En un tiempo en el que los bulos y la polarización campan a sus anchas, son más pertinentes que nunca cuestiones como la honestidad de los periodistas, la importancia de entender que las opiniones son libros, pero los hechos son sagrados. Porque el periodismo se debe dedicar a contar lo que pasa, sin prejuicios, sin afán que informar de un modo riguroso y creíble. Es un debate trascendente para la calidad de cualquier sociedad democrática, que aborda muy de pasada, o que casi podemos decir que no aborda en absoluto, la estupenda novela Las verdades paralelas, de Marie Mangez, editado en Francia por Finitude, que es una de las novedades de esta rentrée en el país vecino.
En realidad, el libro es cualquier cosa menos una aproximación sesuda a las fake-news o al estado del periodismo. Hay menciones a estas cuestiones, pero el centro de la trama son los reportajes inventados por el protagonista del libro, que es tan mal periodista, porque básicamente se lo inventa todo, como buen novelista, con capacidad de encontrar en su imaginación siempre la mejor historia allá donde va, los mejores personajes. Se desplaza a los lugares donde está la noticia para hacer reportajes a fondo, pero en realidad no habla con nadie, en parte, porque tiene escasas habilidades sociales y le da miedo enfrentarse a la gente.
El libro comienza con el relato de la primera mentira de su protagonista, Arnaud Daguerre, que convirtió un suspenso clamoroso en un diez en un examen cuando era un niño. A partir de ahí, todo son engaños, fantasía, ficción. Se nos presenta a un niño enamorado de Julio Verne y de cómics como los de Tintín o Corto Maltés, que sus padres desaprobaban. Eso le llevó a acercarse a los periódicos y a la actualidad, historias que sus padres sí veían con buenos ojos para su hijo, lo que lo llevó a entregarse a esas otras historias. Y, claro, lo confunde todo. Tiene desde el principio la tentación de vestir sus historias de prensa de pequeñas mentiras sin importancia. Una cosa lleva a la otra y termina hasta inventándose a personas que no existen y son protagonistas centrales de sus reportajes, desde rebeldes en países en guerra hasta terroristas yihadistas arrepentidos. Bajo la apariencia de un hombre perfecto, exitoso, atractivo, con una familia adorable, encantador, se esconde en realidad alguien que es un mentiroso compulsivo, con serias deficiencias sociales y con pavor al mundo real
Si las novelas son mentiras que nos cuentan la verdad, el periodismo no debe mentir ni inventar jamás. No porque exista algo así como la verdad absoluta, irrebatible, unívoca e incuestionable, que eso es, precisamente, la mayor de las mentiras, sino porque cualquier trabajo periodístico debe ceñirse a los hechos. La novela hace preguntarse qué es exactamente la verdad o si la ficción, las historias inventadas, pueden retratar la realidad. La respuesta es que claro que pueden, y lo hacen a menudo mejor que reportajes periodísticos o ensayos sin un ápice de ficción, pero es fundamental cómo se presenta el texto. El problema llega cuando las invenciones se venden como historias reales. También recuerda que nunca conviene fiarse de las apariencias.
La novela nos hace recorrer de la mano de un cada vez más angustiado protagonista temas como la crisis financiera en Grecia, las revelaciones de Wikileaks, el Irak de la postguerra, la guerra en Siria, el drama migratorio en la frontera entre México y Estados Unidos o los atentados yihadistas en Francia en 2015. El protagonista está cada vez más agobiado y temeroso de que lo descubran, pero no puede dejar de mentir. Cuanto más miedo tiene, más inventa. Y, encima, cuando intenta no mentir le salen textos planos que no cuentan nada. Las verdades paralelas es, en fin, un atractivo ejercicio literario que recuerda que las novelas pueden (y deben) mentir para contar la verdad, pero que los medios de comunicación no pueden ir más allá de los hechos. En el fondo, un canto al poder de la literatura y también en defensa del buen periodismo, ambos tan necesarios, cada uno en su plano.
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