El final de "Succession"

 

En medio de la pandemia, disfruté mucho con las dos primeras temporadas de Succession, esa vuelta de tuerca al género de historias que vienen a decirnos que los ricos también lloran y en la que, cuanto más perversos sean los personajes, mejor lo pasa el espectador. Tenía pendientes las dos últimas, la tercera y la cuarta, que también me han gustado mucho. Nunca esa fácil ponerle el punto final a algo, sea lo que sea, así que debe de ser especialmente difícil darle un cierre a la altura de su calidad a una serie formidable, una de las mejores de los últimos tiempos. El creador y director de Succession, Jesse Armstrong, lo ha logrado con creces. Es uno de esos finales que creo que se recordarán con el paso del tiempo, un desenlace sorprendente y muy fiel al espíritu de la serie.

En la tercera y cuarta temporada de la serie el espectador encuentra lo que le cautivó en las dos primeras tandas de episodios: la mordacidad de los diálogos, el ritmo frenético, las alianzas inesperadas, los giros de guión, el retrato de la complejidad de las relaciones humanas, el patetismo  de algunos personajes y situaciones, la acidez, algún que otro chispazo de ternura, mucha, mucha, mucha mala leche...

La serie deja claro desde su propio título y desde el comienzo de la trama que el hilo conductor de la historia es quién sucederá a Logan Roy (Brian Cox), el patriarca de un imperio mediático muy influyente en Estados Unidos. Los candidatos son sus tres hijos: Kendal (Jeremy Strong), quien siempre ha estado ligado a la empresa, es más bien inestable emocionalmente y vive por y para el trabajo; Roman (Kieran Culkin), deslenguado, incorrecto, más bien perverso, que adora a su padre, y Siobhan (Sarah Snock), a la que le interesa más la política que el negocio familiar, pero que también termina entrando en la lucha por la sucesión y en la rueda de esa guerra de guerrillas en la que anda por ahí su marido Tom (Matthew Macfayden), el clásico pelota sin personalidad muy del gusto de los jefes que no quieren que nadie les cuestione. 

También pululan por ahí otros personajes como Connor (Alan Ruck), que es hijo de Logan pero que no cuenta para nada en la empresa y está a sus cosas y en su mundo, el primo Greg (Nicholas Braun), uno de los personajes más peculiares de la serie o el inversor Lukas Matsson (Alexander Skarshard), que es el dueño de una empresa tecnológica que quiere comprar la compañía de los Roy. La riqueza de los personajes secundarios, todo ese enramado de gente casi en su totalidad sin escrúpulos que sólo se preocupan por su propio interés, es uno de los puntos fuertes de la serie, apoyada en sus grandes diálogos y también en esa mezcla que no pierde en ningún momento de drama y comedia, de escenas de mucha seriedad y otras más bien patéticas. 

Hay muchos temas atractivos en la serie. Por ejemplo, la forma en la que dialoga con el presente en lo relativo al feminismo o el auge de los medios digitales y el declive de los medios tradicionales. Hay un momento en el que se dice del grupo de los Roy que es "un imperio en declive dentro de otro imperio en declive" (en alusión a Estados Unidos). Todo lo que tiene que ver con la comunicación, el poder de la información y la relación de la prensa con el poder vuelve a ser de lo mejor de la serie. “La justicia es la gente y la gente es la política. Y sé cómo manejar a la gente”, le escuchamos decir en un momento de la tercera temporada al patriarca. 

La política, que siempre había estado presente en Succession, tiene aún más peso en su tramo final, ya que se representan unas elecciones (brutal el capítulo de la noche electoral) en el que se enfrentan un candidato demócrata y otro que es una especie de trasunto de Trump, un radical descerebrado que apela a los instintos bajos de la gente. La reflexión que plantea la serie sobre la relación de los medios con esta clase de candidatos populistas y antipolíticos que crispan pero, ay, dan audiencia y pueden pagar favores, es de una gran lucidez y, tristemente, muy reconocible

Sin hacer spoiler, aunque a estas alturas es complicado que alguien haya podido esquivarlos, diré que le giro inesperado que da la serie en el tercer capítulo de la cuarta temporada es un riesgo del que en principio dudé mucho pero que creo que funciona narrativamente y tiene sentido. También me gusta que, aunque todos los personajes sean cínicos y miserables, todos ellos tienen también su corazoncito, no son arquetipos. Son malos, ambiciosos y perversos, sí, pero también quieren a sus hijos, se enamoran y tienen sentimientos. Y está bien que se refleje así. Por ejemplo, está muy bien contada la ambivalencia de la relación de los hermanos, troncal en el desenlace de la serie. “Te quiero mucho pero no puedo soportarte”, escuchamos en un momento de la serie. Y ahí está esa complejidad de las relaciones humanas que, en medio de diálogos sarcásticos y ácidos, asoma en el desenlace de Succession, un buen final para una serie excelente. 

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