Los que se quedan

 

Las películas de Alexander Payne suelen dejar un regusto especialmente agradable. Son historias siempre con un aire melancólico y reflexivo. En Los que se quedan, nos ofrece un cuento de Navidad nada navideño sin pretensiones, sin excesos melodramáticos. Es una película sin superficialidad ni artificiosidad, que plantea un relato inteligente, ácido y tierno en torno a cuestiones como la soledad, la clase, la necesidad de salir adelante de las contrariedades, de aprender del otro y de saber encontrar los pequeños placeres de la vida. 


La película, realmente adorable, rezuma una exquisita sensibilidad, sin ser en ningún caso sensiblera. Es encantadora y vitalista, pero no ahorra sinsabores y desgracias. Puede parecer una historia ya vista en el cine, pero logra aportar un enfoque y una construcción de personajes realmente especiales. Es una película que demuestra una descomunal capacidad de abordar sentimientos profundos desde situaciones en apariencia sencillas, desde los detalles y los márgenes. 

Paul Giamatti, siempre estupendo, da vida aquí a un cascarrabias, rígido y algo pedante profesor de un instituto para jóvenes de clase alta que se ve obligado a pasar las vacaciones navideñas en el campus a cargo de los pocos estudiantes que no pueden disfrutar de esos días con sus familias. Uno de ellos, interpretado por Dominic Sessa, es un adolescente engreído, mal estudiante y más bien caótico que, al igual que el profesor, irá despojándose de las capas más superficiales que no dejan ver más que una parte pequeña de él y de su historia. 

Sí, ya lo sé, llegados a este punto, parece una película mil veces vista. La relación entre un profesor y los alumnos. La clásica historia de los distintos que no se soportan pero terminan aprendiendo el uno del otro. Una especie de club de los poetas muertos. Nada de eso. Claro que apela a temáticas y situaciones muchas veces antes vistas en el cine, pero logra aportarle un enfoque distinto. Deja la película una sensación agradable y el pensamiento de que películas así, sensibles, que hablan sin tapujos y sin pretensiones de temas importantes de verdad, de cómo estar en el mundo y afrontar la vida, siempre son bienvenidas, más aún en un mundo tan lleno de ruido e historias banales. Tiene un aire a película de otro tiempo, ya desde sus rótulos y por la forma en la que está rodada. 

El tercer pilar de la película, aparte del personaje del profesor y del del alumno, es la responsable de las cocinas, a quien da vida una magnífica Da'Vine Joy Randolph, quien acaba de perder a su hijo, muerto en la guerra de Vietman. La historia transcurre en las navidades de 1970 y no es un tema menor, porque se muestra claramente el contraste entre esos chavales de clase alta que van al instituto y miran el mundo por encima del hombro y esta mujer trabajadora cuyo hijo, claro, a diferencia de los chavales de ese instituto, sí fue enviado a la guerra. 

Para el profesor de la película, las Meditaciones de Marco Aurelio es como todos los libros sagrados juntos, una especie de deidad laica. En el filme se escucha alguna de sus reflexiones, como la que dice que "el mundo no es más que transformación, y la vida, opinión solamente". Hay otras máximas de Marco Aurelio que encajan muy bien con el espíritu de esta encantadora película como "la dulzura, cuando es sincera, es una fuerza invencible" o "hemos nacido para colaborar, al igual que los pies, las manos, los párpados, las hileras de dientes, superiores e inferiores. Obrar, pues, como adversarios los unos de los otros es contrario a la naturaleza".

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