Escribo estas líneas desde el tren de vuelta a Madrid tras unos días de gozoso reencuentro con Cádiz, una de esas ciudades que me ha fascinado siempre, incluso antes de conocerla, y a la que hacía demasiado tiempo que no volvía. La he encontrado tan encantadora como la última vez, con su misma luz, su mismo duende, su misma belleza. En una época en la que cada vez todas las ciudades se parecen más entre sí, en la que tendemos a una homogeneización de todo, también de los lugares, Cádiz preserva su singularidad, desde su peculiar orografía a su milenariahistoria. Es una ciudad europea que siempre miró al otro lado del Atlántico y también próxima a África, hija de fenicios y romanos, cuna del constitucionalismo español, escenario del más ingenioso Carnaval. Es una ciudad única, incomparable a cualquier otra.
El domingo pasado, mientras disfrutaba con las chirigotas en sus calles, pensaba que sólo puede ocurrir en Cádiz que el mismo edificio que acogió por primera vez el Tribunal Supremo hace más de dos siglos sea hoy la sede del centro de interpretación del Carnaval. Literalmente sólo puede ocurrir en Cádiz, claro, porque fue aquí donde se alumbró la primera Constitución de la historia de España y, por consiguiente, donde se acogieron las primeras instituciones liberales en el país. Y, a la vez, porque allí el Carnaval es un asunto muy serio.
La Historia en cada rincón y el ingenio deslumbrante de su carnaval son dos de los múltiples alicientes de la tacita de plata, y ambos conviven en el Palacio de los Marqueses de Recaño. Una placa recuerda en su entrada que allí se reunió por primera vez el Tribunal Supremo, uno de los organismos creados al calor de la Constitución de 1812. Y allí hoy el visitante puede visitar el muy interesante Centro de Interpretación del Carnaval gaditano, con carteles antiguos, exposiciones temporales sobre distintos aspectos de esta fiesta del ingenio popular, vídeos explicativos y todo tipo de información sobre su historia. Anexa a ese edificio se encuentra también la Torre Tavira, torre vigía construida en el siglo XVIII y que es el segundo punto más alto de la ciudad por detrás de las torres de la catedral.
Uno siempre ha creído que que el Carnaval termina el miércoles de ceniza, con el entierro de la sardina, cuando comienza la Cuaresma, pero en Cádiz, dónde si no, tienen otro sentido del tiempo. Allí el Carnaval tiene tres domingos y él último de ellos, con el que nos topamos por casualidad y que disfrutamos en sus calles, es el Carnaval chiquito o Carnaval de los jartibles. Se celebra el domingo posterior al miércoles de ceniza y, desde 1987, es la última oportunidad de ver en las calles a las agrupaciones, oficiales o callejeras, de toda clase. Es un espectáculo. Cada agrupación se sitúa en un punto de la ciudad, sin aviso previo, así que el mejor modo de disfrutarlo es recorrer las calles gaditanas y dejarse sorprender. Para mí, que sigo desde hace años el Carnaval gaditano por televisión, poder disfrutarlo en las calles es un regalo maravilloso e inesperado. Encontramos versos ingeniosos y críticos sobre la gestión de la dana de Valencia, las políticas racistas de Trump o sobre todo tipo de asuntos costumbristas tamizados desde el humor y un puntito de mala leche. Absolutamente maravillosos.
Esta semana gaditana, por supuesto, también hemos visitado algunos de los lugares en los que se preserva la historia de aquella Constitución de 1812, la primera Carta Magna española, una de las más liberales y avanzadas del mundo. Sobrecoger visitar el bellísimo Oratorio de San Felipe Neri, donde se reunieron las Cortes. No sólo es impresionante, sino que además es el escenario de uno de los más trascendentes momentos de la historia de España, y la audioguía explica bien cómo se transformó en aquel periodo constituyente. Impacta el monumento a la Constitución de la plaza de España, que celebra aquel hito histórico. Y es muy interesante recorrer las distintas salas del Museo de las Cortes de Cádiz, justo al lado del oratorio donde se aprobó la Constitución.
En ese pequeño museo se pueden ver distintos objetos y obras artistas. Entre ellas, un fragmento de un periódico liberal de la época, El Consiso, que el 19 de marzo de 1812 publicó una crónica en la que se contaba que el día anterior “se leyó un oficio de la Regencia avisando que en conformidad a lo resuelto por S. M. ha dispuesto: que el 19 se publique la Constitucion en esta ciudad en los 4 sitios mas públicos, plazuela de San Félipe, plaza de San Antonio, plaza de la cruz de la Verdad, y en frente de la Aduana, á cuyo efecto se ha erigido en cada uno de estos sitios un tablado en el qual se colocará un dosel y el retrato de Fernando VII”. Y también que la recién promulgada Constitución “hará para siempre la felicidad de los españoles de ambos hemisferios, y será el asombro de las otras naciones”. En la entrada al museo se lee el artículo 13 de esa Carta Magna, que dice así: “el objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen”. Año 1812, recuerdo.
Más allá del Carnaval y de la historia viva de la Constitución de 1812, Cádiz es una invitación permanente al asombro. Por cierto, en este tren de regreso a Madrid paso ahora por delante de la playa de Cortadura, de una belleza arrolladora. No anda mal servida de playas la ciudad andaluza. Por supuesto, la Caleta, cuyo nombre tiene tantas resonancias poéticas como otros lugares de la ciudad: El Pópulo, el Mentidero, la Viña… Todo aquí, hasta los nombres de los sitios, tiene un aire lírico.
Cádiz es tal vez la ciudad española con más placas conmemorativas por metro cuadrado. La ciudad presta mucha atención a su historia, incluyendo aquí la Historia con mayúsculas, la de la política, su pasado fenicio y romano, y la historia popular. No extraña, dado que es la ciudad habitada de forma continua más antigua de Europa, una ciudad milenaria con su origen en el Gadir fenicio en 1.100 antes de Cristo. Hay restos de distintas épocas, incluido un antiguo teatro romano. Más tarde, en 1722, empezó a construirse la Catedral de Cádiz, cuyo símbolo es una cruz sobre el mar. Su cripta, de hecho, está incluso por debajo del nivel del mar. Sobresalen su ubicación, sus características torres, la mezcla de distintos estilos por el largo periodo de su construcción, las distintas crisis económicas y la pérdida de las colonias, lo cual vuelve a ser un reflejo vivo de la historia de la ciudad y de España. La cripta, en la que están enterrados Manuel de Falla y José María Pemán, es quizá el lugar más impactante de la catedral, incluida su acústica, que hace resonar cualquier pisada o voz un poco más alta.
Cádiz es una ciudad perfecta para perderse por sus calles. Suena a frase hecha, pero en realidad en el caso que nos ocupa es bastante literal. No resulta sencillo orientarse en la ciudad, y es gran parte de su encanto, por sus callejuelas, por la peculiar estructura de la localidad (tacita de plata) y porque invita con su encanto singular a caminar un tanto embobado. Así que no es raro volver a cruzar una plaza que visitaste poco antes y que no ubicabas exactamente ahí.
Voy terminando, porque no pretende este artículo ser una especie de guía de viajes, y tampoco quiero que sea interminable, aunque podría. Son muchos y muy conocidos los alicientes de Cádiz para el visitante. No enumeraré aquí las plazas o monumentos visitados. Tampoco los restaurantes, aunque debo decir que hemos comido de escándalo estos días, sobre todo, pescado exquisito en todas sus formas. Hemos pasado por delante del Gran Teatro Falla, escenario del concurso de agrupaciones del Carnaval, cada día. Nos sorprendió casi por casualidad la imponente iglesia conventual de Santo Domingo, donde se encuentra La Galeota, una virgen que solían llevar a bordo los galeones españoles que unían la ciudad gaditana con el otro lado del Atlántico. Para los que, como yo, sean incapaces de visitar una ciudad sin buscar librerías, aquí dos que nos gustaron mucho: Quorum y La Clandestina. Y para los que también aprecien jardines bellos, son de de obligada visita la Alameda y el parque genovés.
A Cádiz le sobran los encantos y cualquier tiempo es poco para disfrutarla, pero además desde ahí se pueden hacer escapadas a muchas otras ciudades atractivas. Nosotros visitamos Jerez de la Frontera y El Puerto de Santa María, y en ambos, entre otras muchas cosas, celebramos encontrar las huellas de la herencia musulmana en el Alcazar jerezano y en el Castillo de San Marcos de El Puerto de Santa María, donde Alfonso X el sabio ordenó erigir una iglesia sobre los cimientos de una mezquita del siglo X. En El Puerto de Santamaría también visitamos la Fundación de Rafael Alberti, pero de eso escribiré otro día un artículo aparte.
Esta semana gaditana, en fin, ha sido maravillosa desconectar en una ciudad tan llena de belleza e historia, con una luz propia y un encanto singular que conserva intactos. Esta ciudad muy consciente y orgullosa de su historia, pero también alérgica a la solemnidad, combativa e ingeniosa. Esta ciudad única, diferente a cualquier otra. Hasta pronto, Cádiz.
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