Poquita fe

Y, de repente, la mejor serie que he visto este año. La más divertida, al menos. La más brillante e inteligente. La más disparatada y genial. Este 2023, el año en el que perdimos al gran Ibáñez, el mejor retratista de esta España nuestra, nos ha regalado Poquita fe, una serie de Pepón Montero y Juan Madiagán en Movistar que, como los tebeos de Ibáñez, es puro costumbrismo y que, paradójicamente, termina siendo universal. Es un preciso y fiel retrato de nuestro país, que sólo se puede abordar desde la hipérbole y lo estrambótico, pero es tan bueno que a su manera acaba siendo un retrato de la condición humana donde se impone lo ridículo y lo surrealista, porque eso somos en el fondo, porque no conviene tomarse a nada ni nadie demasiado en serio, y menos a nosotros mismos.

Al retratar a esos personajes grises atrapados en la rutina, la serie nos pone un espejo. Quién no se siente identificado con alguna de las escenas de esa vida monótona de sus protagonistas. La serie retrata la monotonía gris y, a la vez, acoge las locuras más geniales, desde una hilarante escena con un cuadro de Franco a otra en la que un hombre se pone perdido de salsa de su kebab al enterarse de la muerte de su padre, pasando por una trama en la que uno de los personajes enferma cada vez que su hija tiene una relación con una mujer, o una en la que una maldición para sentenciar a muerte a todas las personas que aparecen en una imagen de Google Street View o esa otra trama en la que una inocente despedida dándose dos besos en la mejilla termina convirtiéndose en una latosa obligación que ríete tú de los besamanos de las recepciones reales. 

La serie cuenta con doce capítulos (uno por cada mes del año) de apenas un cuarto de hora cada uno. Viñetas cortas, anécdotas, notas al pie. La pareja protagonista lleva una vida normal y corriente: ella (magnífica Esperanza Pedreño) es profesora en una guardería y siente (con razón) que sus padres no se la toman en serio y siempre tratan mejor a su hermana. Él (Raúl Cimas en un papel que le va como un guante y que defiende a la perfección) es guarda de seguridad en un edificio oficial y su plan ideal de fin de semana es encargar comida al chino y pasar el rato tumbado en el sofá. Veranean siempre, sin falta, en el mismo sitio y su vida social es entre escasa e inexistente. 

Además de las grandes interpretaciones de ambos, la serie se apoya en unos secundarios de mucho nivel que aportan varios de los mejores momentos de la historia, como los padres de ella (María Jesús Hoyos y Juan Lombardero), su hermana (Julia de Castro), un vecino que siempre anda por ahí (Chani Martín), el compañero de trabajo de él (Enrique Martínez) o, sobre todo, la alocada amiga de ella, Pilar (Pilar Gómez), que es quizá el personaje más divertido de la serie. 

Poquita fe es, ya digo, a la vez costumbrista y sobrenatural, con un aire muy de las películas de Cuerda, en las que lo más surrealista puede ocurrir sin que a nadie le sorprenda lo más mínimo. Muestra la vida corriente de gente sencilla en un barrio, con sus pequeñas miserias y sus pequeñas alegrías, con malentendidos y compromisos, con aventuras de andar por casa. La serie muestra un sinfín de ideas ingeniosas de una imaginación desbordante. Además, estás rodado en formato documental, con los personajes hablando a cámara a menudo, lo que resalta aún más ese tono costumbrista y disparatado de la serie, ya que, por supuesto, cuanto más absurda es la situación, más en serio hablan los protagonistas de ella. Poquita fe, en fin, no tiene desperdicio. Es una serie ingeniosa, chispeante y muy divertida. No me la perdería. 

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