20 años del 11M

 

20 años ya. Es difícil creer que hayan pasado dos décadas de aquel jueves, 11 de marzo de 2004 en el que el tiempo se detuvo en Madrid cuando un grupo de terroristas yihadistas asesinó a 192 personas e hirió a 1.857 en una cadena de atentados en trenes de Cercanías en Madrid. Era primera hora de la mañana, cuando esas personas se dirigían al trabajo o a la universidad. Todo se truncó en un instante. La conmoción se adueñó del país, hubo una admirable corriente de solidaridad, con colas para donar sangre en los hospitales, taxistas trasladando a heridos, personas volcadas con los afectados. Hubo también politiqueo ruin por parte de algunos. Hubo unidad, mucha, y también alentadores de la división. Fueron unas horas, unos días, que jamás olvidaremos quienes lo vivimos. Por eso nos resulta tan inconcebible que hayan pasado ya 20 años. Lo recordamos con nitidez, con el mismo horror y espanto que sentimos entonces, la misma desolación, la misma pena inconsolable que se instaló en las calles de la siempre alegre y vitalista Madrid durante semanas. 
A menudo es difícil saber cuándo se está viviendo un momento histórico, de esos que, pasado el tiempo, todo el mundo recuerda cómo se enteró, dónde estaba y qué hacía. Quizá la memoria nos traiciona, porque nada hay más falible que los recuerdos, pero creo que desde muy pronto aquella mañana de jueves todos comprendimos que asistíamos a un atentado de dimensiones nunca antes alcanzadas en nuestro país, a una tragedia sin precedentes. Recuerdo esas primeras informaciones confusas de la radio, en las que aún no se podía vislumbrar la atrocidad. Las primeras cifras de muertes. Las caras de horror. Los programas continuos en radio y televisión. La sensación de extrañamiento que sólo aparece en esos momentos históricos, en esos dramas que la mente humana no es capaz de procesar. El miedo y el llanto. Los temblores. 

Los atentados del 11 de marzo, los más mortales en suelo europeo en lo que va de siglo, golpearon a la sociedad española, tristemente acostumbrada a sufrir durante décadas el terrorismo de ETA, de un modo atroz. Es el mayor trauma colectivo de la historia reciente de nuestro país. El tiempo pasó y, lamentablemente, las víctimas fueron olvidadas o desatendidas. En el peor de los casos, incluso utilizadas para luchas partidistas. Casi cada aniversario de la tragedia se conmemoró con actos separados, porque toda esa unidad que mostramos como país el 11M, en esa primera reacción a la barbarie criminal, se fue diluyendo. Hoy, 20 años después, los pensamientos deben estar en las víctimas, en quienes perdieron a seres queridos aquel día, en los heridos que recuerdan y aún sufren el horror. Ellos deben ser el centro de cualquier acto de recuerdo, ellos y sólo ellos, esas personas cuyas vidas quedaron rotas para siempre hace hoy dos décadas. 

En mi recuerdo tienen mucho más peso la solidaridad, la tristeza compartida, la rabia y el dolor de la manifestación del 12 de marzo, con una lluvia que caía incesante sobre Madrid como metáfora del llanto de todo el país; todos esos sentimientos, en fin, todo lo noble de aquellos días, tienen más peso en mi recuerdo que la división política, el uso partidista que se hizo de aquel atentado, la irresponsable política informativa del gobierno de turno, los gritos e insultos. Recuerdo esto último, claro, como recuerdo la división en los meses y años posteriores, pero aquellos días no concebía dedicar la menor atención a nada que no fuera acompañar a las víctimas en el dolor, consolarnos como sociedad herida, apoyarnos los unos a los otros. 

Pasados 20 años, parece claro que como sociedad no hemos sabido estar a la altura en lo que respecta a la protección y el apoyo a las víctimas. También creo que aquellos terribles días de marzo germinó esa polarización política radical, se quebró algo en la política de nuestro país y bien roto sigue dos décadas después. Los únicos responsables de una matanza terrorista son los terroristas y la única respuesta posible de una sociedad libre y democrática al horror es la unidad. Sin embargo, el gobierno de entonces se dedicó a abonar la teoría de la autoría de ETA porque creía que le beneficiaba, y hubo también en ciertos sectores de la izquierda un intento de culpabilizar al gobierno de los atentados por el apoyo a la guerra de Irak, que fue un error histórico y un desastre, sin duda, pero que no es razón para que una banda de criminales decida asesinar indiscriminadamente a civiles inocentes. 

El terrorismo es barbarie y sinrazón. La respuesta sólo puede ser fortaleza civil y democrática. 20 años después, queda el dolor de lo ocurrido por encima de todo, el recuerdo de esa solidaridad masiva, pero también el lamento de que un atentado tan criminal no nos unió a la larga como país, sino que ahondó en una división y un sectarismo que no han dejado de crecer desde entonces. 

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