Ha muerto el papa Francisco. Ayer, domingo de Resurrección, con la voz muy frágil, dio la bendición Urbi et Orbi desde El Vaticano. Hoy ha fallecido a primera hora de la mañana. Con su muerte, a los 88 años, la Iglesia católica entra en el periodo de la sede vacante y en los próximos días reunirá a los cardenales de todo el mundo para elegir un nuevo pontífice.
Llega el momento de hacer balance del papado de Francisco. Se va un papa reformista que acertó mucho más de lo que se equivocó, y que se esforzó por adaptar a la Iglesia católica al siglo XXI, aunque no sin resistencias de la parte más conservadora. Fue un papa que renovó más el discurso que la doctrina, es verdad; más lo simbólico que lo tangible, pero que también deja avances indudables en cuestiones como el compromiso contra los casos de abusos o menores o la falta de transparencia en las finanzas vaticanas. Un papa que irritó a las gentes que convenía irritar por las razones adecuadas, y que no llegó a ser tan progresista como algunos esperaban, pero sí lo suficiente como para que algunos ultras llegarán incluso a rezar por su muerte.
Jorge Mario Bergoglio fue renovador ya desde el comienzo. Fue el primer papa latinoamericano, que l primero que eligió llamarse Francisco en recuerdo de San Francisco de Asís, el santo de los pobres, el primer papa jesuita. También decidió vivir en Santa Marta y no en los lujosos aposentos papales. Fue renovador, sin ser revolucionario, ya desde el momento mismo de ser elegido papa, y lo será también en su adiós, ya que decidió que ser enterrado en basílica de Santa María la Mayor y no las Grutas Vaticanas, donde están enterrados 23 papas, y con una ceremonia más modesta y con menos boato de lo que era habitual hasta ahora. El propio Francisco dijo tras el entierro de Benedicto XVI, con el que convivió como papa emérito en una situación excepcional, que ése sería el último con ese protocolo. En ese sentido, Francisco ha sido coherente con su discurso de una iglesia más humilde y menos ostentosa hasta el final.
El papa Francisco protagonizó más cambios simbólicos que doctrinales, es verdad, pero en una institución como la Iglesia, lo simbólico es también importante. Cambió esos símbolos, huyó de rituales arcaicos y lujosos y buscó guiños a la sociedad de su tiempo. No fue un gesto menor, por ejemplo, que decidirá hacer su primera visita oficial fuera del Vaticano a Lampedusa, la isla italiana que recibía a miles de refugiados. Allí habló en el que quizá sea su mejor y más contundente discurso de la globalización de la indiferencia. También visitó Lesbos en 2016. La defensa de los más vulnerables, de las personas inmigrantes, ha sido uno de los hilos conductores de su papado. Todo ello, unido a una decidida crítica a la religión del dinero. Proclamó desde el primer día que quería una iglesia pobre y para los pobres. Ordenó instalar en el Vaticano lugares en los que dar de comer y ofrecer ayuda a las personas sin hogar. De nuevo de vuelta con los símbolos, lavó los pies cada semana santa a reclusos y personas marginadas por la sociedad, incluidas personas musulmanas o ateas.
Francisco también prestó mucha más atención que sus predecesores a la ecológica. Dedicó su primera encíclica al medio ambiente y al cambio climático. El papa, más renovador que revolucionario, deja también su sello en dos cuestiones esenciales: las finanzas del Vaticano, en las que puso orden, y los escándalos de abusos sexuales en el seno de la Iglesia, contra los que se posicionó de un modo más contundente que ninguno de sus predecesores. Pidió perdón, se reunió con las víctimas, habló abiertamente de una cultura del abuso y obligó a reportar todos los casos de los que se tenía conocimiento. Puede parecer poco, pero contrasta con una época no tan lejana en la que los escándalos se escondían bajo la alfombra.
El papa se propuso también impulsar la presencia de la mujer en la iglesia, uno de los capítulos en los que sus aportaciones han sido finalmente más modestas. En su papado se han dado pasos, como el nombramiento de una primera mujer al frente de un “ministerio” en El Vaticano, pero queda mucho por hacer. Lo mismo cabe decir de la postura de la Iglesia sobre las personas LGTBI. En una de sus más recordadas frases, el papa Francisco se preguntó retóricamente delante de un grupo de periodistas quién era él para juzgar a una persona homosexual, algo que viniendo de un pontífice sonaba revolucionario. También promovió la bendición de parejas homosexuales, aunque permitiendo a cada obispado elegir si las permitía o no en función del contexto. Como en tantos otros temas, su postura ante las personas LGTBI fue un constante ir y venir. Avanzó mucho en el discurso frente a sus predecesores, pero también hubo jarros de agua fría como la filtración de comentarios abiertamente despectivos y homófobos. Hizo más de lo que se había hecho antes, lo que sentó muy mal a los más conservadores, pero no llegó tan lejos como muchos esperaban, sobre todo, después de unas primeras declaraciones aperturistas del papa.
Francisco criticó abiertamente el clericalismo y buscó renovar la Iglesia. Comprobó que no era sencillo y se enfrentó a resistencias muy fuertes de los grupos más conservadores. Está por ver si la Iglesia continúa el legado del primer papa latinoamericano o da un giro más conservador. En la muerte de cualquier persona, que además en este caso es un papa, conviene evitar los trazos gruesos, porque todo el mundo es contradictorio a su manera. Creo que, en la balanza de su papado, pesa mucho más lo positivo. Por su voluntad de abrir la Iglesia, por su manifiesto desprecio a los lujos suntuosos y los discursos hipócritas de ciertos sectores eclesiásticos, por su reivindicación de una iglesia para los pobres, por su firme compromiso con los refugiados y porque este papa dijo cosas que nunca antes le escuchamos a ningún otro.
Se le criticó mucho desde ciertos sectores que hoy respiran aliviados por tener un discurso más político que de defensa de la doctrina, pero en realidad lo que querían decir no es que les desagradaba que el papa fuera político, sino que no defendería sus políticas, las que ellos creían que eran las correctas. También Juan Pablo II fue muy político y a esos sectores no les pareció nunca mal. Es muy simplista decir que era un papa de izquierdas o, incluso, radical. Más parece, si uno lee con un mínimo interés la Biblia y atiende al espíritu de lo que la religión católica defiende, que era un papa católico, que creía de verdad en eso de dar de comer al hambriento y de beber al sediento, en no lanzar nunca la primera piedra porque nadie está libre de pecado, que pensaba que los últimos serán los primeros y que tenía la firme convicción de que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de los cielos. No es ningún discurso radical de Francisco, es lo que defiende esa religión que los sectores más radicales dicen defender, pero con cuyos principios más elementales cumplen sólo de boquilla. Descanse en paz.
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