Cuanta más gente se muere, más ganas de vivir tengo


Cuanta más gente se muere, más ganas tengo de vivir, el chispeante, guasón y vitalista libro de Maruja Torres editado por Temas de hoy, comienza con una cita de Nora Ephron en No me gusta mi cuello, donde escribió “¿de verdad tenemos que pasarnos los últimos años evitando el pan?” Está muy bien comenzar así este libro, porque la cita refleja bien su tono y también porque la ligereza inteligente de la autora estadounidense rima con la forma de estar en el mundo de Maruja Torres. También su estilo de frase corta, con ráfagas cargadas de sentido del humor e ironía. 

El libro, dividido en capítulos breves que suelen girar en torno a lo cotidiano, en los que no faltan memorias del pasado de la autora y reflexiones sobre el presente del mundo, es una delicia. En esta obra, igual que en su frenética actividad en Twitter y en sus colaboraciones en medios, Maruja Torres se muestra como una mujer apasionada por la vida, alérgica a la solemnidad, irreverente y deslenguada, abierta al mundo que vive, extraordinariamente joven más allá de lo que diga su carnet de identidad. Una mujer admirable que no renuncia a vivir en el presente y que sabe que el final está cerca, pero disfruta de cada placer que le regala la vida en la vejez, al tiempo que recuerda todo lo vivido, no con un ánimo nostálgico o melancólico, sino para armarse de energía y valor para seguir adelante. 

La autora habla de todo en estas páginas, incluido el propio proceso de elaboración del libro. A la mitad cuenta una conversación con su editor en la que ella le dice que no tiene ya más que contar y él le responde que su capacidad de síntesis es a la vez su mayor cualidad narrativa y su mayor defectos porque “otro escritor, otra escritora, con lo que pones en un párrafo sacaría varios capítulos”. Lo cierto es que es en ese estilo tan directo, tan preciso, reside gran parte del encanto del libro. Efectivamente, la autora transita de un tema a otro en un par de frases, se dispersa, va y viene, y justamente por eso este libro se disfruta tanto. Es Maruja Torres en su esencia más pura, la periodista con una trayectoria admirable, la mujer que con su ejemplo ha llevado a tantas y tantas personas a querer dedicarse al periodismo para seguir sus pasos, la que habla abiertamente de la vejez y la cercanía de la muerte, de sus últimas voluntades, sin un ápice de dramatismo. 

La autora cuenta que padece insomnio y que muchas noches termina viendo fotos antiguas en las que recuerda dónde estaba y qué ocurría exactamente entonces. Vuelve una y otra vez a Beirut. Habla de las redes sociales, donde es muy activa, a pesar de que es consciente de que también tienen su basura (“como en la vida misma, intento alejarme de los malvados y de los gilipollas. Un trabajo para el que me siento bien entrenada”) y defiende un modo de estar en el mundo en el que la alegría no esté reñida con el compromiso social (“me río casi siempre y de casi todo, y eso me incluye”, “el sentido del humor puede convivir con la tristeza, pero no con el resentimiento”).

Cuanta más gente se muere, más ganas de vivir tengo es cualquier cosa menos una despedida. La autora sabe que no le pueden quedar muchos años y ha despedido a muchos amigos últimamente, que ella prefiere pensar que no han muerto, sino que se han ido a un país sin cobertura. Hay cero solemnidad en estas páginas. Como cualquier buen libro en el que merodea la muerte, es una obra que celebra todo lo bueno de la vida, lo que apasiona a Maruja Torres con una ilusión infantil y desbordada. Eso incluye, desde luego, a sus amigos, su auténtica familia elegida. Y también el cine, una de sus grandes pasiones. Hablar de cine era, antes, también, una forma de vivir mejor la vida”, leemos en un pasaje del libro. “Quiero a mi gente del cine como quiero a mi gente de la vida”, escribe poco después. Entre medias, menciones constantes a películas y series clásicas. 

Como a toda persona que ama la vida, a Maruja Torres también le gusta comer y cocinar para ella. Aquí habla de cafeterías y restaurantes, de recetas queridas. “Siento por los alimentos (la comida, los materiales de calidad, las sabias combinaciones, los benditos y variados sabores) y por las bebidas adecuadas una inmensa gratitud”, escribe. 

Afirma que no ha sentido el amor duradero, el que termina convirtiéndose en amistad, pero que sabe que existe por lo que ve en algunos amigos. Disfrutó de relaciones pasajeras y del sexo. De hecho, afirma que le escandaliza observar hoy en día “una tolerancia mucho mayor hacia la violencia que hacia el sexo libre, gratuito y mutuamente elegido”. Y, por supuesto, también le apasiona viajar. Uno de los últimos capítulos se llama Toca ir haciendo maleta,  en alusión al final del libro, a cómo prepararse para muerte también, y en él cuenta que “hacer la maleta, en otros tiempos que por fortuna viví, era como esperar la noche de Reyes”. En el libro, a saltos, también viajamos gracias a la memoria de la autora por las ciudades de todo el mundo en las que ha vivido y que ha amado. 

Maruja Torres se define como alguien nómada que no se siente de ninguna parte . “Soy de donde me quieren, pero tarde o temprano, me largo a otro lugar donde, otros, me quieren también”. La autora es de donde la quieren y por eso, claro, es de tantas partes a la vez, porque si algo dejan claro la admiración de su trabajo periodístico de décadas y también la recepción entre público de todas las edades de este libro, de su aparición en el programa de Jordi Évole o de su tribuna en la Ser es que Maruja Torres es querida por muchas personas que admiramos y queremos imitar su forma de estar en el mundo, tan alegre, gamberra, apasionada, irreverente y tierna. Si no fuera porque ella huye de solemnidades y palabras gruesas, diríamos que Maruja Torres es un auténtico referente. Dicho queda, en todo caso. Un libro maravilloso, un regalo, otro más, de su autora. 

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