La excepción cultural francesa

 

Durante la pandemia descubrí gracias a las recomendaciones culturales del Instituto Francés de Madrid el programa La grande librairie, de France 5, que cada semana reúne a varios escritores para hablar durante una hora y media sobre sus últimas obras y sobre distintos temas. Desconocía entonces que ese espacio, que se convirtió muy pronto en uno de mis programas de televisión favoritos, era en gran medida heredero de los programas librescos de Bernard Pivot, en especial, de Apostrophes, que fue un hito en la televisión francesa. Pivot falleció esta semana a los 89 años y políticos, editoriales, autores, lectores y periodistas han despedido casi diríamos que con honores de Estado al conocido como Roi Lire. Y, por supuesto, La grande librairie también le dedicó un programa especial esta semana. 

Sé que no está bien mitificar a un país, porque la admiración ciega es siempre irracional, pero con Francia, a veces, me cuesta no hacerlo. No hay ningún otro país que tenga un programa de libros en el prime time televisivo, es algo que forma parte de la excepción cultural francesa y es algo que, en gran medida, le debemos a Pivot. Su programa tenía entre  2,5 y 6 millones de espectadores. Un tercio de los libros vendidos en Francia se debía a sus recomendaciones. Llegó a tener una influencia enorme. Algo que, como tantas obras benditas rarezas relacionadas con el mundo de la cultura, sólo puede ocurrir en Francia. 

En el programa de La grande librairie dedicado a Pivot varias personas que lo conocieron bien reflexionaron sobre lo que tenía de único. También recordaron algunas escenas míticas de sus programas, como un momento delirante de Bukowski completamente borracho en el plató o un intento de suicidio de un espectador que Pivot frustró con una admirable sangre fría. Y muchas, muchas entrevistas a autores franceses e internacionales. 

Se dijeron cosas muy bonitas de Pivot en ese programa, reflexiones que además son muy válidas para el la divulgación cultural en medios y, en general, para la forma de afrontar la vida. Destacaron de él que siempre representó al espectador, que sentía auténtica curiosidad y que hacía preguntas porque le interesaba de verdad la respuesta. Parece una obviedad, pero no lo es en absoluto. Cada vez se pregunta menos porque de verdad interese lo que la otra persona piensa. Se suele preguntar para desarmarla, para reforzar los propios prejuicios, para alimentar ideas preconcebidas o para buscar el error en el otro. Pivot preguntaba por auténtica y genuina curiosidad.  De su espacio televisivo se decía que era un programa de variedades intelectual. 

Ahí reside otra de las claves del éxito de sus programas y de cualquier programa cultural en televisión. Pivot tenía una vocación didáctica, quería llegar a los espectadores, no los miraba por encima del hombro, daba cabida a toda clase de literatura, a todo tipo de autores. Además, era un apasionado del idioma francés, adoraba los diccionarios, y organizó los Dicos d’Or, unos dictados masivos de los que La grande librairie mostró imágenes de varios años y en los que disfrutaba como un niño. Un poco en esa línea, La grande librairie organiza cada año un concurso de lectura en voz alta en colegios e institutos. 

Uno de los momentos más emotivos del programa fue cuando se recuperaron algunos fragmentos de la última entrevista concedida por Pivot al programa de France 5 que es, en buena medida, su heredero. Tenía entonces 85 años y presentaba un libro en el que reflexionaba sobre cómo la vida sigue, siempre sigue. Contaba en esa entrevista que siempre podemos añadir algo a nuestra vida, independientemente de la edad. Un nuevo amigo, una mascota, un autor que nunca hemos leído, una novela, una obra artística, un paisaje. Es muy bella esa idea de la que la vida consiste en no dejar de sumar esas pequeñas cosas. Quizá por eso fue un muy activo y exitoso usuario de Twitter.


Pivot, por supuesto, también tuvo polémicas en su dilatada carrera. Ninguna tan fea como su actitud complaciente con Gabriel Matzneff, un escritor que alardeaba de tener relaciones con menores. En 1990, Pivot le dio las gracias. Treinta años después, Vanessa Springora publicó El consentimiento, un libro terrible en el que contaba que Matzneff abusó de ella cuando ella tenía 15 años. Pivot pidió perdón por su actitud en aquella entrevista. Eran otros tiempos, pero actitudes así eran impresentables, siempre lo fueron. 


François Busnel, que creó La grande librairie y cedió el testigo hace dos años  Augustin Trapernard, estaba especialmente emocionado. Contó que Pivot fie siempre un referente para un trabajo, el suyo, que es apasionante porque permite hablar con personas apasionantes y leer libros, muchos libros. Los libros, que son, dijo Busnel, perturbadores existenciales, porque tienen la capacidad de cambiar nuestra forma de ver la vida. Busnel alabó la curiosidad de Pivot y recordó que lo importante no es tener respuestas para todo, sino tener preguntas para todo. Busnel cerró el programa diciendo que su palabra preferida del francés es “gratitud”. Hacía así un guiño al conocido como cuestionario Pivot, una serie de preguntas inspiradas en el cuestionario de Proust (que en realidad creó Antoinette Faure y que Marcel Proust contestó en 1885). 


El cuestionario Pivot es otra de las muchas herencias que dejó este periodista, divulgador, escritor, miembro de la academia Goncourt y , sobre todo, ávido lector. Es, además, un cuestionario que permite jugar y disfrutar, que es la forma que Pivot siempre tuvo de concebir la literatura. 


Ahí va: 

  • ¿Cuál es tu palabra favorita?
  • ¿Cuál es palabra que más odias?
  • ¿Qué es lo que más te gusta hacer?
  • ¿Qué es lo que más te disgusta?
  • ¿Cuál es el sonido que más te gusta?
  • ¿Qué sonido odias?
  • ¿Cuál es tu palabrota favorita?
  • ¿Qué profesión, además de la que tienes, te gustaría ejercer?
  • ¿Qué profesión no te gustaría tener?
  • Si el cielo existe, y te encontraras a Dios esperándote ¿Qué te gustaría que te dijera?

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