afluencia de público es mejor y permite caminar con más calma. Así compré una tarde, en la misma caseta, además, la primera parte de los Diarios de Chaves Nogales en la II Guerra Mundial, editados por El Paseo en uno de los acontecimientos editoriales del año, y El viento sopla donde quiere, del cineasta Jonás Trueba, que edita Athenaica. 

Un año más, impresiona la bibliodiversidad que se encuentra en la Feria, algo que cada vez es más de celebrar en este mundo nuestro en el que cada vez más gente quiere vivir en burbujas donde siempre le den la razón y nunca le hagan pensar. Aquí se pueden ver casetas religiosas al lado de otras con libros marxistas, grandes cadenas de libros cerca de pequeñas librerías, los sellos que editan cientos de obras cada año junto a pequeñas editoriales independientes, autores reconocidos y otros que comienzan y firman ejemplares sólo a familiares y amigos. También libros de todos los estilos, lo que ayuda también a abrir la mente y dejarse sorprender por otro tipo de obras. 


Casi cualquier día que uno fuera a la Feria, ahí estaba David Uclés, autor de La península de las casas vacías, el gran éxito editorial de los últimos meses, que relata la Guerra Civil española desde el realismo mágico. Un libro que ha leído y elogiado mucha gente y que algunos tenemos aún pendiente. Las entrevistas al autor, numerosas en estos días de Feria, y su artículo dedicado al realismo mágico publicado la semana pasada por El Cultural acrecientan aún más las ganas de leerlo. Pronto me resarciré. 

Una de las novedades de la Feria de este año, por cierto, es que por primera tienen espacio las plataformas audiovisuales como Netflix o Movistar+. Desde la dirección de la Feria explican que la forma en la que los lectores, sobre todo los más jóvenes, llegan a la lectura ha cambiado y que cada vez es más habitual que descubran novelas o cómics gracias a las series televisas. Hablando de los jóvenes, un año más, son sobre todo autores de literatura juvenil los que provocan más colas de lectores a la espera de su firma. 

La Feria vuelve a mostrar un notable y admirable equilibrio entre pequeñas y grandes editoriales. Y es importante resaltarlo, porque más allá de la espléndida labor de las librerías y de la variedad magnífica que se encuentra en las bibliotecas públicas, no son muchas las ocasiones a lo largo del año en la que la comunidad lectora puede entrar en contacto directo con las editoriales. Uno de los grandes alicientes de la Feria es, precisamente, conocer, seguir y descubrir a editoriales independientes con muy atractivas propuestas. 

Pero la Feria también ofrece la posibilidad de ver programas de radio en directo, igual que ocurre en Sant Jordi. Y qué bien les sienta el aire libre a los libros y a la radio, qué bien casan ambas. El sábado pasado fue un placer madrugar para ver desde el comienzo No es un día cualquiera, el programa de los findes de semana de Radio Nacional, que dirige Pepa Fernández. Fue maravilloso. Al entrar en el Retiro un poco antes de las ocho de la mañana, apenas hay gente y es maravilloso. Algún paseante perruno madrugador, algún corredor. En la Feria, en esta suerte de Madrid libresco neoyorquino, en esta región literaria efímera, ya era otra historia. Las casetas estaban cerradas, pero ya había lectores y lectoras esperando en algunas caseras para las primeras firmas del día, aunque aún quedan varias horas para ellas, quieren guardar sitio. 

En el stand de RTVE también hay ya personas, escuchantes del programa de Pepa Fernández, que es a la radio lo que la Feria del Libro a la sociedad, un remanso de serenidad, cultura y buen tono. Es maravilloso ver abrirse las casetas mientras la radio, siempre la radio, se hace en directo ante nuestra atenta mirada. Enfrente están, por ejemplo, las casetas de Siruela, Ediciones del Viento, Acantilado o Gallo Nero. En el programa escuchamos a Manuel Vilas, asistimos a una entrevista en directo con Fernando Aramburu y a otra con la directora de la Feria, Eva Orue, y nos maravillamos ante la sabiduría enciclopédica de cine de Garci o la frescura de Paco Roca. Y siempre con Pepa Fernández implacable, como una de las mejores voces de la radio española. 



En el programa se habla de Nueva York, muy presente también en los actos de la Feria. Es maravilloso el cartel de este año, obra de Coni Curi, en el que un oso, simbólo de Madrid, abraza un rascacielos con libros como cimientos y con el skyline neoyorquino de fondo. Nueva York es una ciudad libresca por excelencia y no hacen falta excusas para dedicarle la Feria del Libro. Allí hay muchos autores que escriben en español y por ahí pasaron, entre otros muchos, Lorca, que escribió su maravilloso Poeta en Nueva York, o la inolvidable Carmen Martín Gaite, para quien tan importante fue la ciudad y que escribió Caperucita en Manhattan en un momento decisivo y muy doloroso de su vida. Cuando se decidió que Nueva York sería el hilo conductor de la Feria aún no se sabía que Trump sería ni siquiera candidato a la presidencia, menos aún que iba a volver a ganar, pero, tras su victoria y su manifiesto desprecio al español y a los inmigrantes, la Feria adopta sin duda un significado distinto y tiene aún más sentido y más importante este guiño al peso del español en la ciudad estadounidense. 

La Feria, en medio de una sociedad crispada y entregada a la banalidad, es cada año la muestra de lo que la sociedad debería ser, de lo que puede ser. En la sección científica de No es un día cualquiera se habló de cómo la ciencia empieza a medir la felicidad humana. Algo me dice que esa mañana de domingo la felicidad de los visitantes de la Feria y, en especial, de los escuchantes del programa, alcanzó cotas elevadísimas, gracias a la literatura y a la radio, infalibles y leales compañeras de viaje que mejoran y embellecen la vida. Cada visita a la Feria, y aún tenemos días para volver de nuevo, es un paseo por Nueva York en Madrid, un pedacito de alegría, armonía y perfección en el Retiro, el Central Park madrileño. Belleza y felicidad en medio de un mundo gris lleno de ruido. Que no nos falte nunca este oasis anual. 

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