Concierto de Año Nuevo

 

El Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena es cada año parecido, pero siempre especial. En mi caso, esta vez, para empezar, porque tengo muy reciente el recuerdo de mi último viaje a la capital austriaca, que es en realidad una suerte de capital cultural europea, llena de historia y en la que la música es tan natural y está tan integrada en la vida de la gente como el aire que respiran. En la ciudad hay conciertos a diario en iglesias y teatros. En la televisión, haciendo zapping en el hotel en aquel viaje, encontré conciertos de música clásica en varias cadenas. Por la calle hay referencias constantes a los músicos y autores que vivieron en la ciudad.  Viena y música son sinónimos todos los días del año y, por supuesto, también el uno de enero. 


El Concierto de Año Nuevo de la orquesta filarmónica más famosa del mundo es un gran escaparate de Austria y su cultura. Son incontables las razones por las que cada año millones de personas en todo el mundo empezamos el año haciendo exactamente lo mismo a la vez, abrazando el mismo ritual musical a través de la televisión. Para empezar, por eso mismo, porque es de los pocos acontecimientos seguidos de forma multitudinaria a nivel internacional. Es una tradición hermosa esa de empezar un nuevo año con la armonía de valses, polcas y marchas. El concierto nos recuerda además que en este mundo gris de guerras, crispación y cosas feas, el ser humano sigue tenido una capacidad fascinante de crear belleza. 


El concierto es, además, una bella metáfora de la unidad, de lo que se consigue hacer cuando se trabaja en equipo. Es la muestra de personas apasionadas por hacer música juntas. Es también, claro, el asombro inevitable de ver cada año que obras creadas hace siglos sigue conmoviendo, alegrando e interpelando al público de hoy en día. Es la mejor tradición europea, una forma de recordar grandezas y creaciones  pasadas. Entre los muchos motivos por los que no encontramos mejor forma de empezar el año está la retransmisión televisiva de la televisión pública austriaca, siempre impecable. La participación del ballet nacional de Viena en algunas de las piezas, que me ilusiona especialmente porque la danza es uno de los más maravillosos descubrimientos culturales de mi vida. El documental del intermedio, la decoración con flores de los jardines de Viena, con sus formas caprichosas y su explosión de color. Los siempre atinados e irónicos comentarios de Martín Llade, perfecto un año más. En fin, ¿cómo no vamos a acudir fieles a la cita cada uno de enero? 


Entre los cambios de cada año está la selección del director del concierto, dado que desde hace mucho tiempo la Orquesta Filarmónica de Viena no cuenta con director estable. Repite este año Christian Thielemann, que debutó en un concierto de año nuevo en 2019, el último año antes de la pandemia, y que ha trabajado habitualmente con la Filarmónica desde entonces. Tiene algo de simbólico, pues, que sea precisamente quien dirigió el último concierto antes de la pandemia el que regrese a ponerse al frente de la Filarmónica vienesa ahora que se ha decretado el final de la pandemia de coronavirus a nivel mundial. Ha estado más expresivo y alegre de lo que le recordaba la última vez. Los expertos dirán seguro más y con más criterio sobre su labor en la dirección. 


El concierto empezó con la muy enérgica Marcha del archiduque Alberto, de  Karl Komzák, una de las pocas veces que el concierto no se abre con una composición de algún miembro de la familia Strauss. Le siguió la delicada Bombones vieneses, de Johann Strauss II, antes de la Figaro-Polka, del mismo compositor, que destaca por su maravilloso in creecendo, con los distintos instrumentos respondiéndose unos a otros. Antes del descanso sonaron el vals Para todo el mundo, de Josef Hellmesberger hijo, nombre más que adecuado para la universalidad de este concierto, y la polka rápida Sin frenos, de Eduard Strauss, creada para el baile de los ferroviarios en 1885. 


El documental del intermedio, tan idílico como de costumbre, estaba dedicado esta vez a la vida del compositor Anton Bruckner por el bicentenario de su nacimiento. la obertura a la opereta Waldmeister, de Johann Strauss II fue un buen comienzo de la segunda parte del concierto. El Vals de Ischl, de Johann Strauss II fue la primera de las dos piezas que estuvieron acompañadas por una actuación grabada del ballet estatal de Viena, siempre impresionante, en la que la emperatriz Sissi, protagonista de la historia, rememora una pasión libre de ataduras y compromisos formales. Tras la Polca Ruiseñor y la polka mazurca La alta primavera llegó la Nueva polka pizzicato, de Johann Strauss II, que el director dirigió sin batuta. Fue una pieza en la que el protagonismo total fue para los músicos de cuerda, tocando directamente con las manos, con pellizcos. Delicada, preciosa, la más modesta, quizá, pero también la más especial del concierto y la que más me gustó. Espléndida.


El concierto encaró ya lanzado su recta final con La Perla de Iberia, de Josef Hellmesberger hijo, y con el vals Ciudadanos vieneses, de Carl Michael Ziehrer, acompañado también por el ballet, en este caso, por más bailares, para ofrecer una coreografía grupal bella en preciosos escenarios, sobre todo, cuando transcurría en espacios abiertos en el exterior. La gran novedad del concierto de este año para celebrar su bicentenario fue la Cuadrilla de Anton Bruckner, un gozoso descubrimiento que dio paso a la trepidante ¡Me alegro, Nytaar!, de Hans Christian Lumbye, y al vals Delirios, de Josef Strauss, que supuso el final oficial del concierto. Quedaban, claro, las tres propinas, incluidas las impredecibles Danubio Azul y la Marcha Radetzky, que emocionan y cautivan por más veces que se escuchen, y que de alguna forma son la confirmación definitiva de que hemos estrenado un nuevo año.  


El concierto de año nuevo nos parece siempre igual, sí, pero cada año hay cambios. Hoy Le Monde publica una muy interesante información sobre un análisis del equipo de Chanda VanderHart, musicóloga de la Universidad de Viena, que gracias a dos programas informáticos ha comparado las diferencias en la interpretación de las principales piezas del concierto a lo largo de los años. En la investigación se demuestra cómo el estilo personal de cada director se nota en la forma en la que se interpreta cada tema, aunque no lo aprecie el oído humano, ni siquiera el más experto, y también cómo varias de las marchas han ido perdiendo su aire militar con el paso del tiempo.  Esto enlaza con un tema clásico cuando se habla de este concierto, que se retransmite por televisión desde 1958: su pasado ligado al nazismo. De los 13 músicos judíos que formaban parte de la orquesta en 1938, seis cascaron en el exilio y siete fueron asesinados. La Orquesta Filarmónica se ha ido alejando de ese pasado, por ejemplo, con gestos como interpretar una versión diferente de la Marcha Radetzky dados los vínculos con el nazismo de su autor. En todo caso, el arte, arte es, y está en otro plano distinto. 


Una de las asignaturas pendientes del concierto es que lo dirija al fin una mujer. No será en 2025, porque hoy se ha desvelado que Riccardo Muti volverá a ponerse al frente de la Filarmónica vienesa el próximo año por sexta vez en su carrera. Naturalmente, estaremos frente al televisor para disfrutarlo, para mantener las bellas tradiciones y para comenzar el año con la armonía de la música clásica, que tiempo habrá para que el 2024 nos traiga ruido en todos los sentidos. De momento, valses, polcas y otras piezas alegres, aunque sea por un ratito. Mañana, ya veremos. 

Comentarios