El muro de Berlín. Un mundo dividido


En las grandes exposiciones sobre acontecimientos históricos es tan importante la cantidad y calidad de los objetos expuestos como la forma en la que éstos se presentan, la distribución de la muestra, su enfoque, los recursos empleados para explicar la historia al visitante. Es difícil acertar más en el fondo y en la forma que lo que consigue hacer la exposición Muro de Berlín. Un Mundo Dividido, que puede visitarse en la Sala Castellana 214 de la Fundación Canal de Madrid hasta finales de este mes.  


La exposición reúne más de 300 objetos y también permite controlar 20 metros del muro de Berlín, lo que verdaderamente impresiona. Pero su gran acierto es la forma en la que disponen esos objetos, el relato y el hilo argumental de la muestra. La entrada incluye una audioguía que enriquece la visita por las explicaciones en los distintos puntos y, sobre todo, porque permite también leer los códigos QR repartidos por toda la muestra gracias a los cuales se puede escuchar testimonios históricos como fragmentos de programas informativos de todo el mundo contando la caída del muro de Berlín en una de las primeras salas de la exposición o imágenes de habitantes del Berlín de la época contando a cámara sus vivencias y sus sentimientos ante la división de su ciudad. A mí me suele gustar más leer los rótulos y mensajes de las exposiciones que escuchar, y por eso a veces prescindí de la audioguía, pero siempre la tenía a mano y terminaba volviendo a ella por esos contenidos adicionales que permite escuchar. 




Además de objetos cotidianos, la exposición reúne carteles, vídeos y recursos de todo tipo que permiten meterse de lleno en la historia, hasta una estremecedora proyección audiovisual final con escenas reales de la caída del muro. También innova, como cuando presenta la crisis de los misiles con una simulación de un hilo de Twitter, cuando relata algunos pasajes históricos en formato de viñetas de cómic o cuando expone testimonios de vídeos de distintas personas que recuerdan sobre fondos coloridos cómo vivieron aquellos años de división. Hay aproximaciones originales a la historia como la sala dedicada al jazz y su uso propagandístico. 




La muestra dedica una parte generosa de su comienzo a explicar los antecedentes, lo cual es un acierto, porque a veces exposiciones de este tipo obvian o hacen de menos lo que sucedió antes de llegar a la época histórica en la que se centran. La parte en la que se relatan las consecuencias de la II Guerra Mundial, la entrada de las tropas aliadas en Berlín y el comienzo de la Guerra Fría está especialmente cuidada. Impresiona lo relativo al proceso de desnazificación que emprendieron los aliados al entrar en Alemania, con imágenes como la entrega de libros nazis o la eliminación de los símbolos del régimen de Hitler de los espacios públicos (se expone una plaza de una avenida Adolf Hitler). Tampoco se ahorran los excesos de los aliados ni las penurias que sufrieron los habitantes de Berlín en aquellos años, como las cartillas de racionamiento. 




La exposición cuenta la historia en mayúsculas, sí, pero siempre se centra en el impacto que ésta tiene sobre las personas corrientes. Conocemos historias reales, con nombres y apellidos, de víctimas del Holocausto, de familias separadas por el muro, de personas fallecidas intentando huir de Berlín oriental. Quizá la parte más impactante de la muestra sea en la que se muestra por medio de vídeos, fotografías y objetos cómo era el día a día de los habitantes de Berlín tras la construcción del muro. Historias de familias separadas, una mujer embarazada que saltó de un segundo piso para escapar, otra de un matrimonio que el día de su boda se acercan a un edificio situado justo en la frontera para que la madre de la novia al menos la pueda ver asomada a la ventana. Y, como siempre a lo largo de la historia de la humanidad, en medio del horror, también historias luminosas e inspiradoras como la de un soldado estadounidense de vacaciones en la parte oriental que ayudó a escapar a una familia en su coche. 




La parte final de la exposición muestra el aumento de las protestas en Berlín oriental, el desmoronamiento de la Unión Soviética y el auge de movimientos pacifistas y en defensa de los Derechos Humanos. Proyectado sobre una parte del muro de Berlín contemplamos ya al final las imágenes de aquel día histórico en el que esa división cayó. Por más que sean imágenes mil veces vistas, emocionan como el primer día. Es enorme su simbolismo, el poder de esas imágenes, las emociones de quienes al fin podían cruzar al otro lado, sentirse libres, reencontrarse con sus familiares, soñar con otro futuro. El broche perfecto a una exposición impecable, de las que sin duda recomiendo a cualquier persona interesada por la historia. 


La exposición concluye con una especie de muro de cartón piedra en el que los visitantes pueden dejar sus opiniones, algunas de las cuales dejan en bastante mal lugar a quienes las han compartido, por cierto. Más de dos horas de impactante, exhaustiva y rigurosa muestra sobre un momento trascendente de la historia reciente para que haya quien lo resuma con patéticos eslóganes del politiqueo patrio. Pero esa es otra historia y, desde luego, no es culpa de los responsables de esta exposición. La ignorancia a veces se cura visitando muestras como ésta, pero en algún caso está tan arraigada que hace falta un poco más. Fanáticos ha habido a un lado y otro toda la vida, tristemente en el presente lo estamos libres de ellos. Con todo, recordar el pasado, intentar entenderlo y extraer lecciones de él es un antídoto maravilloso contra fanáticos e ignorantes. 

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