Civil War

 

El cine estadounidense no se ha ahorrado representaciones apocalípticas e impactantes de futuros más o menos cercanos. Hemos visto en películas y series a extraterrestres invadir la Tierra, a superhéroes combatiendo a villanos de cómic que quieren dominar el mundo, atentados terroristas, ciudades devastadas por el cambio climático, el Capitolio saltando por los aires, la Casa Blanca asaltada, toda clase de distopías… La amenaza en todas esas historias era siempre externa. La particularidad inquietante y tenebrosa de Civil War es que imagina una guerra civil en Estados Unidos en un futuro no muy lejano causada por la extrema polarización política, el radicalismo y el deterioro de la democracia desde dentro, sin amenaza externa alguna. 


La película de Alex Garland llega en un momento particularmente preocupante en Estados Unidos y en las principales democracias occidentales. Proliferan los discursos radicales, la división de las sociedades en buenos y malos ciudadanos, los bulos, el odio contra el de enfrente, la absoluta deshumanización del adversario político y la certeza a ambos lados de la trinchera ideológica de que la crispación siempre, siempre, siempre, son los otros. En Estados Unidos, además, el estreno de esta película llega a pocos meses de unas elecciones presidenciales es la que es probable que Donald Trump vuelva a la Casa Blanca. 


En los créditos finales de la película se incluye el mensaje clásico que recuerda que estamos ante una historia de ficción, que todas la situaciones y personajes vistos en pantalla son ficticios y que cualquier parecido con la realidad es simple coincidencia. Lo cierto es que es aterrador lo familiar que resulta el nivel de degradación de la convivencia y del debate político que se intuye en el filme y que llevó a ese escenario trágico de la guerra civil en Estados Unidos. Y no se trata de ser alarmista ni catastrofista, pero la realidad es que la sociedad estadounidense, tristemente abanderada en esto para el resto de sociedades occidentales, está rota. Hay una parte no menor de la población convencida de las más absurdas patrañas. Hay dos bloques cada vez más diferenciados en la sociedad, sin el mejor intercambio de ideas entre ambos, sin la mejor oportunidad de dialogar. No es que se tengan opiniones muy distintas sobre cualquier asunto de la realidad, es que directamente no se comparte una realidad común, cada bloque vive en su burbuja, en su realidad alternativa. 


Una de las razones por las que algunos han criticado Civil War es, a mi manera de ver, una de sus grandes virtudes: no da detalles preciosos, no explicita en ningún momento, por ejemplo, de qué partido está detrás del presidente ficticio de la película que se atrinchera en la Casa Blanca y contra el que se rebela una fuerza militar de distintos estados. Se muestra el resultado crudo y terrorífico de años de crispación, enfrentamiento y deterioro democrático y civil. Se nos enseña el punto final de este irresponsable ejercicio de división social y odio al que piensa diferente que, con menor o mayor intensidad, se puede constatar fácilmente en muchos países, también en España. Comienza la película con escenas bélicas en Nueva York, con el horror más absoluto, sin saber bien cómo hemos llegado hasta allí, pero poco a poco se nos van dando pequeños detalles. El tercer mandato ilegal del presidente. La vigilancia de estadounidenses que piensan distinto. El odio al inmigrante. Todas esas líneas rojas que no se pueden cruzar jamás en una democracia y alegremente demasiada gente permite cruzar a los gobiernos de turno siempre que sea de los tuyos. 


Otro acierto de la película es contar la historia desde la perspectiva de cuatro periodistas, porque pocas profesiones son más necesarias para mantener la calidad democrática que el periodismo. Y pocas, también, son tan perseguidas y atacadas desde fuera y, tristemente, en no pocas ocasiones también devaluadas  y utilizadas desde dentro. Una prensa libre, realmente libre, que fiscalice al poder y practique con honestidad y responsabilidad su oficio es clave para contener cualquier pretensión autoritaria o antidemocrática. Por eso los medios están siempre en la diana del poder. Por eso es tan importante que los medios ejerzan su función, que no se presten a juegos con ningún partido político, que sean de verdad libres e independientes. En un diálogo de la película escuchamos decir que el papel del periodismo no es hacer preguntas o reflexionar, sino mostrar la realidad tal cual es para que otros, los espectadores, los lectores, se planteen las preguntas debidas y saquen sus propias conclusiones. 


Aunque hay pasajes del filme que no son realistas, como ver a los periodistas tan en primera línea de la guerra o incluso dando órdenes al ejército, el resultado final es más que positivo. La película impresiona. Funciona a la perfección contarla a través de una reportera de guerra veterana y devastada por lo que ve en su país (enorme Kirsten Dunst), su compañero periodista adicto a la adrenalina de cubrir guerras pero también destrozado  (Wagner Moura), una joven que quiere seguir los pasos de la reportera de guerra y se la juega para tomar fotos de lo que está ocurriendo (Cailee Spaeny) y un periodista veterano con una forma física mejorable pero con conocimientos de sobra (Stephen Henderson). Hacen un cuarteto interesante y de su mano vamos concibiendo ese futuro distópico causado por actitudes y discursos políticos que vemos a diario. 


La película plantea también una reflexión sobre cuánto debe mostrar el periodismo en las guerras. ¿Imágenes duras de cadáveres, por espantosas que sean, para concienciar a la población de lo que está ocurriendo? ¿Hay límites? ¿Es ético mostrar los cuerpos sin vida de personas cuyos familiares pueden ver esas fotografías? Es un debate abierto en el que no es precisamente sencillo encontrar un punto intermedio. 


La reportera veterana cuenta en un momento de la película que cuando cubría guerras fuera de su país y enviaba fotos de aquellas atrocidades lejanas siempre pensaba que estaba enviando un aviso a sus compatriotas, que no hagan eso, que no sigan ese camino. Esta película ejerce también ese papel. Reconocemos demasiado bien todo lo que se intuye que ha conducido al país a una guerra civil. Es solo ficción y en nuestras manos está que lo siga siendo. 

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