Su majestad

A diferencia de lo que ocurre en otros países como Estados Unidos o el Reino Unido, la ficción en España aborda muy poco la política. Estamos muy acostumbrados, por ejemplo, a ver la Casa Blanca en series y películas. Es relativamente habitual que se aborde la monarquía británica en el Reino Unido. Pero en España la política se trata poco, muy poco. Una de las pocas excepciones, de hecho, fue la hilarante Vota Juan, de Diego San José, que también ha estrenado este año Celeste, una serie sobre una inspectora de Hacienda, otro tema no precisamente muy abordado en la ficción. San José, junto a Borja Cobeaga, ha creado ahora Su majestad, que puede verse en Prime Video, y que resulta una brillante sátira sobre la monarquía y sobre España en general. 

En la serie, Anna Castillo da vida a Pilar, la hija única y un tanto fiestera y disoluta de un rey más bien corrupto y envuelto en polémicas (cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia), a quien da vida Pablo Derqui. Los escándalos que salpican al monarca le fuerzan a irse temporalmente de España y a dejar a su hija al frente de la monarquía, lo que da lugar a todo tipo de escenas divertidas y a no pocas meteduras de pata, lara desesperación del asesor de Pilar, a quien interpreta Ernesto Alterio. 

La serie, claro, es ficción. Pero, claro, no es sólo ficción. Hay constantes guiños a la actualidad. Es una historia ficticia construida con retazos de realidad, una serie costumbrista, como suele ocurrir con los trabajos de San José y Cobeaga, extraordinariamente bien escrita. No cae en la caricatura, lo cual es un punto fuerte de la serie. Quizá haya quien espere encontrarse algo más salvaje, más cañero, pero lo cierto es que la serie no convierte en estereotipos vacíos a sus personajes. Ocurre con la princesa, que resulta de primeras una niña bien insoportable y caprichosa, pero con la que se termina empatizando a medida que danza la historia. Y ahí está la gracia, en abordar la monarquía y los líos políticos de forma crítica y con vocación satírica, por supuesto, pero también con personajes reales, complejos, bien construidos.

La serie habla de la monarquía, pero no sólo. Hay muchas situaciones y diálogos (qué maravillosos diálogos) que recuerdan a la realidad. El comienzo de la serie es inmejorable, con la reacción de la princesa a los abucheos al himno español en una final de Copa del Rey entre el Barcelona y el Girona. Pero hay de todo: cómicos incómodos para el poder, fiestas patrióticas con una bandera gigantesca en una discoteca, protestas estudiantiles contra la declaración de alumna ilustre a la princesa en una universidad, discursos de Nochebuena con lenguaje zarzuelesco… Todo ello, siempre con diálogos afilados, muy irónicos e ingeniosos, con guiños permanentes a la actualidad. 

La serie se muestra especialmente ácida con el poder judicial. Es una sátira brutal,  con sus comilonas con copazos y puros, y menciones a aperos condenados, libros secuestrados y demás disfunciones. En una escena, a la princesa le explican que hay jueces conservadores y jueces progresistas, a lo que ella responde “¿cómo va a haber jueces progresistas?”; “Son progresistas para ser jueces”, le aclara su asesor. 

La serie, que tiene un cameo de la gran Maruja Torres, y que tiene en su elenco al siempre genial Ramón Barea, aquí como singular jefe de la Casa Real, es, en fin, muy divertida y deja con ganas de más. Ojalá haya una segunda temporada. Entre sus puntos fuertes está también su banda sonora. En un capítulo suenan con escasos minutos de diferencia España corazones, de Los Punsetes, y Mi querida España, de Cecilia. Sencillamente genial




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