En teoría, una película no cambia con el paso del tiempo. No lo hace en realidad, claro, los diálogos, los planos y las tramas son exactamente las mismas, quienes cambiamos somos nosotros. Pero nunca se sabe cómo envejecerá una película ni de qué forma nos interpelará pasados unos años, qué claves nos aportará, de qué forma diferente la veremos. Lo pensaba mientras veía Game Change, que se encuentra en varias plataformas como Max o Movistar. La película de Jay Roach, director de la fantástica Trumbo, por cierto, muestra la calamitosa decisión del Partido Republicano de elegir a Sarah Palin como candidata a la vicepresidencia en las elecciones de 2008. Fue un punto de inflexión que hoy, en la era del delirio trumpista, adquiere un muy dramático significado.
Ahora que sufrimos entre el asombro y el espanto la distopía del segundo mandato de Trump como inquilino de la Casa Blanca, viene bien recordar cómo empezó la política estadounidense a deslizarse cuesta abajo y sin frenos hacia el descrédito, la demagogia y las mentiras. En aquella campaña electoral, el equipo de John McCain, candidato republicano moderado y repudiado por el ala más radical de su partido, decide dar un golpe de efecto para contrarrestar la arrolladora campaña de Obama. Eligen como candidata a vicepresidenta a la gobernadora de Alaska, Sarah Palin, una mujer ultraconservadora y con evidentes lagunas (¿nos suena de algo?).
Aquello pareció buena idea, pero la película se recrea al mostrar los constantes patinazos de Palin, su descomunal desconocimiento sobre cuestiones elementales de política exterior y también de las instituciones del propio país (no sabe lo que es la Reserva Federal, por ejemplo) y el agobio de los asesores de la campaña al darse cuenta del mayúsculo error que habían cometido. Cuando se estrenó, aún con la delirante campaña de Trump como algo que resultaba entonces inimaginable, supongo que esta película sirvió como retrato de un momento concreto de la historia del país, pero en ese momento no era fácil predecir que allí comenzó todo, que los disparates de hoy proceden en gran medida de lo vivido en aquella campaña.
Es imposible preguntarse dónde está hoy ese Partido Republicano sensato y moderado, representado en la película por McCain, reticente a usar ataques personales en su campaña contra Obama, y por sus asesores, escandalizados por las líneas rojas que cruza Palin. Entonces, con razón, ver a una candidata que miente de forma descarada, que no respeta los más elementales principios democráticos y que alimenta discursos ultras y radicales fue objeto de burlas y críticas. Hoy, esa misma actitud, pero aumentada notablemente, es aplaudida y merecedora de una arrolladora victoria en las elecciones presidenciales.
La película es atractiva por el retrato que hace de Palin (Julianne Moore), pero sobre todo por cómo McCain (Ed Harris) y su principal asesor (Woody Harrelson), partidarios de posiciones moderadas y sensatas, se ven arrasados por un fenómeno que ellos mismos propiciaron, sin ser conscientes de lo que supondría. En el filme se recrea el momento en el McCain corrige a una votante que insulta a Obama y dice que no es estadounidense. El candidato republicano repite que son compatriotas, que ambos quieren al país aunque tengan ideas distintas y se lo ve espeluznado ante las reacciones viscerales que despierta en los mítines cualquier simple mención a Obama. Esa mirada de horror ante la derivada irracional y llena de odio es con la que hoy cualquier persona demócrata mínimamente sensata mira a las locuras del inquilino convicto de la Casa Blanca, que en buena medida es continuador de la forma tóxica, ignorante e irresponsable que tenía de entender la política Palin.
No cuesta reconocer en Trump la misma falta pavorosa de conocimientos sobre casi cualquier cosa que exhibe Palin, al igual que su conflictiva relación con la verdad. Son idénticos también su populismo y su discurso de odio frente a los adversarios políticos, aunque Trump ha dejado a los discursos de Palin como un juego de niños y ella al menos no era defensora de Putin.
Hay dos escenas muy reveladoras de aquel momento histórico y del actual. En una de ellas, los asesores de McCain le dicen que deben escuchar a las bases, lo que les lleva a elegir a una candidata ignorante y radical, pero que da bien a cámara y hace gracia. Así estamos. En la otra escena, el marido de Palin le da ánimos de cara al debate que tendrá con Joe Biden, candidato demócrata a la vicepresidencia. Palin está aterrada por su colosal ignorancia. Su marido le pide que recuerde un debate de la campaña a gobernadora de Alaska, cuando su rival estaba empleando muchos datos precisos sobre los temas de los que hablaba. Ella entonces miró al público y vio que la gente estaba abrumada con tanto dato, vio que no querían eso. ¿Qué querían? Chascarrillos, discursos vacíos y eslóganes estériles. Ahí estamos. Exactamente ahí.
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