La mujer invisible

 

La mujer invisible, de Caroline Criado Perez, editado en España por Seix Barral con traducción de Aurora Echevarría, aúna dos asuntos centrales de nuestro tiempo: el feminismo como la causa social justa que busca la igualdad real entre hombres y mujeres, de un lado, y el enorme peso de los datos en nuestro día a día. El subtítulo del ensayo, de hecho, es “descubre cómo los datos configuran un mundo hecho por y para los hombres”. Es un libro extraordinario, de los que dejan huella, y al terminarlo no podía más que pensar en recomendárselo a todo el mundo. Ojalá, para empezar, todos los que niegan la existencia misma del machismo se acercaran a sus páginas con la mente abierta.


El ensayo, que contiene cerca de 100 páginas de notas al final y está repleto de datos, se abre con una cita contundente y tristemente vigente de Simone de Beauvoir: “la representación del mundo, como él mismo mundo, es obra de los hombres; ellos lo describen desde su propio punto de vista, que confunden con la verdad absoluta”. Y esa es la tesis central de la obra, extraordinariamente bien argumentada y apoyada en estudios académicos, estadísticas y datos de toda clase. La autora explica que los datos son cada vez más importantes en nuestro día a día y que precisamente por eso es tan inquietante que a menudo estén sesgados y no tengan en cuenta a la mitad de la población.

Me gusta el rigor del libro, combinado con un estilo ágil e incluso irónico en algunas páginas. También el punto de partida de la autora, que explica que en muchos casos las brechas de género en los datos no son es maldad deliberada ni una conspiración, es sólo que los datos de las mujeres no se tienen en cuenta. En el ensayo se aborda esa cuestión con innumerables ejemplos. No son casos aislados, desde luego, ni es cosa del pasado. Impacta, por ejemplo, el caso de un esqueleto vikingo del siglo X que se consideró automáticamente varón porque apareció enterrado junto a armas, aunque tenía una pelvis en apariencia femenina. En 2017 las pruebas de ADN confirmaron que era una mujer. Es uno de los miles ejemplos del sesgo que tiende a confundir lo masculino con lo universal, incluso aunque haya indicios claros en el otro sentido.

El lenguaje y la representación importan. La autora cita varios estudios que demuestran que en la inmensa mayoría de los casos el masculino genérico se lee como masculino. “En castellano, un grupo de cien maestras se denominaría las profesoras, pero en cuanto se incorpora un solo maestro se convierte en los profesores, tal es el poder del hombre por defecto”, leemos.  Más datos, sólo el 28% de los papeles con diálogos en las películas para todos los públicos estrenadas entre 1990 y 2006 eran personajes femeninos. Sin embargo, dado el mito de la universalidad masculina, cuando Marvel reinventó a Thor como mujer hubo muchas críticas, aunque nadie lanzó un suspiro al verlo convertido en una rana.

Una de las partes más interesantes de la obra es la que se refiere a la generalizada ausencia de la mirada femenina en las ciudades y en la planificación urbana. Se descubren y demuestran con datos aspectos que no son obvios a primera vista, como el sesgo machista en la retirada de nieve en muchos países, dado que se antepone despejar las carreteras antes que garantizar el transporte público, mayoritariamente usado por mujeres. En Francia, dos tercios de los usuarios del transporte público son mujeres. Ellas hacen el 75% del trabajo no remunerado, lo que les lleva a hacer más viajes, por ejemplo, para llevar a los niños al colegio. También más a pie. En Viena, donde hay perspectiva de género, el 60% de los desplazamientos es a pie. 

La autora también aborda el sesgo machista en el campo del trabajo. Cita un estudio sueco de 2010 según el cual los futuros ingresos de una madre aumentan una media del 7% por cada vez de baja por paternidad que toma el padre. “El lugar de trabajo tradicional se adapta a la mítica vida de un empleado sin cargas familiares”, leemos. También hay un problema en muchos procesos de selección. Es muy significativo el caso que cuenta de la Filarmónica de Nueva York, en la que aumentó sensiblemente la entrada de mujeres desde que se pusieron en marcha las audiciones a ciegas. No parece casual que sean los hombres blancos de clase alta son los que más creen en la meritocracia. 

Uno de los grandes problemas de la poca atención que se presta a los datos de las mujeres es que ese sesgo se acaba trasladando a las inteligencias artificiales. Hay estudios que demuestran un claro sesgo masculino en las bases de datos de voz que entrenan a los sistemas de reconocimiento por voz (lo que hace que funcionen mejor con voces más graves) y en los corpus de texto, impregnados de estereotipos. También en los traductores. Por ejemplo, en turco O bir doktor significa “él/ella es médico”. En Google Translate se traduce al inglés como él es médico. Sin embargo, O bir hemsire, que significa él/ella es enfermero/a se traduce como "ella es enfermera". Los sesgos importan. 

Quizá lo más escandaloso de todo lo que se cuenta en el libro, y hay donde elegir, sea todo o relacionado con la seguridad y con la salud. Se cuenta, por ejemplo, que hasta 2011, Estados Unidos no comenzó a usar maniquís femeninos para sus simulaciones de choque. Y a veces no son realmente femeninos, sino maniquís de hombres pero más pequeños. “Las mujeres no somos hombres a escala reducida. La distribución de la masa muscular es diferente. La densidad ósea es menor. El espacio entre las vértebras también varia según el género”, explica la autora. 

La realidad es que hay muchas menos mujeres en los ensayos clínicos y en demasiadas ocasiones directamente no se cuenta con ellas para investigar medicamentos o tratamientos. El cuerpo del hombre es el estándar para la medicina. Según un estudio de 2007, el 90% de los artículos farmacológicos describirán pruebas sólo para hombres. En el libro encontramos multitud de ejemplos escandalosos de discriminación como un ensayo en 2013 con citrato de sildenafilo (Viagra) que fue prometedor para aliviar el dolor menstrual en mujeres. No se continuó esa vía de estudio, sino la del medicamento contra la disfunción eréctil.

Escribiría mucho más sobre el libro, pero hablaré ya sólo de dos cuestiones: el cálculo del PIB y el impacto en las mujeres de catástrofes naturales en las que no se tienen en cuenta sus particularidades. Es muy interesante lo que cuenta sobre el origen del PIB y cómo tras debatirlo se decidió no incluir en su cálculo la contribución a la economía del trabajo doméstico no remunerado. La autora explica que el periodo de posguerra en EEUU se recuerda como una época dorada de crecimiento de la productividad, pero que lo que pasó en realidad es que las mujeres salieron a trabajar fuera de casa y las tareas que hacían normalmente en el hogar y que no se contabilizaban empezaron a ser reemplazadas progresivamente por bienes de mercado y servicios como la comida precocinada o comprar ropa en vez de confeccionarla en casa. El trabajo no remunerado de cuidados podría representar hasta el 50% del PIB en los países de altos recursos y hasta el 80% en los de bajos recursos.

En cuanto a las catástrofes naturales, que por supuesto son algo sobrevenido que afecta a todo el mundo, también existen sesgos que perjudican especialmente a las mujeres, como que en muchos países los refugios no están pensados para ellas o el aumento de casos de agresiones sexuales tras terremotos o situaciones de crisis. Eso por no hablar de casos impresionantes en algunos países como  Bangladés, donde hay un prejuicio social contrario a que las mujeres aprendan a nadar y además no pueden salir de casa sin ir acompañadas por un hombre, lo que hace que tengan más posibilidades de morir en inundaciones o ciclones que los hombres. 

La mujer invisible, en fin, es un libro extraordinario que pone datos y argumentos irrebatibles que nos demuestran todo lo que aún queda por avanzar en materia de igualdad. Entre otras razones, como bien explica Caroline Criado Perez, porque una sociedad igualitaria es una sociedad mejor, más rica y justa. 

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