Lorca, poeta maldito


Escribió Francisco Umbral en Lorca, poeta maldito, que en el teatro de Lorca “la libertad es el Mal. (Un Mal mucho más actuante y vivificador que el Bien, pues sólo en él el individuo se realiza en sí mismo, se salva en sí mismo, se sublima por encima de la especie. El Mal es el Bien. Pero otro Bien)”. Desde ese prisma debe entenderse la tesis defendida por Umbral en este libro publicado en 1967. Para el escritor, Lorca fue un poeta maldito, entendido este término, por supuesto, sin el menor ánimo despreciativo. Todo lo contrario. Para Umbral, que entendía que había que escribir contra uno mismo, que adoraba a los escritores que agitaban y escandalizaban a la sociedad, tildar a un artista de maldito es lanzarle el mejor elogio imaginable. 

Cuenta Umbral al comienzo del libro, que encontré felizmente en la última Feria del Libro Antiguo de Madrid,  que en el siglo XIX se estableció una división entre creadores de arte burgués y artistas rebeldes que creaban contra la sociedad o al margen de ella. Naturalmente, para Umbral los artistas más valiosos son estos últimos. Y, en contra de una mirada folclórica y reduccionista que solía ser habitual a la hora de enfrentarse a la obra de Lorca (y que aún se encuentra de cuando en cuando), Umbral cree que el autor de Poeta en Nueva York emparenta con aquella categoría de artistas, de ahí su decisión de mirar al genio granadino como un poeta maldito. 

Entre los motivos que defiende Umbral para tildar a Lorca de poeta maldito están la presencia constante de la muerte en su obra, su forma de cantar a gitanos, negros y homosexuales, el erotismo evidente de sus poemas, el hecho de que no tuvo un éxito arrollador ni inmediato, y también la constatación de que su obra incluye no pocos tópicos y símbolos tradicionales y religiosos, pero a menudo con un enfoque provocador, rebelde, casi blasfemo en cierta forma. 

Respecto al recibimiento tibio de algunas de sus obras, cuenta el libro que, cuando alguien le dijo a Lorca que no desesperara ante sus primeros estrenos discretos en Madrid, porque el público terminaría llegando, él respondió:  sí, pero me temo que vengan de uno en uno”. El libro cita varias de las cartas que intercambió Lorca con Jorge Guillén y, en base a ellas, el autor concluye que “Federico no pisa seguro en la vida, Federico no es un triunfador, Federico tiene sus dudas, sus indecisiones, sus miedos. Federico es un joven inseguro, una larva de inadaptado”. 

Es decir, no tenemos a un Lorca triunfador desde el principio. Y tampoco a un Lorca siempre alegre y feliz, alejado del mundo, ajeno a la sociedad de su tiempo, ni a un señorito andaluz como con frecuencia se la caricaturizó. En este sentido, el autor cita unos versos de Preludio que considera muy reveladores del auténtico Lorca, mucho más profundo y atormentado que esa imagen de muchacho superficial y sonriente que a veces se tiene de él:

Y esta angustia mía,

para hacerla viva,

he de decorarla

con rojas sonrisas”.

Tal vez nadie lo resumió mejor que Vicente Aleixandre, quien escribió de Lorca que “volvía de la alegría, como de un remoto país, a esta dura realidad de la tierra visible y del dolor visible”, y también que “era capaz de toda la alegría del universo; pero su sima profunda, como la de todo gran poeta: no era la de la alegría”. 

Umbral afirma que el poeta granadino habla del duende como Baudelaire habla del demonio. “Yo pienso que la musa es la inspiración que viene de arriba y el duende es la inspiración que viene de abajo, desde las plantas de los pies, como dirá el propio poeta citando a un cantaor flamenco”, leemos. 

Hace Umbral, en fin, una lectura profunda y muy atractiva de la obra de Lorca. Sobre su orientación sexual, por ejemplo, afirma que “este pansexualismo no es sólo literario, sino muy real, y el origen, quizá, de su extraordinaria y privilegiada receptividad humana y artística”. El autor también cuenta que a Lorca lo mata la envidia nacional. Ve algo casi premonitorio de su propia muerte en el poema Muerte de Antoñito el Camborio, del que dice que “por ser el poema de la envidia española, es el poema de la muerte del propio poeta”. También sostiene que el Romancero gitano, en el que se incluye ese poema, anticipa en cierta forma la Guerra Civil, porque “anuncia y denuncia la crisis de España, el estado de guerra fría, la inminencia de la tragedia.

Umbral señala que tradicionalmente la cultura española está demasiado apegada al realismo, a lo que llama narrativismo, por la imposibilidad de ver más allá. En Lorca halla surrealismo, otro motivo más para situarlo en la categoría de los poetas malditos. 

Ya casi al final del libro, antes de hablar del componente trágico y profundo de su teatro, Umbral afirma que el último libro de Lorca, Diván del Tamarit, fue el único dedicado al amor, porque en los anteriores había mucho más erotismo que amor. Y en él está este maravilloso verso, que de un modo sencillo, bello y lleno de lirismo resume a la perfección lo que es el amor: 

“¡Qué lejos estoy contigo,

qué cerca cuando te vas!”

Así hace sentir el amor y, claro, la buena literatura, que nos lleva lejos, que siempre sentimos cerca, como la poesía y el teatro de Lorca, que de un modo tan sugerente y atrevido analizó en este librito Umbral hace unas cuantas décadas. Y tanto la obra de Lorca como este libro sobreviven perfectamente al paso del tiempo, porque la buena literatura no envejece jamás. 

Comentarios