Soy toda oídos


Uno de los momentos que más disfruté este año en Sant Jordi fue una charla con los responsables de la editorial las afueras en su parada en Paseo de Gracia. Era pronto y todavía no se había formado ese maravilloso aluvión de lectores y lectoras ante las paradas de editoriales y librerías que, lógicamente, hacen más difícil tener charlas. Fue muy interesante charlar con ellos porque siempre lo es hablar de libros y más aún cuando se trata de una editorial con un catálogo tan cuidado, con un gusto tan exquisito por la literatura. Consigue las afueras algo que es complicado: servir de auténtico prescriptor, de garantía de calidad. Uno piensa automáticamente que algo debe de tener un libro editado por este sello si lo han elegido. Me fío ciegamente de su criterio, siempre estimulante. 

Me habría llevado la casera entera, pero tuve que elegir, básicamente, para dejar algo para la inminente Feria del Libro de Madrid. Por supuesto, compré Soy toda oídos, de Kim Hye-jin, con traducción de Irma Zyanya Gil Yañez y Minjeong Jeong. Me encantó su anterior obra, Sobre mi hija, también editado por las afueras. Ambas novelas comparten ciertos elementos comunes. En especial, sus reflexiones sobre el lenguaje, su capacidad y sus límites, su trascendencia y su impacto en nuestra vida diaria. 

Si en su obra anterior la autora contaba la historia de una mujer que se resistía a aceptar que su hija es lesbiana, pero desde un lugar nada reduccionista ni panfletario, sino muy humano, aquí relata la historia de una terapeuta que acudía a programas de televisión y cayó en desgracia después de hacer unos comentarios sobre un actor que pudieron tener repercusiones en su posterior suicidio. Se va dosificando muy poco a poco la información sobre aquel hecho del pasado. Nos encontramos a una mujer apartada de la vida pública, alejada de su trabajo y de la gente, que pasa el tiempo escribiendo cartas en las que pide perdón y conjura los fantasmas de ese episodio. Cartas que no llega a enviar, o no todas. 

De pronto, un encuentro casual con una niña que, como ella, se preocupa por un gatito abandonado en la calle le cambiará y le ayudará a sobreponerse. Es un relato en tercera persona. Una historia plácida, pausada, con hondura y delicadeza, sin terminar de contarlo nunca todo. Es como un poema sobre la realidad, porque todo lo que se cuenta es realista, pero se hace con un estilo bello y muy lírico, con frases cortas y directas. “Aparento seguir viva; vivo estando muerta”, leemos nada más comenzar el libro. 

La novela interpela al lector de hoy en día. Todo gira en torno a algo muy actual: la salud mental, las turbas digitales que conducen a la muerte civil de personajes públicos, los juicios de otras personas sin conocer su situación real ni preocuparse por ella, la falta de comunicación real entre las personas en un tiempo en el que, paradójicamente, hay más herramientas de comunicación que nunca… Y el lenguaje, sí. En todo momento, el lenguaje y sus limitaciones. “Algunas ideas no se transforman en sonido, como si no se pudiera sacar porque están firmemente incrustadas como clavos de hierro”, leíamos en la obra anterior de la autora. Aquí, de nuevo, aparecen los problemas para comunicar lo que se siente. 


Respecto a esto, hay un pasaje un poco largo pero muy revelador de la literatura de la autora y de su aproximación a la comunicación y el lenguaje. En este caso, además, con una protagonista que es terapeuta y cuyo trabajo, por tanto, tiene en el centro la comunicación


Ella nunca le ha temido al lenguaje. Estaba convencida de que entendía perfectamente el mundo de las palabras. Pensaba que, interpretando, explicando, refutando, aceptando y confesando, podía expresar con precisión su ser interior. Estaba segura, además, de que de esa manera podía examinar el corazón de cualquiera. 


Ahora cae en la cuenta de que ella misma no era más que un ser humano abarrotado de palabras que desperdiciaba sin la mejor prudencia. Nunca se tomó el tiempo de pensar cómo nacían, cómo vivían y dónde iban a morir”.  misma no era más que un ser humano abarrotado de palabras que desperdiciaba sin la mejor prudencia. Nunca se tomó el tiempo de pensar cómo nacían, cómo vivían y dónde iban a morir”. 


El libro, además de por todo lo mencionado antes, me ha gustado mucho porque se aproxima a un fenómeno, el de las críticas en medios digitales, algunos lo llamarán cancelación, que poco a poco va asomando en la literatura, porque la vida y las realidades y debates de la sociedad de cada tiempo siempre terminan apareciendo en los libros. Por ejemplo, recientemente en Querido capullo, de Virginie Despentes. En Soy toda oídos,  la autora no dice qué está bien o qué no, no hace una aproximación simplista a este fenómeno, porque ya decimos que es un buen libro que no busca pontificar ni simplificar la realidad, pero sí deja algunas reflexiones atractivas. Por ejemplo, cuando escribe de uno de sus personajes que “reprime su deseo de elegir un bando y tomar partido. Lo cierto es que, por una parte, es más fácil y simple decantarse por algo que no hacerlo. Es una manera rápida de mostrar qué tipo de persona se es, resulta una opción atractiva”. Y ahí, en esas pocas palabras, se encierra quizá una de las claves de este tiempo nuestro tan polarizado y poco reflexivo, tan alérgico a los matices y al debate entre diferentes. 

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