The White Lotus 3


En el capítulo final de la tercera temporada de The White Lotus se escucha algo así como que es más fácil vivir cuando se asume que no hay certezas. La frase es una verdad como un templo (budista), aunque lo cierto es que, al menos en esta serie, alguna certeza sí que hay. Sabemos cómo empezará cada temporada, con una muerte misteriosa en un hotel de lujo, que sirve como reclamo, antes de dar un salto atrás en el tiempo de una semana. Sabemos también que veremos escenarios paradisíacos. Si en la primera temporada nos trasladamos a Hawai y en la sensacional segunda temporada viajamos a Sicilia, en la tercera la trama está ambientada en la isla de Samui, en Tailandia. Es bellísimo. 

Sabemos también que la fuerza de la historia residirá en gran parte en la construcción de los variopintos personajes, los huéspedes del hotel de lujo de turno, que parecen llevar vidas perfectas que, lógicamente, están en realidad muy lejos de serlo. Otra certeza de The White Lotus, una de sus señas de identidad, es ese tono entre sarcástico e irónico, con guiños a la comedia, pero también con cierta crítica social, sin miedo a abordar cuestiones de actualidad. Siempre con un estilo narrativo lleno de matices, que agraza la ambigüedad cuando corresponde, y que se toma su tiempo para contar las historias de los personajes, porque aunque una muerte es siempre su gancho, la realidad es que la está lejos de ser un thriller o una serie de investigación o de acción. Es una serie discursiva, de diálogos, casi teatral en cierta forma, en la que lo que se dice y como se dice tiene mucha importancia. 

Las vacaciones, al ser un paréntesis en la vida cotidiana, suelen invitar con más frecuencia de lo deseado a pensar sobre qué vida queremos llevar, qué nos gustaría cambiar o incluso sobre quiénes somos y qué nos define. Suelen ser las vacaciones un tiempo propicio para la reflexión y las preguntas sobre la propia identidad. The White Lotus ha jugado siempre con ello y más aún en esta tercera temporada, en la que hay un deliberado contraste entre lo espiritual (con la presencia del budismo, pero no sólo) y lo pasional. 

Como cada temporada la serie cambia de elenco, aunque siempre hay algún personaje que sirve de hilo conductor (se echa mucho el personaje de Tanya, interpretado por Jennifer Coolidge en las dos temporadas anteriores), siempre es decisivo para la buena marcha de la serie que haya personajes icónicos, con historias lo suficientemente atractivas y diferentes entre sí para abordar situaciones diversas. En la tercera temporada se consigue con creces y, además, también aportan las tramas de los empleados del hotel de lujo, en especial, con las de los personajes de Gaitok (Tayme Thaptimyhong), un guardia de seguridad que no cree en la violencia; Valentin (Arnas Fedaravicius), que da mucho juego en su relación con tres de las huéspedes, y, por supuesto, Sritala (Lek Patravadi), que interpreta a la excéntrica dueña del hotel, antigua actriz. 

Al ser una serie muy coral, cada espectador tendrá sus personajes preferidos. Todos los huéspedes aportan algo. Es maravillosa la trama de las tres amigas, Jaclyn (Michelle Monaghan), Kate (Leslie Bibb) y Laurie (Carrie Coon), porque muestra esa amistad de muchos años con toda su complejidad, el impacto del paso del tiempo y los roles que cada una juega en el grupo. Es muy bonito porque a ratos parece que se quedará en mostrar a un grupo de amigas que se despejan entre ellas cuando no está la otra delante, pero luego resulta ser mucho más complejo y realista, mucho más auténtico, de lo que parece en un primer momento. 

Por supuesto, también dan mucho juego los Ratfliff, la familia de ricachones, compuesta por Timothy (Jason Isaacs), el padre de familia que recoge noticias inquietantes sobre su situación financiera; Victoria, la esperpéntica madre de vuelta de todo, frívola a más no poder, a quien interpreta con maestría la gran Parker Posey; Piper (Sarah Catherine Hook), que se siente atraída por el budismo y quiere romper con los privilegios de su familia; Saxon (Patrick Schwarzenegger), que es el hermano mayor con pocas neuronas y sólo interesado en el sexo y el dinero, y Lochlan (Sam Nivola), el hermano pequeño, que parece un poco el único normal de la familia. Ellos dos protagonizan una de las tramas más comentadas de la temporada.

También está la extraña pareja formada por la risueña y siempre optimista Chelsea (Aimee Lou Wood) y el huraño y traumatizado Rick (Walton Goggins), además de dos personajes que ya conocíamos de otras temporadas: el marido de Tanya (Jon Gries), que aquí empieza una nueva vida en Tailandia huyendo de sus más siniestros secretos del pasado, y Belinda (Natasha Rothwell), que sigue soñando con montar su propio spa. 

The White Lotus, que ya ha confirmado su cuarta temporada, tiene una gran ventaja respecto a otras series que notan la fatiga con el paso del tiempo, y es que se reintenta por definición en cada nueva temporada. Con alguna certeza, sí, pero con todo abierto a la imaginación, las medias verdades, las miserias y las situaciones cómicas e icónicas que expone en el idílico escenario de unas vacaciones de lujo. Esta tercera temporada tiene sus virtudes y hallazgos propios, como seguro que tendrá la cuarta, que esperamos ya con ganas.  

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