La respuesta del presidente del gobierno y de sus palmeros al grave escándalo de corrupción que afecta al PSOE está siendo muy decepcionante. No sólo por insuficiente, sino porque subyace una inquietante concepción de la democracia, que vendría a ser algo así como “o el caos o yo”. Los dos últimos secretarios de organización del PSOE, nombrados directamente por Pedro Sánchez, están siendo investigados por el cobro de mordidas por la concesión de obras públicas. Naturalmente, se debe respetar su presunción de inocencia. Evidentemente, los audios en los que Koldo García, Santos Cerdán y José Luis Ábalos hablan sin tapujos, con pocas luces y de forma bastante soez de esos presuntos chanchullos dejan poco lugar para la imaginación.
En un primer momento, Sánchez pareció reconocer la gravedad de los hechos. Se presentó ante los medios compungido y pidió perdón a los ciudadanos seis o siete veces. Fue insuficiente, porque no asumió responsabilidades y sólo anunció medidas cosméticas como una auditoría de las cuentas de su partido, pero al menos parecía reconocer que lo que había salido a la luz era muy serio. Unos días después, más que volver a pedir perdón, el presidente del gobierno casi exigió disculpas. Decidió atacar a la oposición, como si los escándalos de corrupción o mala gestión de los otros pudieran tapar los suyos. Atacó a la prensa por no informar de las pintadas contra sedes del PSOE, que deliberadamente llamó “atentados”. Afirmó que es víctima de una campaña de bulos. Y también se negó a hacer cambios en el gobierno, a someterse a una moción de confianza y mucho menos a dimitir o a convocar elecciones.
Es grave la reacción del presidente del gobierno. Como bien le dijo Sánchez a Rajoy en su día, no vale con pedir perdón ante escándalos de corrupción. Lo de menos es si Sánchez lo sabía o no. Él nombró a Ábalos mano derecha en el partido y, después, máximo responsable del ministerio que más concesiones públicas maneja. Después, para sustituirlo en el partido, puso en su lugar a Santos Cerdán, compinche de Ábalos. Supiera o no lo que ambos hicieron, es una grave e intransferible responsabilidad personal. Lejos de asumirla, el presidente ha decidido que él es la única persona de España que puede liderar un gobierno de izquierdas y que cualquier crítica a su persona es un ataque al país, al progresismo y a la paz en el mundo.
Es curioso, porque Sánchez en su día le ofreció a Rajoy retirar la moción de censura contra él si dimitía. Era una jugada política, claro, pero tenía un poso de verdad que ahora, maldita hemeroteca, se vuelve contra él. Por alguna extraña razón, Sánchez, responsable directo de nombrar a Ábalos y Cerdán, cree que esto no va con él. No parece ni siquiera contemplar la posibilidad de asumir él en primera persona la responsabilidad de lo ocurrido, bien sometiéndose a una moción de confianza, bien convocando elecciones o bien dimitiendo. No, él ha decido que tiene que seguir, que España lo necesita, que él y sólo él puede liderar a este gobierno. Si tanto dice defender la acción de este ejecutivo, que, por cierto, tiene aciertos innegables de gestión, tal vez debería plantearse que el problema es él y que debería dar un paso a un lado. Lejos de eso, se enroca, con una peligrosa distorsión de la realidad.
Además, emplea un argumento muy tramposo. Dice que ha sido sometido a tal cantidad de hiperbólicas críticas desde el minuto uno de su gobierno que, claro, a ver quién se cree ahora lo que se le reprocha. Es verdad que fue tildado de gobierno ilegítimo nada más empezar, en una actitud impresentable y antidemocrática de la oposición. Es verdad que ha habido bulos contra el gobierno y que hay grupos de poder interesados en que este ejecutivo caiga a toda costa. Pero sucede que nada de eso anula los muy serios indicios de corrupción que revelan estos audios. Es muy sencillo. Todo es compatible. No hay que caer en esta polarización interesada. No es verdad eso de que si criticas al gobierno eres un peligroso ultraderechista. Es una falacia peligrosa. Si hay bulos, que los hay, se trata de no caer en esos engaños y de discernir qué hay de cierto en cada acusación. Punto. Pero eso no puede servir como escudo ante cualquier acusación sólida.
Con todo, creo que lo más inquietante de esta situación es la concepción de la democracia que está mostrando el presidente del gobierno y, con él, no pocos palmeros. Sánchez dijo el otro día, textualmente, que entregarle el país al PP y Vox sería una irresponsabilidad. Es decir, todo seguido, con esa frase demostró que cree que el país le pertenece (sólo puedes entregar a otro algo que consideras poseer) y también que sabe que, si hoy hubiera elecciones, las perdería y la derecha tendría mayoría. Es decir, se aferra al poder por el bien de los españoles, pero reconoce abiertamente que sabe que hoy los españoles votarían mayoritariamente contra él. ¿En qué quedamos? ¿O es que quiere dedicar dos años a convencer a la ciudadanía de lo equivocada que está? Es obsceno y bochornoso que el gobierno utilice la amenaza de la llegada de la extrema derecha, que obviamente es aterradora para muchos ciudadanos entre los que me incluyo, para tapar sus escándalos de corrupción. Como si criticar esta pestilente trama corrupta fuera alabar a Vox. Como si exigir responsabilidades al gobierno fuera directamente jalear a la posición. Como si ser demócrata, en definitiva, fuera volverse un malvado radical ultraderechista.
Lo que parece venir a decir el argumentario del presidente del gobierno y sus palmeros es que es mejor aceptar cierto grado de corrupción de los suyos para que no gobiernen los otros. Y eso es insoportable. Porque no es tolerable arrastrar los pies ante la corrupción y eludir las necesarias responsabilidades por lo ocurrido. Porque el hecho de que la alternativa a este gobierno no te guste o incluso te desagrade profundamente es del todo irrelevante ante la necesidad de exigir limpieza y combatir la corrupción. Y también porque la democracia no es que gobiernen siempre los tuyos. Es algo muy elemental, pero parece necesario recordarlo viendo ciertas actitudes. Hay personas de izquierdas, defensoras cerradas de Sánchez, que parecen percibir como algo intolerable que algún día gobernará la derecha. Pero así es, así ocurre en cualquier democracia. Y es inquietante que haya gente dispuesta a correr un tupido velo ante un repugnante escándalo de corrupción, aderezado además con buenas dosis del más rancio machismo, con tal de que no gobierne la derecha. No sólo porque defender la democracia y la limpieza de las instituciones es más importante que ser de izquierdas o de derechas, sino porque, además, es suicida para la propia izquierda seguir con esta huida hacia adelante y este acelerado deterioro de la credibilidad del PSOE, el gran partido socialdemócrata de nuestro país, que nadie debería arrastrar por el fango con tal de aferrarse al poder.
Además, el argumento es especialmente tramposo, porque viene a decir que robar, van a robar, porque todo el mundo roba, así que no se puede hacer ningún cambio estructural contra la corrupción, pero que, incluso con sus escándalos, siempre será mejor que gobiernen ellos antes que los otros. Como si se les tuviera que perdonar todo para evitar un mal mayor. Como si sus escándalos no fueran razón suficiente para provocar un enorme desencanto entre los votantes. Intentar apelar al votante de izquierdas haciéndole una especie de chantaje emocional, diciéndole que mire bien lo que va a hacer o a votar, porque vienen los otros, es impresentable. Es justo al contrario, no es sólo que por ser de izquierdas haya que ser menos crítico o exigente con los gobernantes de izquierdas, sino que precisamente por eso hay que serlo mucho más, porque están usando tus principios como excusa para enriquecerse. Me parece algo bastante elemental, ¿por qué un votante de izquierdas va a optar por minimizar un escándalo de corrupción que afecta a la izquierda en lugar de ser el más contundente crítico y el que con más legitimidad y razones exija responsabilidades? Quizá una buena forma de evitar que llegue la derecha es, no sé, se me ocurre, evitar escándalos de corrupción nauseabundos bajo un gobierno de izquierdas.
Ni el PSOE es toda la izquierda, ni Pedro Sánchez es la única persona sobre la faz de la tierra que representa las ideas progresistas ni uno deja de creer en sus principios porque critique a un partido que dice defenderlos. No hay que caer en esas trampas fanáticas y partidistas. Estos días uno recuerda mucho la frase de Albert Camus: “soy de izquierdas, a pesar de la izquierda y a pesar de mí mismo”.
De todas las definiciones de la democracia que he leído, una de las que me gusta es la del politólogo Adam Przeworski, quien dijo que “la democracia es un sistema en el que los partidos pierden elecciones”. Me gusta porque es sencilla, pero reveladora: no es demócrata pensar que siempre deben gobernar los tuyos. Un sistema político en el que siempre gobiernan los mismos, es decir, un sistema sin alternancia política y en el que no se exigen en las urnas responsabilidades a los gobiernos, es otra cosa bien distinta a una democracia. Parece que hay quien anda con cálculos partidistas, pero defender la democracia, creer en ella, obliga a pensar más allá, más en grande. Cuando un gobierno se ve envuelto en un grave escándalo de corrupción, ese gobierno debe asumir la responsabilidad. Punto. Gobierne quien gobierne y sea quien sea su oposición.
En estos casos, es muy sencillo el ejercicio que cualquier votante de izquierdas puede hacer (y que es aplicable a los votantes de derechas en cualquier caso de corrupción en la derecha, claro): qué dirían si ese escándalo se diera en los de enfrente, en un partido de derechas. Basta con responder con honestidad a esa pregunta. Lo que no vale para los otros, no vale para los tuyos. La corrupción es tóxica y debe ser perseguida y condenada, caiga quien caiga. Es de primero de democracia.
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