El triunfo


 El triunfo, de Emmanuel Courcol, emparenta con un buen número de películas francesas que giran en torno a la idea del poder redentor de la cultura en entornos complejos, generalmente, de la mano de un protagonista que en un primer momento no tiene buena relación con las personas a las que enseña, que además lo reciben con escepticismo, pero que termina cambiando sus vidas y, de paso, también poniendo orden en la suya u encontrándole sentido. Es casi un género en sí mismo. O sin casi. La novedad de esta comedia social es que está basada en una asombrosa historia real.

La película, que puede verse en Filmin, es ligera y amable. Su protagonista es un actor venido a menos que lleva tres años sin subirse a un escenario y sobrevive con cualquier trabajillo que le salga, como dar cursos motivacionales a empresas. Es así como comienza a dar clases de teatro en una prisión. Allí se encuentra a unos pocos reclusos que, como manda el género, lo reciben con muchas dudas, y con los que, poco a poco, irá cogiendo confianza. Por supuesto hay momentos de altibajos, pero la historia avanza como se puede prever, hasta un final, ya digo, sorprendente basado en una increíble historia real en una prisión de Suecia. 

La construcción de los personajes y la relación que se entabla entre ellos es de lo mejor de la película. El director no quiere saber cuáles son los motivos por los que sus actores, porque como tales los trata, están en la cárcel. Les propone interpreta Esperando a Godot, la obra cumbre del teatro del absurdo, porque nadie mejor que los reclusos saben lo que es estar esperando permanentente. La película plantea interesantes reflexiones sobre el papel que la cultura, en este caso el teatro, juega en nuestras vidas, en especial su poder en situaciones duras, pero también muestra la crudeza de la realidad de los reclusos, sus ansias de libertad, el contraste entre lo que sienten sobre el escenario y su gris realidad cuando vuelven a la prisión. 

Al protagonista de la historia le echan en cara en varias ocasiones que en realidad está haciendo este proyecto más por él y su ego que por los reclusos, más por volver a ser reconocido en los círculos teatrales que por hacer el bien a esos presos. Es otra parte que me gusta mucho de la película, porque posiblemente sea verdad y, aun así, no por ello es menos valioso su trabajo con ellos. La vida no es blanco o negro, es mucho más compleja, tiene más matices y grises. Sí, este hombre iracundo, en un momento delicado en su profesión, separado, con una relación muy mejorable con su hija, encuentra en este proyecto una válvula de escape, pero lo hace también desde una visión humanista y generosa a la vez con los reclusos, a los que no ve como eso sino como personas interesadas en el teatro. Las resistencias a las que se enfrenta el proyecto también provocan otros debates, porque la jueza que debe autorizar las salidas al teatro recuerda a las víctimas de los delitos de estos reclusos, lo que lleva a pensar en la reinserción y en otros asuntos relevantes. 

La película acierta también al no esconder la parte más dura de la realidad de los presos y tampoco su lado humano, porque siguen teniendo parejas, hijos, historias, vidas. Contribuyen a encontrar el tono justo para contar esta historia, con algún toque dramático pero con la comedia siempre asomando, las impecables interpretaciones de su elenco, formado por Kad Merad, David Ayala, Marina Hands, Lamine Cissokho, Sofian Khames, Pierre Lottin, Nabie Wabinlé, Alekxandre Medvedev, Saïd Benchnafa y Laurent Stocker. Una película en la más entrañable tradición de la comedia social francesa. 

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