¿Podrás perdonarme algún día?

 

Hace mucho ya que Disney dejó de ser esa productora de películas infantiles de dibujos animados. Es mucho más que la factoría del ratón más famoso del cine. Produce toda clase de historias, es un gigante mundial del entretenimiento con divisiones de todo tipo. Y, sin embargo, seguimos asociando el término Disney con historias blancas y familiares, con finales felices y llenas de ternura y buenos sentimientos. Por eso, inconscientemente, cuando echando un vistazo por el catálogo de Disney Plus uno se encuentra con películas como ¿Podrás perdonarme algún día? la primera reacción es de extrañeza, porque es cualquier cosa menos lo que asociamos con una película de Disney, exactamente todo lo contrario. Y es, claro, maravilloso que así sea. 

En su día cuando vi el tráiler de la película de Marielle Heller me llamó la atención, pero se me escapó y le perdí la pista. Ahora al fin he podido verla y constatar así que es una fantástica rareza, una película sobre dos tipos que viven en los márgenes de la sociedad, políticamente incorrecta, que narra la historia de un fraude, con un montón de aristas y reflexiones interesantes sobre la creación, la precariedad laboral, la vida en sociedad y el mundo editorial

La película cuenta la historia real de Lee Israe, una escritora que tuvo cierto éxito como autora de dos biografías, pero que malvive con trabajos míseros, a la que su agente no coge el teléfono y cuyos libros parecen no interesar ya a nadie. Es una mujer que quiere más a los gatos que a las personas, que tiene serios problemas de alcoholismo, que detesta la vida social, siempre dice lo que piensa y no mantiene vínculos personales con nadie porque le dan mucha pereza las exigencias de amigos y familiares. Un buen día es despedida del trabajo que le permitía subsistir, así que tendrá que buscar una alternativa para obtener ingresos. Esa alternativa termina siendo falsificar cartas de escritores y escritoras del pasado para venderlas a librerías y coleccionistas. 

En el camino, la escritora, magistralmente interpretada por Melissa McCarthy, entabla algo parecido a una amistad con un hombre tan aficionado al alcohol como ella, de profesión dudosa y que comparte con ella eso de vivir en los márgenes de la sociedad, a quien da vida Richard E. Grant. Sin duda, el mano a mano interpretativo de ambos es de lo mejor de la película, que no hace demasiadas concesiones ni renuncia nunca a su tono desencantado y sarcástico, con sus puntos de humor negro y sus toneladas de misantropía

Por supuesto, lo que hacía esta mujer era ilegal, desde luego que estaba mal, pero la película, que por eso es una buena película, va más allá. Cuestiona, por ejemplo, el juego de peloteo, fiestas y relaciones públicas que funciona en el mundo editorial y terminar en ocasiones determinando quién publica y quién no. La protagonista está convencida de que lo único importante en esto de los libros es escribir bien, pero el mundo no funciona exactamente así, claro. También es muy atractiva la reflexión que plantea sobre la creación literaria. Sus cartas falsas de autores del pasado son en realidad creaciones. Parten del engaño, de la suplantación, pero ella los siente como piezas creadas por ella misma, como una obra literaria. Y, en cierta forma, lo son

La película es de esas que, más allá de atraparte con una historia singular y nada frecuente, también te hace pensar. Por ejemplo, ¿valoramos un texto en función de quién lo ha escrito o en función de su calidad? ¿Cuántas obras maestras no estarán esperando su turno en cajones de escritorios de editoriales que no asumen riesgo? ¿Qué precio se paga por no entrar en el juego de socializar y bailar el agua a los que toman las decisiones, en el mundo editorial y en tantos otros? La protagonista de la película crea esas misivas falsas, pero en ellas mantiene la esencia de las personas a las que suplanta. El filme también mantiene en todo momento su esencia y su tono altamente infrecuente en el cine actual. Por eso es tan recomendable, tan madura, “tan poco Disney”. 

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