El descontento

 

Terminé de leer El descontento, de Beatriz Serrano (Temas de Hoy) en un avión a punto de despegar un viernes por la tarde rodeado de gente que apura los últimos instantes antes de tener que poner en modo avión su teléfono móvil para consultar el último correo electrónico de trabajo, el último mensaje de Teams o el último Excel lleno de palabros en inglés con términos perfectamente equivalentes en castellano. Pensé en lo identificada que se sentiría con lo que cuenta este libro toda esa gente que juega a las oficinas desde sus móviles en un avión a punto de partir hacia un fin de semana en el que, con suerte, vivir realmente y olvidarse de las obligaciones laborales. La autora le hace decir a su protagonista que “en Internet siempre encuentras a alguien que haya dicho lo que tú estás pensando no solo antes que tú, sino también mejor que tú”. En los libros, afortunadamente, también ocurre. No en todos, claro. Sólo en los que son tan lúcidos como este. 


Nunca he tenido costumbre de subrayar frases de libros, creo que porque lo asocio a tostones leídos por obligación en épocas pasadas cuando sí que tenía que subrayar, pero sí escribo en el bloc de notas del móvil frases que me llaman la atención, me gustan o remueven especialmente, frases que quiero quedarme conmigo. Es un ejercicio que aquí se vuelve ingobernable a las pocas páginas. Rara es la página en la que no destaco una frase. Es un espectáculo de libro. Uno no para de asentir de inicio a fin. Tan real. Tan crudo. Tan irónico. Tan acertado. También me ocurre mientras avanzo en la lectura de El descontento que hago una lista mental innumerable de todas las personas a las que les regalaría esta novela. Bien podría añadir a la lista a toda esa gente que produce acelerada desde sus móviles en el avión hasta el instante antes del despegue, tan imprescindibles ellos en sus trabajos. No les vendría nada mal. O sí, quién sabe, porque a veces los espejos nos devuelven una imagen que no termina de gustarnos.

La novela es un preciso retrato del trabajo de oficina, o trabajo creativo o trabajo de mentirijilla que se da aires de superimportante. Me río a carcajadas en algunos pasajes, río por no llorar en otros. Marisa, la protagonista, trabaja en una agencia de publicidad en la que tiene un cargo muy rimbombante en inglés, claro. Le agota su trabajo y le entran sudores fríos al leer un correo en el que su empresa anuncia un fin de semana de team building, es decir, un plan supuestamente de ocio pero con los compañeros de trabajo y por mandato de la empresa que ocupa el fin de semana.  

El libro, escrito con un estilo ágil, con mucha gracia e ironía, es realmente demoledor, contundente, genial. La autora dedica el libro a sus padres y “a todas las personas que se despiertan cada día sin ganas de ir a trabajar”. Le sigue el relato del día a día de la protagonista durante una semana de agosto en la que todo va a medio gas, pero en la que tiene que avanzar la campaña publicitaria de Navidad de una marca de cosméticos y preparar una presentación para ese horroroso plan del team building. Son realmente brillantes las descripciones de su trabajo. Por ejemplo, cuando dice que su trabajo "consiste en ser simpática o vender humo". O cuando afirma: “llevo ocho años haciendo lo mismo y sé que no sirve para nada. Sé que el mundo sería un lugar mejor si trabajos como el mío no existieran.

Como cualquier persona con dos dedos de frente, lo que peor lleva de su trabajo son las reuniones eternas que rara vez sirven para algo. "Da comienzo el estúpido baile de lugares comunes que precede a todas las reuniones en todas las empresas alrededor del mundo”, leemos en un pasaje del libro. Unas páginas más adelante, ahonda en su lúcida reflexión: “Detesto las dinámicas de las reuniones. Creo que hay gente que las disfruta porque sabe que, en el fondo, son una manera de no sentarte frente al ordenador y trabajar. Y creo que otras personas utilizan las reuniones como baños de autoestima para sentirse importantes. Yo no puedo soportar el buffet libre de tópicos, los chascarrillos habituales, las palabras en inglés para intentar dotar de importancia a los procedimientos más simples, la necesidad de involucrar hasta al mismísimo papa para un proyecto menor o el partido de tenis que se desarrolla cuando alguien quiere pasarle el muerto a otro y ese alguien se lo devuelve. Las reuniones me agotan. Tengo que interpretar un papel de Miss Simpatía que me deja completamente drenada". 

La autora, no hace falta insistir mucho más, no está a gusto en su trabajo, que llama con gracia y lucidez "jugar a las oficinas". Su verdadera vocación es el arte. Ella misma se tortura con la idea de que, en el momento de la verdad, tomó una decisión que dejó atrás su pasión en busca de la estabilidad. "Entre la posibilidad de ser más feliz o de comprar más cosas, escogí comprar más cosas", escribe de forma descarnada. “Puede que sólo sea otro ser humano infeliz manteniendo el status quo. Otra adulta estancada que ha perdido las fuerzas para cambiar las cosas”, añade más adelante. 

El libro, que tiene como banda sonora Heaven Knows I'm Miserable Now, de The Smiths, no ahorra tampoco críticas a lo que llama "feminismo de la élite", ni a las dinámicas competitivas que se generan en determinados trabajos (“si todo el mundo se diera cuenta de lo poco que importan en realidad y de lo intercambiables que son por otras personas que tengan una experiencia similar quizás serían más amables los unos con los otros”). La narradora se siente incomprendida, no logra encontrarse cómoda en ese entorno en el que sólo empatizaba con Rita, una antigua compañera a la que se acercó por su interés en la literatura y por su común desprecio por el lugar en el que trabajan.  El libro, en fin, interpelará a mucha gente que sepa lo que son trabajos como el de Marisa y también a todas esas personas que, como ella, a veces en ciertos entornos se haya sentido "como un alienígena que acabase de llegar al planeta Tierra y no fuese capaz de comprender de todo qué pasa por las cabezas de estos seres extraños con los que me he topado”. Un libro excelente. 

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