Plegaria para pirómanos

 


A estas alturas, no hace falta defender que los relatos pueden contener más literatura que muchas novelas. No es necesario reivindicar el género, por más que siga habiendo lectores reacios a la distancia corta, porque ya se reivindican muy bien solos los autores de relatos. Entre ellos, ejerce con maestría Eloy Tizón, cuya última obra, Plegaria para pirómanos, es extraordinaria. Son relatos siempre abiertos a la interpretación del lector, en muchos casos misteriosos, a los que bien se puede aplicar una frase genial que leemos en su último relato: “está bien que las cosas tengan sentido, pero si no lo tienen resulta mejor aún”. A veces no se entiende del todo lo que se cuenta aquí, se deja al lector que complete la historia, y ésa es una de sus fortalezas. 


El libro, editado por Páginas de Espuma, reúne nueve relatos independientes, aunque con ciertos guiños entre ellos, como el personaje de Erizo (en lo que parece un juego de palabras con el nombre del autor, Eloy Tizón) y de temáticas diversas, que provocan extrañamiento y fascinación en el lector, cuya complicidad busca, como ocurre siempre con la gran literatura. Porque todo buen relato necesita ser completado por la mirada de quien lo lee. Plegaria para pirómanos, por cierto, tiene literatura en cada página. Literalmente. Esto leemos en la última: “esta primera edición de Plegaria para pirómanos de Eloy Tizón se terminó de imprimir el 26 de agosto de 2023, aniversario del nacimiento del escritor argentino, Julio Cortázar, que se preguntó quién nos curará del fuego”. 


El primer relato, Grafía, nos regala esta máxima: “nada es del todo real hasta que lo escribes o lo dibujas”. Su protagonista es un lector empedernido y escritor que se define como “una especie de prófugo de mi propia biografía” que está obsesionado con su escritor preferido, de quien dice que está “en lo más elevado de la aristocracia del lenguaje”. De pronto, tras un encuentro misterioso, se verá envuelto en una trama sobre el mundo editorial. El relato es un magnífico juego metaliterario con citas no atribuidas y con reflexiones muy certeras como esta “con el tiempo he aprendido que, pasado cierto límite en la descalificación o el elogio, el crítico ya no está hablando  del libro sino de sí mismo”. 


El tango que suspira, que está narrado en futuro y en segunda persona, es realmente impresionante y conmovedor. Se centra en la muerte de una anciana sola en su casa, encontrada días después. Una lúcida y poética reflexión sobre la vida y el paso del tiempo. En Agudeza, el narrador se marcha de un barco restaurante en el que cena con una mujer. Es un tipo estricto consigo mismo, muy tímido, formal, que siempre ha hecho lo que se esperaba de él, como ejercer un trabajo que no le gusta. Vive ajeno a los chismorreos (“vivir también es eso: vivir es no enterarse”) y de pronto recuerda un muy extraño relato de su segundo mejor amigo. 


Dichosos los ojos es quizá el relato más original del libro, también el más corto. Parte de la pregunta: “¿qué me queda a mí por ver?”, y el narrador enumera situaciones, lugares y espacios que sí ha visto. Otro tono tiene Mi vida entre caníbales, que nos llega el ensayo obra de teatro teológico por parte de un grupo de alumnas de colegio de monjas. “La belleza no es una fuerza inocente ni agradable, sino perturbadora e hiriente. Cuando la belleza te ha tocado de verdad, ¿cómo podemos seguir tolerando el mundo? ¿Cómo podemos continuar viviendo como si nada? ¿Con qué derecho?”, leemos. 


Ni siquiera monstruos, muy impactante, está narrado desde la voz de un reportero gráfico que hace un paralelismo entre los monstruos inventados de los que le hablan sus hijos en una carta y las monstruosidades derivadas de la desigualdad que él ve a diario en las calles de Detroit, “el Chernóbil del capitalismo”, donde “la metáfora no existe, todo es atrozmente literal”. El narrador reflexiona sobre su vida y recuerda con dolor punzante que repitió  un curso en la escuela. “Siempre es así. Una nimiedad lo altera todo, un detalle del tamaño de un guisante es suficiente para mostrar las discontinuidades en el tejido de la realidad”. El relato está marcado por el tono reflexivo (“a veces lleva toda la vida encontrar una respuesta y, cuando al fin lo consigues, ya ha cambiado la pregunta”), y como en el resto de narraciones del conjunto, deja al lector completar la historia. 


En Anisópteros asistimos a una conversación entre Cordelia y Magnes, en un contexto de lo que parece un ingreso hospitalario. Un relato sobre el pasado y su influencia en nuestra vida presente, sobre los cuidados y las relaciones, sobre envejecer y también sobre la importancia de no callarse lo que se siente, porque “nombrar las cosas es sano; arrancárselas una de dentro para que se ventilen y no se pudran. Expresarse salva o condena”.


Bello e intrigante es el penúltimo relato del libro, Cárpatos, ambientado en lo que parece una expedición militar en la selva. El narrador recuerda los primeros quince días a solas con Manison en una cabaña de troncos, “durante los cuales por primera vez en mi vida había logrado el milagro de sentirme ni feliz ni desgraciado


La otra se cierra con Confirmación del susurro, que es una carta de despedida, o  algo así, escrita por un cantante famoso en horas bajas que está en reclusión voluntaria de Mount Baldy, “de espaldas al siglo, por voluntad propia, con el fin de atemperar el ego, ejercitar la paciencia, fortalecer el músculo del espíritu y afilar la ironía”. El libro incluye sabias reflexiones sobre la vida, desde la serenidad largamente esperada por el narrador y desde la certeza de que “nuestras alegrías y penas son todas intercambia. Un delgado tabique separa el funeral de la fiesta. Puestos juntos sobre el mantel, resulta difícil identificar cuál es el montón de azúcar y cuál es el montón de la sal”. También desde un cierto desencanto, por ejemplo, cuando dice que “soy más feliz fingiendo que soy feliz que siendo feliz de verdad” o cuando define el amor como “una de las cosas eternas que menos tiempo dura”. Por cierto, este relato nos regala también una fantástica frase de Frank Zappa: “escribir sobre música es como bailar sobre arquitectura”.


Plegaria para pirómanos es, en fin, un libro de relatos espléndido, repleto de literatura, misterios y puertas abiertas en cada página. El enésimo recordatorio de que los relatos no necesitan defensa alguna y de que somos muy afortunados quienes disfrutamos del talento de los autores que levantan un mundo entero con precisión y profundidad en un puñado de páginas. 

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