Succession

 

Incluso en este 2020 pandémico, en el que pasamos más tiempo de ocio en casa buceando por los catálogos de las plataformas audiovisuales, es imposible estar día de la ingente cantidad de series que se estrenan a diario. Ocurre en otros campos culturales, desde luego. Cada año se editan muchos más libros de los que nadie puede leer y también se estrena (o se estrenaba antes de la pandemia) una multitud inabarcable de películas. Pero la fiebre por las series, no sé si es una burbuja o no, aunque tiene toda la pinta, alcanza niveles desmesurados. Porque, además, cada semana tenemos una serie del año, cada poco tiempo, una lista interminable de las series imprescindibles. Es imposible estar al día. Por eso, supongo, no había oído hablar de Succession hasta que arrasó en la última edición de los Emmy y se llevó cinco premios. Me animé a verla y puedo decir que, a veces, los premios sirve para algo, porque la serie me ha encantado. 

Puede que Succession, la serie de HBO creada por Jesse Armstrong, no aporte gran novedad al subgénero, muy nutrido ya, de historias sobre sagas familiares donde manda la ambición. Como en todas las series de este tipo, la familia es cuestión es rica, asquerosamente rica, y está mal, muy mal avenida. No hay recetas infalibles de éxito, pero si las hubiera, algunos de los ingredientes clave están en esta serie: la familia como potente núcleo donde se entremezclan rencillas, amores, cariños, manías, celos y división clara de roles entre todos sus componentes; el dinero; la ambición, que en este caso se articula a través de la lucha por convertirse en el sucesor del padre todopoderoso de la familia; la política; el periodismo y su rol en la sociedad... 

Lo dicho, lo tiene todo, pero hay que saber combinar bien esos ingredientes. Succession lo consigue, gracias a un elenco impecable, a un guión excelso, con grandes diálogos, y a una mirada incorrecta, provocadora y atrevida. Digamos que la serie no es para todos los públicos, no es una serie generalista familiar. Es más bien turbia, por momentos. Y es, entre otras cosas, enormemente divertida. Provoca esa clase de diversión algo perversa que aporta ver a un grupo de personas despellejándose entre sí, manipulando a unos y otros, dándose puñaladas en cada capítulo

Logan Roy, a quien interpreta un magnífico Brian Cox, es el magnate de un conglomerado de medios de comunicación y de entretenimiento, con cruceros y parques de atracciones. Es una empresa más bien conservadora, tirando a sensacionalista en sus medios, diríamos que más bien próximo a Trump. Sin mencionar expresamente la actualidad, lo cual de agradece, hay indudables reflexiones sobre la actualidad política en Estados Unidos y en el resto del mundo. La influencia de la televisión, sobre todo en ciertos grupos de la sociedad. La confluencia de intereses empresariales, políticos y económicos. El riesgo de que tanto poder se concentre en tan pocas manos. 

El patriarca de la familia, delicado de salud, no quiere ni oír hablar de la jubilación, pero su tiempo se acerca a su fin. Él es un hombre de la vieja escuela, lo cual da pie a interesantes debates sobre la irrupción de los medios digitales y la pérdida de peso de los medios tradicionales. A Logan Roy le tienen que imprimir en papel las noticias de los medios digitales y no comprende en cierta forma el mundo en el que vive. Tampoco entiende que de repente ciertos tics rancios y machistas sean criticados por la sociedad. En definitiva, él pertenece a un mundo que ya no existe. 

Al lado del gran magnate están sus hijos, a cual más excéntrico: Kendall (Jeremy Strong), que es el heredero natural del imperio, pero en quien su padre no termina de confiar, que arrastra una inseguridad notable y que tiene intermitentes problemas con las drogas; Roman (Kieran Culkin), que es un puro exceso, deslenguado, maleducado, fiestero, impulsivo, quien tiene aspiraciones a escalar en la empresa; Connor (Alan Ruck), que vive en una finca, alejada de la ciudad, gracias a los beneficios de la empresa familiar, claro, y Siobhan (Sarah Snook), que es posiblemente el personaje más redondo de la serie, el que da más juego, sobre todo en la segunda temporada. Ella es asesora política, su vida está fuera de la empresa familiar, pero sólo a medias. Inteligente y manipuladora, está prometida con Tom (Matthew Macfayden), que es más bien cortito, poco más que un pelele. 

Las rencillas dentro de la familia, las luchas con otras empresas, la influencia política de sus medios, operaciones corporativas no amistosas y toda clase de fiestas de personas adineradas que viven en su burbuja. Todo esto y más se encuentra en Succession, que no revoluciona nada, porque series de sagas familiares muy ricas y muy peleadas hay a patadas, pero que es muy disfrutable. La serie ha renovado por una tercera temporada. La esperaremos con atención entre tanta avalancha semanal de las series del año. 

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