La profesora de literatura

 

No contenta con ser la plataforma predilecta de todo buen cinéfilo, con las propuestas más selectas y variadas, Filmin organiza cada año en Mallorca el Atlántida Film Fest, un festival de cine cuyas propuestas, siempre sugerentes, pueden verse durante unos días en la plataforma. Este año me ha gustado especialmente La profesora de literatura, de  Katalin Moldovai, que retrata el impacto en la convivencia social, la educación y la libertad de expresión del gobierno de extrema derecha en Hungría. Es una película tan sobria como impactante, una denuncia contenida pero contundente contra el fanatismo ultraderechista. Y creo que en ese tono reside gran parte de su acierto. Es una gran película por el tema que aborda y también por la forma en la que lo hace. 

El punto de partida de la película rima con planteamientos retrógrados escuchados también en España, como el del pin parental, es decir, el pretendido derecho de padres ultras a que a sus hijos no se les enseñe el mundo real en la escuela, porque quieren que se queden con su rígida y gris visión del mundo. Dicen que quieren evitar que laven el cerebro a sus hijos, pero siempre les falta una palabra en esa frase. En realidad quieren evitar que otros laven el cerebro a sus hijos, porque para eso, les falta siempre añadir, ya están ellos. Son esas patrañas de quienes dicen que vivimos en una dictadura woke o que ahora si no eres gay no te respetan. Esa clase de idioteces. Gente con la piel finísima, pero que luego dice que los ofendiditos son los otros. Nos resulta familiar, pero la diferencia es que en Hungría ese “pensamiento” (lo pongo entre comillas porque llamarlo así es una hipérbole excesivamente generosa) es mayoritario entre la sociedad y gobierna. 

En La profesora de literatura, que pudo verse en Filmin unos días en agosto y que se estrenará próximamente en cines, el punto de partida es tan terrorífico como realista: una profesora de literatura es denunciada por un padre de un alumno de 17 años porque recomendó en una de sus clases la película Vidas al límite, que retrata la relación entre los poetas franceses Arthur Rimbaud y Paul Verlaine. 

No es que al padre no le gusten los poemas de esos autores o que no sea fan del cine, claro (aunque no tiene mucha pinta de ser un gran lector, la verdad). En realidad, ni siquiera llega a saber nunca de qué va la película. Es sólo que ve durante unos segundos que ese filme muestra una relación homosexual. Y eso le parece aberrante, una imposición de la profesora en la educación de sus hijos, la promoción de un modelo de vida que considera repulsivo. Comienza entonces una pesadilla para la profesora, convencida de que no hecho nada mal. Es una de las profesoras preferidas de los alumnos y en parte es porque no se ciñe al plan de estudios rígido, sino que hace debatir a los alumnos y les plantea sugerencias como ver esa película. Además, imparte un curso de teatro en el que leen poesía y les invita a crear sus propios poemas. Les transmite, en fin, la pasión por la literatura y, si algo es la literatura es un espacio de libertad, que cada mal con visiones en blanco y negro del mundo como la de ese padre.

La película evita en todo momento los excesos narrativos, está muy bien contada. Sobre todo, por cómo muestra la evolución de todos alrededor, como la directora del centro, quien en realidad apoya a la profesora y no cree que haya hecho nada malo, pero que tiene miedo a las consecuencias de no castigarla por la denuncia alocada de ese padre retrógrado. La película habla del coste de defender los valores y principios, de la importancia capital de la educación, de la cobardía y deshonestidad ante poderes injustos y también del alto componente tóxico de los fanáticos discursos del odio y del radicalismo de la extrema derecha

Hay dos escenas muy reveladoras en la película. En una de ellas, casi al comienzo del filme, la profesora va a hablar con el padre del alumno, convencida del poder del diálogo, de que se hará entender. Se encuentra con un muro de fanatismo y sinrazón. No tiene ninguna voluntad de hablar. Las ideas radicales lo intoxican todo. En otra escena, la profesora defiende que la escuela debe educar a personas informadas que saben escuchar para comprender a los demás, pensar con matices sobre la realidad que nos rodea. “Ésa es exactamente la actitud que algunos padres consideran problemática, ¿quiénes somos nosotros para imponerles lo que está bien o mal para sus hijos?”, responde la directora. Ahí está la clave de lo que muestra la película. Sostener que hay que educar a los jóvenes en el espíritu crítico y enseñarles a pensar por ellos mismos es algo intolerable para la gente retrógrada. Tan espantoso como cierto. 

También es gracioso y, de nuevo, muy, muy reconocible, que el eslogan de la escuela se apropia la palabra libertad, un clásico de la gente que más teme a la libertad y más desea restringir la libertad de todo aquel que piensa diferente o, sencillamente, del que piensa. 

Las interpretaciones del elenco, en especial las de Àgnes Krasznahorkai, que da vida a la profesora Ana Bauch; Soma Sándor, quien interpreta al alumno y Tunde Skovran, la directora, también reman a favor de la película. Un filme tan acertado en el fondo como en la forma, un ejemplo de resistencia del cine húngaro ante el radicalismo fanático de su gobierno ultra. Una demostración en sí misma de que la cultura, esa que tanto miedo da a los retrógrados, es y sólo puede ser libre, y precisamente por ello la temen tanto. 

Comentarios