Trece años después de su muerte, Chavela Vargas sigue viva. No es una forma de hablar ni tampoco un simple guiño a la espiritualidad de la cantante. Ella ya dijo que era una chamana y que, como tal, no muere sino que trasciende. La dama del poncho rojo sigue viva porque ha alcanzado la inmortalidad reservada a las grandes artistas. Sólo mueren los olvidados y nada se recuerda con más intensidad y cariño que las canciones amadas y las voces con las que las asociamos. El estremecimiento y la emoción que sentimos al volver a escuchar cualquier canción de Chavela Vargas son la mejor prueba de que sigue viva, y ahora la obra teatral sobre su ella dirigida por Carolina Román que puede disfrutarse en el Teatro Marquina de Madrid nos lo recuerda.
Chavela tuvo una vida apasionante, que narró hace unos años un excelente documental de Catherine Gund y Daresha Kyi. Nacida en Costa Rica, desde muy niña fue vista como la rara, hasta el punto de que sus padres la escondían de las visitas. Llegó a México, un país que amaba desde antes de conocerlo, y del que contaba que la hizo mujer a patadas. Lo cantó, lo bebió y lo lloró todo. Fue una mujer que amó a otras mujeres en un mundo de hombres. La Pelona, que es como llamaba a la muerte, estuvo a punto de visitarla antes de tiempo por sus excesos, pero se curó y volvió a los escenarios y a la gloria cuando muchos la daban por muerta. Impregnó de un sello propio canciones inolvidables que hoy suenan en nuestra mente con su voz, con su forma de susurrarlas y de gritarlas a ratos, con su modo único e indescriptible de rematarlas.
La función teatral, llamada simplemente Chavela, es una enorme osadía, casi, casi un sacrilegio. Precisamente por la veneración que en tantas personas despierta Chavela, por su estilo único. El equipo detrás de esta obra contaba, desde luego con la mejor materia prima para poner en pie una historia fascinante, pero también se enfrentaba a no pocos retos, precisamente por todo lo grandioso, personalísimo e inabarcable de Chavela. Lo superan con nota.
En mi opinión, lo más crítico era la interpretación de las canciones de Chavela, porque todos las asociamos a su voz y a su estilo tan personal, tan único. Se solventa bien porque ninguna de las intérpretes que dan vida a la artista en la obra caen en el error de intentar imitarla, sino que aportan su verdad y su mirada a esas canciones. En la función que yo vi, Rozalén llevaba el peso de la interpretación de las canciones de Chavela. La cantautora debuta a lo grande como actriz. Está fantástica. A su lado, la sublime Luisa Gavasa, todo experiencia y verdad, da vida a la Chavela en el final de sus días, mientras que completan el elenco Paula Iwasaki, Raquel Varela y Laura Porras, quienes se desdoblan en distintos papeles, con la música en directo al piano de Alejandro Pelayo.
El componente musical de la obra es importante, naturalmente, tratándose de Chavela, y el resultado es más que convincente. Hay momentos especialmente emocionantes, como cuando se recrea el concierto en el legendario teatro Olympia de París o la conmovedora interpretación final de La llorona, convertida en himno para todas las mujeres, que remueve y emociona a todo el patio de butacas.
Bien resuelta la necesaria presencia de las canciones de Chavela, el otro gran punto fuerte de la obra es la representación de su vida. ¿Cómo abarcarla toda? ¿Cómo hacerle honor a una trayectoria vital tan extraordinaria? La fórmula narrativa elegida es muy acertada. Vemos a Chavela ya en sus últimos días, a punto de ser llevada por La Chamana, despidiéndose de sus grandes amores y amistades, en una nebulosa entre la realidad y la ficción. Aparece Frida Kahlo, uno de los grandes amores de Chavela. Por supuesto, también Lorca, su amistad intemporal, su amado Federico. Y José Alfredo, autor de las canciones que ella inmortalizó como nadie. Y Pedro Almodóvar, su marido en la tierra. En el escenario, durante la hora y cuarenta minutos que dura la función, vemos a Chavela resistirse a la llegada de la muerte, recordar sus momentos de gloria y también los más oscuros (no se esconde la caída a los infiernos del alcohol). Su infancia y su madurez. Sus parrandas muy terrenales y su muy espiritual forma de ver el mundo.
De esta maravillosa obra teatral puede decirse lo mismo que recordó Chavela en alguna entrevista, que la vida se impone, si eres verdad, te impones. Ella era todo verdad y todo verdad es esta función que la recuerda y celebra más allá de la vida y de la muerte. Dijo Miguel Bosé en el citado documental sobre la vida de la chamana que Chavela cantaba como si se fuera a morir en el escenario después de cada canción. Se citó con La Pelona y cumplió su promesa. Se la llevó un día antes de ese “seis” que le susurraba el pajarito que se le aparecía de forma recurrente, y que ella siempre pensó que fue Lorca, su Federico. Se la llevó La Pelona pero Chavela sigue viva, quizá porque, como también dijo ella y como nos conviene recordar especialmente en tiempos oscuros como este, “cuando el mundo tiembla, cuando llora, cuando parece que todo se va a caer, llegan los artistas para sostenerlo”. Artistas inmortales y únicos como Chavela, cuya vida celebra ahora con emoción esta obra que nos recuerda que ella sigue entre nosotros.
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