Elogio del Carnaval de Cádiz

 

Cada año me da cierto reparo escribir en el blog del Carnaval de Cádiz, que nunca he vivido en directo, porque le tengo un respeto reverencial, una absoluta admiración, y sé bien que hay auténticos carnavanólogos gaditanos y yo estoy lejos de ser un experto. Cada año me da reparo, sí, pero no puedo evitarlo porque me gusta demasiado y porque, una vez al año, toca renovar los votos, reiterar lo asombroso del ingenio del Carnaval gaditano, de su innegociable y absoluta libertad, de su capacidad de cantar desde abajo contra el poder, de incomodar y transgredir, de sorprender y hacer reír
Como bien dice David Monthiel en Historia general del Carnaval de Cádiz, esa enciclopedia, la fiesta que cada febrero llena de disfraces, rimas, cuplés y popurrís es una "poderosa maquinaria de creatividad popular". Y claro que se ha ido profesionalizando más y más. Y por supuesto que la final de Agrupaciones que se celebra cada viernes en el Falla, emitida por televisión y cada vez más seguida gracias a YouTube y las redes sociales, cuenta con patrocinios, mueve mucho dinero y demás. Pero el origen del Carnaval es su origen popular. Por eso se canta con amor a Cádiz y con mucho espíritu crítico a sus gobernantes. Por eso se habla de amores, pequeñas miserias y alegrías del día a día. No es algo organizado desde arriba para entretener al pueblo, es el pueblo llevando al teatro rimas ingeniosas, gamberras y atrevidas. El Carnaval es libertad pura, no hay personaje ni tema blindado. Y así debe seguir siendo. Ni radicalismos, ni extremismos ni censuras de ninguna clase. O se acepta el Carnaval libérrimo como es o no se le acepta, no hay Carnaval adocenado ni edulcorado. No puede haberlo. 

No faltan quienes sostienen que al Carnaval de Cádiz no le sientan bien los tiempos modernos, precisamente por ese escrutinio de cada letra, por el hecho de que cualquier estribillo es carne de convertirse en viral y ser descontextualizado o caer en manos de gente con poca comprensión lectora, poco sentido del humor o piel muy fina. Algo de eso puede haber, claro. Pero lo fundamental es que a las agrupaciones, a las oficiales y no digamos ya a las que sólo actúan en las calles, les dé exactamente igual el qué dirán. Y no se trata, por supuesto, de que todas y cada una de las bromas que se escuchen en las chirigotas o las comparsas sean perfectas o impecables. No va esto de que todas sus bromas hagan gracia, ni siquiera va, por supuesto, de que alguna de ellas pueda resultarle incómoda o desafortunada para algunas personas. No pasa nada. Pero, como sucede con la libertad de expresión, uno sólo demuestra que cree de verdad en ella si defiende las críticas, bromas o comentario que le incomodan. 

El Carnaval de Cádiz es libertad salvaje. Si algo no gusta, por supuesto, se puede decir y hasta razonar por qué no ha gustado. Sin dramas. Y así seguimos. Ni porque haya críticas de algo se está pidiendo censurarlo, sólo faltaba, ni porque se defienda la libertad de expresar algo se está defendiendo automáticamente eso que se está diciendo. Es muy elemental y, afortunadamente, cada año nos lo recuerda el Carnaval gaditano. 

Un año más, en el Falla se han escuchado preciosas letras que hablan de amar a quien a uno le dé la gana, de entenderse, de no caer en la polarización política que algunos intentan alimentar. También ha aparecido la actualidad, porque siempre aparece, porque no puede no aparecer. Ha habido letras a favor y en contra del uso de pinganillos en el Congreso para poder hablar en todas las lenguas oficiales. Ha habido letras sobre la amnistía. Por supuesto, no han faltado menciones a la guerra de Israel ("está quedando claro que en el mundo cristiano los niños palestinos valen mucho menos que los ucranianos") y a otras cuestiones que llenan los informativos. En fin, que aquí va el enésimo elogio al Carnaval de Cádiz, que llevo compartiendo aquí desde el 2011. Me voy a seguir viendo la final de anoche. 

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