Contaba John Banville en una reciente entrevista en El País que muchas veces le da igual quién es el asesino en sus nivelas negras y que cree que a la gente también. Me acordé de esta reflexión, que comparto plenamente, al ver la segunda temporada de Rapa, la serie de Jorge Coira y Fran Araujo, creadores de la soberbia Hierro. En una historia de investigación policial de crímenes, en efecto, se supone que lo más importante es descubrir quién es el asesino. Al espectador se le van soltando poco a poco pistas, algunas confusas, claro, se le presentan a los distintos personajes, potenciales sospechosos, y se le invita a entrar en el juego de intentar descubrir quién está detrás del suceso investigado. Es parte de la gracia, claro, pero muchas veces es más importante cómo se recrea el entorno, el retrato de los personajes, los diálogos o la construcción de la trama que el hecho en sí de quién es el asesino. Ocurre esto, desde luego, en la segunda temporada de Rapa, que mantiene la intriga hasta el final, pero en la que importa mucho más el proceso que el punto final del camino.
Uno de los grandes pilares de la serie es la relación tan madura, tan bien construida, tan extraordinariamente defendida con sus interpretaciones por Mónica López y Javier Cámara, de los dos protagonistas. Ella, inspectora de la Guardia Civil que investiga la desaparición de una militar del Arsenal de Ferrol, un espacio cerrado, perfecto para una historia así. Él, un profesor de Literatura y escritor de novelas negras jubilado por una enfermedad degenerativa que avanza en esta temporada y que sólo encuentra entretenimiento en la búsqueda de historias truculentas y crímenes sin resolver que puedan ser una historia para su nuevo libro.
De nuevo, al igual que en la primera temporada, la relación entre ambos es el gran puntal de la serie. Por sus interpretaciones, por esa relación que no encaja en ningún molde convencional, por las formas distintas de ambos de enfrentar la enfermedad de él y el destino que saben que tendrá, por cómo se entrelazan las investigaciones de los dos casos, en apariencia, sin conexión entre ellos, que ambos investigan. Gracias a la dupla protagonista y también a un guión que funciona como un reloj y a un entorno que ayuda a aportar más misterio a la trama, esta segunda tanda de episodios mantiene o incluso diría que supera el altísimo nivel de la primera temporada.
El punto antisocial del personaje de Javier Cámara, lo complejo de conciliar lavida personal y profesional de la inspectora interpretada por López, los dilemas sobre la venganza y los delitos del pasado, la presión social de entornos cerrados, las familias y sus problemas... Son cuestiones que aportan complejidad y valor a la trama, que se cuenta de nuevo en seis capítulos. Hay tres historias cruzadas que en un primer momento no tienen relación entre sí: la desaparición de la militar, de la que pronto se descubren secretos y una relación extramatrimonial con otra mujer; una investigación contra traficantes de droga, donde encontramos a uno de los nuevos personajes que más juego da, Tacho (Darío Loureiro); y el asesinato de un joven que está a punto de prescribir por el que su padre, consumido, clama venganza. Movistar ha confirmado ya que habrá tercera temporada de Rapa y que será ya la última. Ojalá mantenga el muy elevado listón de las dos anteriores.
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