Jóvenes héroes de la Unión Soviética

Cuando era niño, a Alex Halberstadt le obligaron leer en la escuela un libro  llamado Jóvenes héroes de la Unión Soviética, en el que se ensalzaban historias de niños y niñas mártires como una que denunció a su padre por cultivar tomates y que fue asesinado por ello. Décadas después, asentado en Nueva York, donde llegó con nueve años tras huir junto a su madre y sus abuelos de la URSS, el autor toma prestado el título de ese infame libro escolar para un fascinante ensayo editado en España por Impedimenta con traducción de Jon Bilbao. Es a la vez una autobiografía, un libro de memorias familiares, de historia y de viajes. Es una obra extraordinaria, de las mejores que le leído últimamente.

El libro empieza con un impactante prólogo. Habla el autor de un experimento en la Universidad de Emory, en Atlanta, en que insuflaron aire mezclado con un producto químico que olía a flor de cerezo en una jaula con crías de ratón, a los que inmediatamente después de liberar ese olor les administraban descargas eléctricas. Los ratones asociaron el olor a las descargas y por eso temblaban cada vez que lo olían. Lo impresionante fue que los hijos de esos roedores también se echaban a temblar al exponerse a ese olor. Se demostró poco después que hay marcadores fijados a ciertos genes que se ven influidos por el entorno. El trauma sufrido por una generación se traspasa fisiológicamente a los hijos y los nietos. Poco después, un estudio descubrió que los hijos de supervivientes del Holocausto mostraban cambios en los genes determinantes de la respuesta al estrés o que las mujeres embarazadas que estafan en las cercanías del World Trade Center el 11S dieron a los niños con alteraciones genéticas similares.

Halberstadt , nacido en la Unión Soviética,  emigró de niño de Rusia a Nueva York con su madre y sus abuelos maternos. Su padre se quedó en Moscú. Él intentó romper con su pasado. Dejó de hablar ruso, se empapó de la cultura estadounidense. Se centró en su nueva vida. Pero el pasado volvió. Empezó a hacerse preguntas, retomó ekl contacto con su padre, amante del cine clásico de Hollywood. Descubrió de adolescente que su abuelo paterno fue oficial de la KGB y guardaespaldas personal de Stalin. 

Quizá las mejores páginas del ensayo, y cuesta elegir porque el libro es extraordinario, sean aquellas en las que el autor habla de su huida de la Unión Soviética, de esos recuerdos infantiles. Impresiona cómo relata su primera visita a un supermercado en Viena, que fue primera escala tras salir de la Unión Soviética. El autor relata su itinerario como inmigrante, que le llevó después a Italia y más tarde a Nueva York, donde no faltaban niños que lo insultaban llamándole comunista. Habla de la adaptación al nuevo país y, de paso, el descubrimiento de su homosexualidad. Su madre decidió que no vivirían en una zona de la ciudad con mayoría de emigrantes rusos. "No hemos venido a Estados Unidos para hablar ruso”. El autor intentó distanciarse tanto de su pasado, de sus orígenes, que incluso le decía a todo el mundo que su padre estaba muerto, aunque soñaba con él y, cada vez que consultaba el reloj, le sumaba siete horas, la diferencia horaria con Moscú. 

El grueso del libro es la investigación que el autor hace de la historia de sus abuelos y de sus padres. “Comenzaba a comprender que mis cuatro abuelos habían vivido en un país y una época donde la barrera de protección entre historia y biografía se volvió casi imperceptible”, escribe en un momento de la obra. Esto permite conocer historias dramáticas como la matanza de judíos en Ucrania, donde entre 1935 y 1941 al menos 700.000 ciudadanos fueron asesinados por las purgas de la URSS. 

Su abuelo materno, científico, fue uno de los pocos supervivientes judíos del Holocausto. De él quienes lo conocían destacaban “su ausencia de maldad y de rencor, su infantil capacidad de disfrute y sorpresa, que conservó hasta el final de su vida”. No tuvo fácil mantener esa actitud, porque fue forzado a convertirse en soldado soviético cuando huía de una Lituania cercada por los nazis. De aquel tiempo su abuelo se quedó con un rechazo rotundo al pensamiento único. "Cuando veas una multitud correr en una dirección, tú corre en la contraria”, solía decir. 

En cinco meses, desde junio de 1941, más de 137.000 judíos fueron asesinados en Lituania, un país donde habían convivido con personas de otras religiones más de 600 años. La de Lituania fue, en efecto, una historia de tolerancia, desde que en el siglo XIV se aprobó una carta estatutaria que protegía a los judíos mientras en el resto de Europa se los perseguía y expulsaba. Vilna fue la ciudad judía más próspera de la diáspora y sus rastros arrasaron primero los nazis y luego los soviéticos. 

El libro es, además de muchas otras cosas valiosas, un recordatorio de que la historia no siempre avanza en una línea recta de progreso, sino que está llena de avances y retrocesos. Hoy en día el antisemitismo sigue demasiado vivo en Lituania. En 2009, uno de los mayores diarios del país publicó una viñetadiciendo que los judíos y los homosexuales dominaban el mundo. El país no persiguió a los colaboradores de los nazis, pero en 2007 sí persiguió penalmente a ancianos partisanos judíos que atacaron a los colaboradores de los nazis en los tiempos de la ocupación. La opinión pública los trató como delincuentes.

Es preciosa la historia de los padres del autor, que se conocieron cuando él le preguntó a ella si tenía copias ilegales de poemas de Joseph Brodsky, prohibidos en la URSS como tantos otros. Los mejores amigos de ella en la universidad eran extranjeros, aunque estaba mal visto. Además, en clase de literatura, contraviniendo la ley, leían a autores prohibidos por las autoridades. 

El autor consigue una combinación perfecta entre memorias personales, recuerdos familiares, historia del siglo XX, paseos sin rumbo por escenarios importantes para su familia en el pasado, viajes y reflexiones sobre el peso de la Historia con mayúsculas en las historias con minúsculas de los ciudadanos. Es un libro portentoso. Al leerlo, pensé en el poder enorme de los relatos y en lo lleno de verdad que está la obra, no porque cuente la vida del autor y sus antepasados, sino por cómo está contado. Es más, estoy convencido de que si mañana me dijeran que el libro entero es ficción, una novela, que nada de lo aquí contado le ocurrió de verdad al autor o a sus familiares, en realidad, me daría bastante igual porque el impacto que me ha provocado el libro no sería ni un ápice menor. Lo que sí está claro es que es esa honestidad y esa verdad que el autor le pone al libro, esa pasión especial que da el hecho de estar contando su propia vida y sus recuerdos familiares, su propia identidad, lo que hace de Jóvenes héroes de la Unión Soviética un libro soberbio de esos que dejan huella.

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