Marco

Como no podía ser de otra manera tratándose de una película sobre un impostor, la escena más reveladora y de Marco es una escena fabulada. En esa escena, Enric Marco, quien engañó durante décadas a todo el mundo haciéndose pasar por un superviviente del campo de concentración nazi de Flossenbürg, acude al hospital a conocer a su nieto, que acaba de nacer. Empieza a hablar sin fin de su propio nacimiento, de él mismo, hasta que su mujer le dice que ese día el protagonista no es él sino el bebé. Imposible reflejar con menos palabras y de un modo más directo el obsesivo afán de protagonismo de este señor, que siempre quiso ser el centro de atención, que vivía por y para ser escuchado (y escucharse a sí mismo), para atraer la atención de todo el mundo y salir en los medios de comunicación

Al igual que en anteriores trabajos suyos como Handia o La trinchera infinita, Aitor Arregi y Jon Garaño vuelven a retratar con rigor y exquisito pulso narrativo una historia real. En esta película, la relación entre realidad y ficción tiene un peso muy relevante y el filme es un constante juego de espejos. Las mentiras de Marco y la verdad terrible del Holocausto. La mentira que cuenta la verdad del propio cine. Esas imágenes reales de deportados por los nazis a los campos de concentración y la sobria voz en off con la que comienza la película, antes de ver la escalera del filme y el comienzo del rodaje de la primera escena. Y, por supuesto, las imágenes de archivo perfectamente engarzadas en medio del relato de ficción de la película, como las de la comparecencia de Enric Marco en el Congreso de los Diputados o el encontronazo entre el farsante y Javier Cercas en un acto abierto al público en el que el escritor hablaba del libro que escribió sobre la historia de Marco. 

Es una película impecable que capta bien la personalidad compleja del personaje, un mediópata enfermo de recibir atención, un señor que se llegó a autoconvencer de que, aunque todo lo que contaba era mentira porque él nunca lo vivió, en realidad eso no era tan importante, porque con sus entrevistas, charlas en colegios y demás actos públicos, él había hecho mas que nadie para que se hablara de la realidad de los españoles en los campos de concentración nazi. Como muy bien refleja la película, nunca llegó a pedir perdón abiertamente; es más, una vez se descubre el engaño, aprovecha para hacer otra ronda mediática por todas las televisiones para presentarse como víctima de un linchamiento y para defender su verdad. Es una historia tan asombrosa, un engaño tan masivo, un caso tan brutal, que uno no puede dejar de mirar. 

Hace unos días vi una divertida ilustración que incidía en la idea clásica de que los libros tienen más hondura a la hora de contar una historia que las películas. Un tercio de la lámina, que sería la película, mostraba un islote en el que pescan un hombre y una niña, se ve algo algún que otro barco, una palmera y poco más. En los dos tercios restantes, el libro, aparecían toda clase de secretos y misterios del fondo submarino, animales marinos, restos de naufragios, submarinos y mucho más. Tiendo a estar de acuerdo con lo que sostiene esta ilustración, pero hay películas que alcanzan ese nivel de profundidad que se suele encontrar en los libros. Ocurre, desde luego, con Marco, igual que pasaba con  El impostor, el libro de Javier Cercas sobre el mismo caso. Ambos son fascinantes, ambos ponen la forma del libro al servicio de la historia y en ambos caso, cada uno desde un lugar y con unos lenguajes diferentes, se intenta comprender la personalidad de este señor, no se busca juzgarlo. Se cuenta una historia pasmosa y se hace del mejor modo posible. El libro, y el propio Cercas, aparecen mencionados en varios momentos de la película. 

Además de la maestría que caracteriza a las películas de Garaño y Arregi, cuyas películas son siempre impecables, en Marco sobresale la colosal interpretación de Eduard Fernández. Da aquí un recital portentoso poniéndose en la piel de Enric Marco. Todo, desde la forma de andar hasta las respiraciones propias de un señor anciano (murió con 101 años), el modo de hablar y expresarse o su indisimulado afán de protagonismo, es sencillamente perfecto. Borda el papel Eduard Fernández, aporta todos los matices y las complejidades que requiere el personaje. A su lado, entre otros intérpretes, una siempre solvente Nathalie Poza, quien interpreta a la doliente y muy sufrida mujer del protagonista, y Chani Martín, quien da vida a Benito Bermejo, el historiador que destapó la gran mentira de Enric Marco. 

Le escuchamos decir al personaje de Enric Marco después de hacerse conocido su engaño que, en el fondo, todo el mundo inventa un poco su propia historia. Y es verdad. Desde luego, muchas personas se inventaron un pasado heroico de resistencia ante el franquismo que no fue tal. Lo que pasa es que en su caso el nivel de impostura alcanzó unas cotas delirantes y enfermizas de desvergüenza, porque estuvo décadas afirmando haber estado en un campo de concentración nazi, una mentira, además, especialmente dolorosa dado que da gasolina a los negacionistas del Holocausto, esas personas que, por increíble que parezca, siguen diciendo que todo aquello es un patraña o una exageración. Lo cierto es que muy posiblemente Enric Marco se muriera pensando que repelente había ayudado a poner en el centro del debate público la realidad de los españoles de los campos de concentración nazis, seguro que él no dejó nunca de pensar que había hecho lo correcto. Pero sólo confundía su mediopatía y su obsesión por ser el protagonista con una buena causa. Y las buenas causas siempre son más importantes que aquellos que, puntualmente, les ponen voz y las defienden. Es algo que jamás entendió Enric Marco.


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