Marwán en Donosti


 Uno de los mejores momentos del concierto de anoche de Marwán en la sala Dabadaba de Donosti llegó tras un pequeño problema técnico. Así es la vida, quién quiere la perfección teniendo emoción y verdad. De golpe, la pila del micrófono del cantante se agotó en mitad de la interpretación de Meninos da rua, una bellísima canción sobre los niños más pobres de las favelas brasileñas, cuya sentencia fue sencillamente nacer, como se escucha en una de las estrofas. En ese instante, sin micrófono, Marwán no dudó en seguir cantando a viva voz, más cerca del público, aún con más sentimiento. Antes de que terminara la canción, el problema estaba solventado y el cantante volvió a disponer de su micrófono, pero la naturalidad con la que siguió cantando y la emoción que le imprimió a esa interpretación fueron maravillosas. Resumen bien lo que fue la noche y también lo que es la trayectoria profesional de Marwán, que celebra sus 20 años en el escenario. 

En las canciones de Marwán a lo largo de estas dos décadas hay muchas canciones de amor y desamor (quizá porque “amor es la palabra que resuelve el crucigrama”, como canta en la maravillosa Un día de estos), pero siempre ha habido mucho más. Destaca la sensibilidad social de este cantante madrileño hijo de padre refugiado palestino. Ha construido una carrera admirable y honesta, apoyada en la solidez y el lirismo de sus letras, que pocos pueden igualar, y también en su compromiso. Nunca ha renunciado a abordar cuestiones sociales, sin miedo a que ello le alejara de cierto público o le hiciera ser menos comercial. 

Sí la comprometida Meninos da rau nos ha regalado uno de los mejores momentos de la noche, sin duda el más emotivo ha llegado con la primera de las tres canciones que Marwán dejó para los bises. Tras el consabido “beste bat” con el que se pide en euskera otra canción más, el cantante habló de la espantosa situación que sufren millones de palestinos, agravada aún más por la criminal política del gobierno israelí y por la llamada de Trump a hacer una limpieza étnica en Gaza. Tras esas palabras, jaleadas por el público con el grito de “Palestina libre”, el cantante interpretó Nana urgente para Palestina, la canción que compuso como respuesta a la guerra y cuyos derechos donó a la agencia de Naciones Unidas para los refugiados palestinos, la UNRWA. Es una canción maravillosa. 

Acompañado por un teclado y un guitarrista que lo arroparon a las mil maravillas, Marwán contó casi al comienzo del concierto que lo bueno de ir cumpliendo años es dejar atrás los complejos y que siempre había habido en él un bailarín, un rockero, un popero y un rapero frustrado. Y que los cuatro iban a aparecer a lo largo de la noche. Por supuesto, sonaron muchas de sus mejores y más nostálgicas y tiernas canciones, auténticos poemas musicalizados, pero hubo, en efecto, espacio para temas más marchosos y animados, como Pensábamos que el amor era sólo una fiesta o Puede ser que la conozcas. Esta última, su gran himno a Madrid, volvió a ser de las canciones más coreadas, como es habitual en los conciertos de Marwán en todas partes, también en Euskadi, lo que desmonta los prejuicios y los odios que unos pocos fanáticos de acá y de allí intentan hacer ver que representan un sentir general. Donosti volvió a cantar a Madrid y Marwán lo celebró efusivamente con un “viva Donostia, hostia”.

Quienes llevamos años siguiendo a Marwán pensamos que todo está bien en sus canciones y más aún en sus conciertos. Porque hay lo que se espera de un cantautor, es decir, temas de desamor a tope, pero hay mucho más. Ese compromiso social intacto, pero sin caer ni en los panfletos ni tampoco en el derrotismo, siempre con vitalidad y una puerta abierta a la esperanza que, en tiempos tan distópicos como los que vivimos, son más bienvenidas que nunca. Y tampoco está nada mal, para qué engañarnos, un poco de mala leche, como en la divertida y muy cañera 5  gramos de resentimiento, en la que canta a los que le desprecian (“molaba más cuando vendía cuatro discos. Ya no es auténtico, ya nunca toca en bares. No es poeta, es fruto del mercantilismo”). Porque está bien y necesitamos cantar al amor, a la delicadeza y a la ternura, pero también viene bien un poco de asertividad. Y también llamar a “un país de gente sensible, un lugar apacible, que sea realista pero sueñe lo imposible”, en la ya imprescindible en sus conciertos Necesito un país. 

Por cierto, anoche también sonó Carita de tonto, que tiene unos versos en los que se alude a los aeropuertos (“Quédate, que a esta terminal le dan igual tus sentimientos, cuando hace falta nunca retrasan los vuelos. Me sientan tan mal los aeropuertos”), de forma metafórica, claro, pero que inevitablemente me recordó a la odisea que horas antes había pasado con un vuelo Madrid-Bilbao retrasado más de tres horas. Pero ésa es otra historia y, afortunadamente, tuvo final feliz, ya que dio tiempo a llegar a celebrar con mi familia donostiarra y a huir de la realidad, y a ratos reivindicar cambios en ella, en un concierto de Marwán. Nos sientan tan mal los aeropuertos como bien sus conciertos. Tanto que al cantante le podríamos decir perfectamente algo que canta en Animales, otra de sus mejores canciones, aquello de “que a veces no sé bien si necesito huir a otro planeta o escribir que siempre quiero huir pero es contigo”. Hasta la próxima huida en forma de concierto memorable. 

Comentarios