Francisco Ibáñez


Lo más  bonito que puede decirse de alguien cuando muere es que hizo felices a otras personas. No digamos ya si además les hizo amar los libros, que es una de las puertas de entrada más directas y gratificantes hacia la felicidad, y si esas personas son muchas, muchísimas, y de muy distintas generaciones. Desde que ayer conocimos la muerte de Francisco Ibáñez, el padre de Mortadelo y Filemón y de tantos y tantos personajes inolvidables, lo que más hemos leído es lo muy felices que el dibujante español hizo a tantas personas. Me incluyo sin duda entre ellas. 


Debe de haber un lugar especial en el olimpo de los escritores para aquellos que con sus historias ingeniosas y su talento atrajeron hacia la lectura a miles y miles de niños. Muchos tenemos como primer recuerdo lector un tebeo de Ibáñez. No es de extrañar por eso que haya quien diga que con su muerte se muere su infancia. Creo que eso no es del todo verdad, porque precisamente gracias a los tebeos de Ibáñez su infancia seguirá siempre viva. Lo seguirá cuando sonría al mirar esas viñetas o cuando se las haga descubrir a sus hijos o sobrinos. Ibáñez nunca perdió del todo su mirada infantil, tierna incluso cuando era irónica. Sólo mueren los olvidados. 


En los cómics de Ibáñez hay un humor muy español pero a la vez en cierta forma muy universal. Era un humor a menudo pegado a la actualidad, pero también era atemporal a su manera. Un humor blanco para todos los públicos, pero con capas de lectura mucho más profundas. Él ideaba las historias y hacía los dibujos. Él era el genio total, el padre de sus criaturas, de esos personajes que siempre eran corrientes, gente normal. 


Iba para contable Ibáñez y trabajó de ello un tiempo. No sabemos si esa empresa perdió a un gran contable, todo puede ser, pero desde luego tenemos claro que todos ganamos a un inmenso dibujante. Él ha hecho mucho por crear nuevos lectores, sí, y también ha ayudado con su talento a eliminar prejuicios, esos que algunos tienen sobre el cómic y sobre el humor, porque Ibáñez demostró que el cómic no es menos literatura que la más sesuda novela y que no hay nada más serio e importante que el humor. Ha sido referente de muchos creadores, y no sólo en el cómic, también en el cine y la televisión, por ese costumbrismo con el que tan bien supo captar el hablar de la gente de la calle. 


Ha muerto Ibáñez sin recibir el premio Princesa de Asturias, a pesar de que desde hace años había una justa campaña para pedirlo. No se me ocurren muchas personas con más méritos que él para ese galardón, aunque él siempre dijo que el verdadero premio era recibir en las firmas el cariño de los lectores, sobre todo, de los más jóvenes. Y ese premio, del cariño de sus lectores de todas las edades, lo recibió en vida y se esta recordando después de su muerte. Gracias por todo, Ibáñez. 


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