Bayona arrasa y el cine español se reivindica en los Goya

 

Antes de empezar la gala de los Goya, una buena y muy cinéfila amiga me dijo que le habían gustado las cinco películas nominadas a mejor película, pero que creía que La sociedad  de la nieve jugaba en otra liga. Está claro que los académicos, que horas después le concedieron doce premios al filme de Juan Antonio Bayona, pensaban lo mismo. El comienzo parecía anticipar unos Goya muy repartidos, como el Gordo de la lotería de Navidad, con los premios de mejor actor de reparto para José Coronado por su papel en la extraordinaria Cerrar los ojos y el de mejor canción original para la maravillosa Yo sólo quiero amar, de Rigoberta Bandini, para Te estoy amando locamente, pero fue sólo un espejismo. Los diez siguientes cabezones que se entregaron dejaron claro el rumbo que tomaría la gala. Todos ellos, uno detrás de otro, fueron para La sociedad de la nieve. Por este orden: vestuario, efectos especiales, maquillaje y peluquería, actor revelación (Matías Recalt), montaje, fotografía, sonido, dirección de arte, dirección de producción y música original. Ya al final de la gala, cerca de las dos de la madrugada, llegaron los dos premios gordos, el de mejor dirección y mejor película.

 

En el primer tramo de la larga gala, sólo el Goya de Honor a don Juan Mariné rompió la arrolladora racha inicial en la que casi todo fue para el filme de Bayona. Es la suya, la de Mariné, una historia apasionante. A sus 103 años es historia viva del cine español, maestro de la fotografía y brillante restaurador cinematográfico. Quizá pocos premios más merecidos y también más tardíos como éste. Como bien dijo José Sacristán, porque Sacristán lo dice todo bien, todas las películas forman parte del patrimonio cultural del país, independientemente de su éxito en taquilla. Son, añado, pura marca España, aunque no falten quienes se llenan la boca diciendo lo mucho que aman España pero que, ay, echan pestes por la boca cuando hablan de su cine. 


Sin nombrarlo, Sacristán aludía a unas declaraciones de cierto politicucho que había insultado el día anterior al gremio del cine a la vez que confirmaba que se pasaría a la gala a comer sus canapés. La ceremonia estuvo en parte marcada por esas palabras ignorantes, muy de barra de bar, que siempre se escucha cuando se acercan los Goya, pero que, como otras barbaridades, ahora tiene un altavoz institucional. Así que, con toda justicia y cargado de razón, el cine español se reivindicó anoche.  En un momento de la gala,  Javier Calvo proclamó que “amar el cine español es una de las formas más bonitas de amar nuestro país, porque habla de nuestra cultura, habla de nuestra gente, habla de nuestros problemas y habla nuestros idiomas”. Impecable. 




Al entregar el Goya a mejor película, Almodóvar decidió responder con contundencia a las tonterías de ese dirigente de un partido extremista que hizo bien en no nombrar, porque de él y de su mediocridad no se acordará nadie dentro de unos años, a diferencia de lo que sucede con con las grandes películas del cine español como las de Almodóvar, que forman parte de la educación sentimental de millones de personas de todas las generaciones y, naturalmente, de todas las ideologías. Recordó el director manchego que el sector del cine genera miles de puestos de trabajo y devuelve con creces las ayudas públicas que recibe. Al recoger ese galardón, Bayona incidió en la misma idea afirmando que cree en el cine español, que es su casa. 


A diferencia de ese mediocre político, a Sigourney Weaver sí le gusta el cine español. La actriz estadounidense hizo un discurso magnífico al recoger el Goya internacional, que le entregó Bayona en una de las pocas categorías en las que no ganó él, porque ayer la vida fue eso que pasa entre un Goya para una peli de Bayona y otro. Weaver habló de las buenas historias como el centro del cine, e hizo hincapié en las historias de mujeres como las de Almodóvar. No ahorró elogios al cine español y cerró con una estupenda mención a María Luisa Solá, que la ha doblado en más de 30 películas




La sociedad de la nieve se lo llevó casi todo, pero algunas otras muy valiosas películas se fueron a casa también con merecidos premios. Por ejemplo, la exquisita Robot Dreams, que ganó el Goya a mejor película de animación y mejor guión adaptado, porque como Pablo Berger no se ha cansado de decir desde que estrenó la película, la animación no es un género. Fue el suyo uno de los mejores discursos de la noche. Recordó, que a veces se nos olvida, que los premios cinematográficos no son una competición deportiva, y por ello compartió el galardón con el resto de nominados y con las 500 personas que aparecen en los créditos de la película. También dejó una de las frases de la gala al proclamar “larga vida al cine en los cines”, en una noche en la que una película producida por Netflix estaba arrasando. Bayona contó horas después, porque si en la vida de todo hace ya veinte años, en la gala de los Goya de todo hace ya varias horas, que sólo gracias a Netflix pudo producirse su ambicioso proyecto, y que la película cuenta con 150 millones de espectadores en todo el mundo y con 450.000 espectadores en salas de cine pese a que las dos grandes cadenas de cine (Cinesa y Yelmo) se negaron a estrenar la película por rechazo a las condiciones impuestas por la plataforma. Interesante debate. 




Otra de las maravillosas películas que se llevó algo en la noche de Bayona fue la tierna 20.000 especies de abejas, que ganó tres Goya: mejor dirección novel (Estibaliz Urresola), mejor actriz de reparto (Ane Gabarain) y mejor guión original. A Gabarain, además, el premio se lo entregó Sofía Otero, la niña protagonista de la película que ganó el Oso de Plata en la Berlinale. Ambas protagonizaron uno de los momentos más entrañables de la noche. Tanto Gabarain como Urresola se acordaron de las infancias trans y de la importancia de contar sus historias. 




David Verdaguer y Malena Alterio cumplieron los pronósticos y ganaron los premios a mejor actor y actriz protagonista por sus papeles en Saben aquell y Que nadie duerma.  Ella, argentina de Madrid, se acordó en su discurso del resto de nominadas, igual que él, que también dijo que el humor es lo contrario del miedo y que las gentes del cine hacen películas para que el público se olvide un ratito sus miedos. 


El resto de películas con Goya fueron O Corno (mejor actriz revelación para Janet Novás), Mientras seas tú, el aquí y ahora de Carme Elías (mejor película documental), La memoria infinita (mejor película iberoamericana), Anatomía de una caída (mejor película europea), Aunque es de noche (mejor cortometraje de ficción), Ava (mejor corto documental) y To bird or not to bird (mejor corto de animación). 


¿Y la gala qué? No tuvo demasiado ritmo, la verdad, pero sí dejó unos cuantos momentazos por los que será recordada. Los Javis y Ana Belén cumplieron desde ese divertido comienzo con ambos en el sofá y con el mensaje claro contra los abusos sexuales de ella.  Fue precioso su homenaje a la vallisoletana Concha Velasco cantando sus canciones como La chica yeyé o Mamá quiero ser artista. Tal vez el gran momento de la gala fue la segunda escena de sofá, en la que Javier Calvo y Javier Ambrossi recordaron el papel que tuvieron en su vida las películas vencedoras en antiguas galas de los Goya. Exactamente de eso van los Goya, de eso va el cine, de la emoción y la importancia que tiene en las vidas de todos los que lo amamos. Pocas veces los Goya han mostrado con tanta honestidad y verdad, con tanta emoción, lo que esta noche y el cine español en su conjunto significa para millones de personas. El momentazo sofá terminó con Pedro Almodóvar y las actrices de Todo sobre mi madre, que cumple ya 25 años, rememorando alguno de los diálogos de la película en un sofá como ese. 

La música estuvo muy presente en la gala, que por algo la producía Gestmusic. Por cierto, entre Operación Triunfo y los Goya, Gestmusic me está robado unas cuantas horas de sueño. Y tan a gusto. La noche empezó con Amaia al piano versionando Mi gran noche. Estaba claro que la gala ya no podría mejorar, cinco minutos y ya teníamos el mejor instante de la noche. Qué barbaridad, qué forma de hacerlo todo bien y hacer parecer que es fácil, además. También cantó el tema de Raphael, ya más con otro ritmo y sus maneras, David Bisbal. Los Estopa cantaron por los Chichos con Quiero ser libre, mientras que Niña Pastori, India Martínez y María José Llergo regalaron una exquisita versión de Se acabó, otro de los monentazos de la noche. El In memoriam, allá por la una de la madrugada, tuvo como banda sonora Procuro olvidarte interpretada con emoción y sensibilidad por Salvador Sobral (que, por cierto, en las entrevistas previas volvió a mostrar su alergia a Eurovisión) y Sílvia Pérez Cruz, siempre impecable. 




La Academia decidió, con acierto, adoptar el lema de Se acabó para referirse al machismo. Susi Sánchez, vicepresidenta de la Academia de cine, acompañada por las mujeres que forman parte de la dirección de la Academia, lanzó un mensaje claro contra el abuso de poder antes de entregar el premio a la mejor actriz revelación. Ya creíamos que no iba a salir al escenario el presidente de la Academia, Fernando Méndez-Leite, pero lo hizo a la una menos veinte de la madrugada. Fue una intervención tremendamente tardía, sí, pero también bastante atinada en casi todo. 


La noche de los Goya, en fin, volvió a ser larga, muy larga, pero ofreció momentos emocionantes y divertidos, alegatos en defensa del cine y su papel en la vida de millones de personas y también la celebración de los distintos tipos de historias que se cuentan en el cine español, encumbrando a una superproducción desde España en español, sí, pero también reconociendo otros trabajos más chiquitos en presupuestos pero también de enorme calidad y personalidad. Larga vida al cine español, sí. Le pese a quien le pese, le escueza a quien la escueza. 

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