La quimera de Sant Jordi



Uno de los libros más presentes hoy en las paradas de Sant Jordi en Barcelona ha sido La ciudad y sus muros inciertos, la nueva novela de Haruki Murakami. Los libros del autor japonés son especialmente propicios para Sant Jordi porque en ellos todo parece normal, pero hay pequeños indicios de que algo anómalo sucede. Son detalles mínimos, prácticamente imperceptibles, pero, cuando te quieres dar cuenta, estás metido en un mundo de fantasía que miras con toda naturalidad, como si nada extraño ocurriera a tu alrededor. Algo así sucede cada 23 de abril en Barcelona

Sant Jordi es un día laborable en la ciudad, pero es cualquier cosa menos un día normal. Esta mañana, a la misma hora de siempre, muchas personas se dirigían a sus trabajos, pero la ciudad en la que iban a hacer sus labores cotidianas, hoy más que nunca la ciudad de los prodigios, no sería exactamente la misma que el resto del año. La normalidad y la fantasía, mano a mano. Ya los días previos, como primeros indicios, se dejan ver con cierta timidez las primeras paradas en las calles a las puertas de las librerías, mientras en las floristerías se preparan para tenerlo todo a punto. Aparece también la bella decoración de cada año de la Casa Batlló con rosas gigantes que, como en una novela de Murakami, brotan de repente de la fachada de uno de los edificios más bellos y ya de por sí más llenos de leyendas y fantasía de la ciudad. Hasta los locales más insospechados aparecen de pronto adornados con rosas, libros y dragones. Incluso el pan por Sant Jordi cambia de color. 





Parece todo real, pero a la vez fantasioso, literario, propio de un mundo de ficción como Celama, la provincia ficticia creada por Luis Mateo Díez, que hoy ha recibido en Alcalá de Henares el Premio Cervantes. Su discurso ha estado lleno de menciones al Quijote y a las quimeras de la obra cervantina, esas benditas quimeras que llenan la literatura. Define la RAE quimera como “aquello que se propone a la imaginación como posible o verdadero, no siéndolo”. Y, de nuevo, encaja a la perfección con lo que se ha vivido hoy en Barcelona, porque cuesta creer que sea real lo que ven nuestros ojos, más parece una quimera


Salgo pronto a la calle y me encuentro ya con muchas personas con rosas, niños apresurados camino del colegio a los que se le van los ojos a las paradas de libros y gente que se dirige a sus oficinas o puestos de trabajo y que se escaparán en cuanto tengan un rato libre. Disfruto especialmente esos primeros momentos de la mañana, aún con algunas paradas a medio montar, porque es cuando se puede charlar con las personas de las librerías y editoriales que están al otro lado, antes de que sea imposible por las aglomeraciones. Paso por las paradas de varias de mis editoriales preferidas, de esas en las que uno siempre pesca algo, como Acantilado, Alpha Decay (donde me dicen que hago la primera compra de la mañana, pura ansia la mía) o Las afueras, sello independiente que ejerce a la perfección su papel de prescriptor. Todo lo que he leído editado por Las afueras me ha gustado, así que me fío de su criterio ciegamente.



 

Recorro las paradas y celebro un año más la bibliodiversidad que encuentro a mi alrededor. Las últimas novedades y puestos con libros de segunda mano. Libros ilustrados y de poesía. Ensayo y literatura. En catalán, español y cuantos idiomas pensemos. Encuentro, por ejemplo, una parada curiosa de literaria escrita en inglés desde Barcelona. Firmas de autores literarios de mucho prestigio al lado de otros populares en su primera incursión en el mundo editorial. Colas de lectores esperando charlar un ratito con su autor preferido, pedirle una firma y hacerse un selfie. Mucha atención a la literatura infantil, que celebro todos los años porque es fundamental aprender a amar la lectura desde pequeños. Este año, por cierto, ha sido la primera vez que el pregón de Sant Jordi lo ha dado un autor de literatura juvenil e infantil, David Wallians, en un guiño necesario a la importancia de que niños y niñas lean y lean de todo. Muchos libros de filosofía y feminismo, no pocos de Israel y Palestina. 


Disfruto con escenas sólo cotidianas un día al año, cada 23 de abril, en esta mezcla entre realismo y fantasía en la que transcurre el día. Grupos de alumnos de colegios e institutos cuyos profes han dejado saltarse las clases para disfrutar en la calle de Sant Jordi. Muchas parejas con sus libros y rosas, muchos besos, muchas sonrisas. Un chaval que esconde, tímido, una rosa a la espalda antes de dárselo a una joven. Dos chicos que van de la mano, cada uno con su rosa, sonrientes y felices. Dos mujeres jóvenes que se comen a besos antes de intercambiarse libros. Ya a la tarde, familias que disfrutan de la fiesta tras haber terminado sus respectivas obligaciones, el trabajo de los mayores, el cole de los pequeños. 




Otro de los grandes alicientes de Sant Jordi cada año son los programas en directo en la calle de distintas radios y televisiones. La Ser, que siempre lo da todo por Sant Jordi, ha celebrado hoy una programación especial para celebrar aún más este día y, de paso, también el centenario de Radio Barcelona. Por la mañana disfruto un rato de radio en directo del programa Aquí Catalunya, presentado por Pablo Tallón, con Bob Pop y Mariola Cubells, entre otros, antes de escuchar un popurrí de canciones de series míticas de dibujos animados a cargo de Litus.


Desde ese mismo escenario de la Ser, por la tarde, Carles Francino y su equipo hacen el programa La Ventana, volcado por completo en este Día del Libro. Escucho una parte de su primera hora, en la que están, entre otros, Andreu Buenafuente, Berto Romero y Milena Busquets. De esta última he comprado su último libro, Ensayo general. Deja unos cuantos titulares a modo de aforismos como “creo en los éxitos cortos, los largos te estropean”, “la vida es un ensayo general, sólo es eso. Cosas definitivas hay muy pocas” o “no hay que esforzarse con el amor, el amor tiene que ser fácil en un mundo en el que todo lo demás es complicado y exige esforzarse. Has de tocar el cielo al menos una vez por semana”. 


Por la mañana, en el plato que TV3 tiene instalado en la Plaza Cataluña llego a tiempo de escuchar un poco a Eduardo Mendoza, que logra en sus entrevistas lo mismo que consigue en sus libros, ponerte siempre de buen humor. Misma cualidad que tiene Barcelona en mí, por cierto. Otra autora a la que escucho gracias a los programas en directo desde la calle de los medios es Regina Rodríguez Sirvent, que presenta Las bragas al sol en Catalunya Ràdio. Cuenta, por cierto, que en Estados Unidos la inclusión del término “bragas” en el título genera polémica e incluso problemas para publicarlo allí. Al  ver la radio en directo por Sant Jordi me acuerdo todos los años de Julia Otero, que hace su programa de las tardes de Onda Cero desde Barcelona y que, al menos estos últimos años, no ha salido a la calle por Sant Jordi. Ojalá en su próxima etapa los fines de semana a partir de la próxima temporada. 




Una de las noticias de este Sant Jordi es que La Rambla se recupera plenamente, de Canaletas a Colón. Vuelve del todo a la fiesta de libro y la rosa la calle que siempre fue su centro neurálgico y que, en realidad, nunca se fue del todo. Es cierto que en los años pandémicos y postpandémicos ocupó un espacio secundario. Esta vez lo llena todo hasta la zona de Colón, donde comienzan las obras de La Rambla. Todo está precioso en La Rambla, como siempre: los puestos de flores, cada monumento engalanado para la ocasión, como el Mercado de la Boquería decorado con rosas o el Palacio de la Virreina recordando que Barcelona es ciudad de la literatura para la Unesco.


Me sorprendió que no hubiera paradas en la Plaza Real, fija otros años en esta fiesta y uno de mis lugares preferido de la ciudad, pero entiendo que no puede haber paradas en todas partes. Rambla abajo, veo firmando libros a Sara Torres, a la que escuché ayer en El ojo crítico hablando de su nuevo libro, La seducción, en el que cuenta la historia de amor de dos mujeres que afrontan la relación desde puntos de vista y ritmos muy diferentes. Muy buena pinta. 




 A las dos tengo visita al Palacio de la Generalitat, que al igual que muchos otros monumentos de la ciudad, tiene jornadas de puertas abiertas por Sant Jordi. Antes de entrar me da tiempo a desviarme un poco y contemplar Santa María del Mar, la catedral del mar. Frente a ella, por cierto, hay uno de tantos grupos de jóvenes vendiendo flores, con la diferencia de que estos además están cantando. Una de ellas tiene una voz preciosa, muy delicada. Voy a la Generalitat, ahora sí, que este año tiene una decoración muy llamativa con un dragón gigante en la fachada. Me encanta poder visitar esta edificio con seis siglos de historia y con referencias a Sant Jordi por todas partes. Impresionante. 


Frente a la catedral un año más se celebra la lectura continuada del Quijote. Porque Barcelona, no lo olvidemos, es también ciudad cervantina y aparece también en el Quijote. Me topo de casualidad con La Central del Museo de Historia de Barcelona, que también tiene una parada de libros en la calle.


Va avanzando la tarde, tengo que ir pensando en recogerme. Las nubes asoman y amenazan, pero de momento no descargan lluvia. Tras las tormentas y granizadas de ayer, hoy no nos podemos quejar. Las calles están repletas de gente frente a las paradas de libros y rosas, más aún por la tarde cuando la gente ha salido del trabajo, pero es que además las librerías también están abiertas y llenas de lectores. Ya camino de recoger mi equipaje para dirigirme a la estación paso por delante de la Librería Laie de Pau Claris y está a rebosar de gente. Lo dicho, lo de Sant Jordi en Barcelona es una pura quimera, no parece real. 




Se estima que hoy se venderán siete millones de rosas y cerca de dos millones de libros, entre el 8% y el 10% de los libros de todo el año. La fiesta tiene un impacto previsto en la ciudad de 60 millones de euros. Son cifras impotentes y muy positivas para el sector editorial y el de las floristerías, porque recuerdan que esto de las ensoñaciones y las fantasías son mucho más que dinero y negocio, pero también son sectores potentes que hay que cuidar. Prima, con todo, lo fantasioso, todas esas pequeñas anomalías que, como en las novelas de Murakami, de pronto se cuelan en la realidad. Lo de hoy en Barcelona es más real que la propia vida. Tanto, que no lo parece. En el fondo, en Sant Jordi no dejamos de celebrar una leyenda. Todo es demasiado bello para ser real, sí. Pero lo es. Lo es, al menos, tanto como las historias que leemos en los libros. Y, como decía Borges en una cita que ha mencionado también Luis Mateo Díez en su discurso de aceptación del Cervantes: “la irrealidad es la auténtica condición del arte”.  


Ya queda menos para el próximo Sant Jordi. Felices lecturas. 

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