Cuando cae el otoño


Las mejores películas de François Ozon son aquellas en las que sugiere más que muestra, en las que juega con el espectador y con lo ambiguo. Es un maestro de los claroscuros, de lo perturbador. Son cintas prodigiosas como En la casa o Frantz, en las que nada es lo que parece y el espectador tiene que completar la historia, las que más destacan en una excelsa filmografía que cuenta también con películas excelentes con otro tono como Gracias a Dios o Verano del 85. Los trabajos del director francés siempre valen la pena, pero los mejores son los que muestran un lado inquietante y perturbador, los que tienen finales abiertos a la interpretación, aquellos en los que no está claro del todo lo que sucede y por qué. 

Tiene gusto el director francés por lo ambiguo, lo difuso, lo indefinido, lo sugerido, lo que es lo mismo que decir que trata al espectador como a una persona adulta. No le gustan las escenas reveladoras en las que todo se aclara, sino más bien aquellas en las que se abre espacio a la duda, en las que se desconcierta al lector. Prefiere los sobreentendidos a la sobreexplicación. Y en esa categoría de sus mejores películas, las ambiguas, las que dejan al espectador pensando cuál será la verdad de lo visto en pantalla, se sitúa Cuando cae el otoño, su último trabajo, estrenado hace unos meses en cines y que ahora puede verse en Filmin

Como de costumbre en el cine de Ozon, nada es lo que parece. Y lo que parece en un primer momento la protagonista, a la que da vida una sensacional Hélène Vincent, es una entrañable anciana que vive sola en un pueblito francés, que espera con ansia la llegada de su nieto (Garlan Eros) y, con él, de su hija (Ludivine Sagnier), con quien tiene una relación tirante. La protagonista lleva una vida activa al lado de su amiga (Josiane Baliasko), a quien conoce desde hace muchos años, desde sus tiempos en París, y que tiene a su hijo (Pierre Lotin) en prisión. Unas preciosas imágenes del campo otoñal, los paseos de la protagonista, su forma amorosa de preparar la comida… Todo es apacible, casi idílico. Pero, pronto, algo ocurre. Unas setas. Una intoxicación. Un malentendido. Idas y venidas. Sospechas. Secretos. Gestos

El espectador transita por muchos estados de ánimo. En un primer momento, quiere ir, al menos de vacaciones, a ese pueblito encantador, y envidia la vida relajada y en contacto con la naturaleza de la protagonista. También se apiada de ella por el trato despectivo que recibe por parte de su hija. Luego todo se va complicando un poco más, porque se sugiere más que se cuente, y queda en sus manos atar estos o aquellos cabos, extraer unas u otras conclusiones. Entra entonces en ese terreno poroso, como un poco de arenas movedizas, en el que tan bien se maneja Ozon, con preguntas al aire, con el juego de medias verdades y medias mentiras, con dudas y miradas que permiten intuir sin llegar a confirmar nada

Abraza Ozon todos los géneros, le gusta la mezcla, lo híbrido, la tensión contenida. Como en sus mejores películas, aquí también cuenta con la complicidad necesaria del espectador, que se va dejando llevar por esa narración que se va llenando de matices a medida que avanza la historia, que gana en complejidad. No podemos decir que en Cuando cae el otoño vuelve el mejor Ozon, porque con películas mejores y peores, como todo el mundo, el nivel medio de sus obras no ha dejado nunca de ser notable, pero sí que estamos ante uno de sus mejores trabajos en los últimos tiempos. 

El hecho de situar en el centro a dos mujeres ancianas, algo de por sí poco habitual en el cine, es uno de los grandes aciertos de la película. Sobre todo, claro, porque son personajes complejos, con sus contradicciones, su pasado y sus sentimientos a cuestas, y no son, ni por asomo, ese estereotipo de ancianitas que recogen setas y preparan bizcochos. No hay caminos trillados ni estereotipos ni simplezas. Jamás se encontrará algo así en el cine de Ozon, que con más o menos acierto, siempre sorprende, experimenta e invita a jugar al espectador.  

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