Disfruto tanto, por tantas razones y a tantos niveles con la prosa hipnótica de Carmen Martín Gaite que me cuesta describirlo con palabras. Su exquisita precisión con el lenguaje, su bellísimo vocabulario, la musicalidad de sus narraciones, sus brillante forma de divagar e hilvanar las historias, sus prodigiosos y naturales diálogos, su juego entre la ficción y la realidad, el componente onírico de muchos de sus escritos al lado de la faceta más realista de otros, el modo en el que habla de ella y de su vida a través de sus libros, su sabiduría, erudición e inteligencia envueltas en su aparente sencillez, sus referencias a cuentos y leyendas infantiles, porque nunca dejó de ser un poco niña, y a la vez su madurez y la hondura de sus pensamientos y su forma de estar en el mundo.
Todas esas virtudes que hacen de Carmen Martín Gaite una de las narradoras más talentosas y cautivadoras que he leído aparecen en la versión teatral de El cuarto de atrás, que ha podido verse estos días en el Teatro La Abadía de Madrid, con adaptación de María Folguera y dirección de Rakel Camacho. A lomos de la ligereza inteligente de la autora salmantina, de su prodigiosa prosa, la función pone en pie esa historia fantasiosa y autobiográfica a la vez, que nos presenta a una escritora que no puede dormir y recibe una inesperada visita nocturna, siempre a mitad de camino entre la realidad y lo imaginado, con su pizca de verdad y su pizca de mentira, como todos los cuentos.
Es tan fabulosa esa novela que ya sólo encontrarnos con alguien leyéndola en el escenario durante horas resultaría fascinante. Esta adaptación teatral cuenta con una escenografía muy efectiva obra de José Luis Raymond y Laura Ordás Amor, unas soberbias interpretaciones, unas muy bellas actuaciones musicales y unos juegos de luces y sonidos que aportan y enriquecen la adaptación, pero sobre todo destaca la inteligente decisión de poner la obra teatral al servicio del exquisito texto y no al revés.
No es una obra teatral inspirada libremente en el libro, que hubiera sido algo muy osado pero totalmente legítimo, claro, sino algo mucho más sabio dada la excepcional calidad del texto de origen, una obra teatral que adapta con extraordinaria fidelidad la novela de Martín Gaite, que recrea su mundo. En esa misma novela, el hombre misterioso que visita en una noche de insomnio y tormenta a la escritora protagonista, éste le dice que consigue escribir como se habla y ella responde que es lo más difícil de todo. Es, sin duda, una de las múltiples virtudes de la escritora de Entre visillos, una de sus cualidades más admirables, que es también la que hace sus novelas especialmente aptas para ser trasladadas al teatro con fidelidad. Sencillamente, ese texto que leemos parece escrito para ser leído en voz alta, para ser recitado sin solemnidad, con la naturalidad y el fluir de una charla amistosa.
Emma Suárez, a quien no es fácil ver en el teatro y que está magnífica, se pone en la piel de esta escritora que tanto se parece a Martín Gaite, y sostiene con el equilibrio justo de la mirada infantil y soñadora de la autora salmantina, con su exquisita sensibilidad, esta historia de idas y venidas, sin trama ni orden, con constantes fugas al pasado, a los recuerdos de infancia. Se habla en la función de la rebeldía, del desorden como decisión vital, de la permanente disposición a la buena conversación, de los sentimientos, del placer del descubrimiento, del machismo rancio del franquismo que relegaba a la mujer a un segundo plano y, por supuesto, también mucho de la literatura. Se habla de su papel como refugio, de las novelas rosas, de Cervantes, de los cuentos, de la fantasía, del modo en el que se entremezcla la realidad y la ficción, de su parecido con los sueños, de la pertinencia de mantener el misterio con los lectores y hasta con uno mismo al escribir.
Es deliciosa la forma en la que las palabras de Martín Gaite, su prosa tan viva, tan entusiasta, tan bella y sabia, cobra vida sobre el escenario. Todos los componentes de la función ayudan a ello, todo aporta para que el texto brille por encima de todo. Contribuyen también a ello las convincentes interpretaciones de Alberto Iglesias y de Nora Hernández, quien da vida a varios personajes y que protagoniza varios de los momentos más bellos de la muy bella obra que ha demostrado estos días sobre las tablas la vigencia de Carmen Martín Gaite, tan moderna, estimulante y admirable hoy como ayer, hoy y siempre, porque la gran literatura no tiene edad.
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