El mundo de ayer

 

Francia lleva décadas esquivando la amenaza de la extrema derecha. En 2002, la llegada a la segunda vuelta de Jean -Marie Le Pen provocó una auténtica conmoción. Entonces se quiso pensar que fue una situación excepcional que no volvería a ocurrir, pero lo cierto es que la extrema derecha, liderada ahora por Marine Le Pen, encadena ya dos elecciones presidenciales consecutivas (2017 y 2022) en las que entra en la segunda vuelta. La sensación de que esa amenaza es real, de que existe ciertamente el riesgo de que la extrema derecha entre en el Elíseo, no hace más que crecer, por más que el sistema de la segunda vuelta contribuya a conjurar la pesadilla. Es un tema sobre el que Francia lleva debatiendo más de dos décadas. ¿Cómo frenar el auge del extremismo? ¿Qué se puede hacer para defender los valores republicanos? ¿Qué acerca a semejante discurso a tantos millones de ciudadanos? La película El mundo de ayer, de Diastème, que puede verse en Filmin y se estrenó el año pasado en mitad de las elecciones presidenciales francesas, aborda esta cuestión con forma de trhiller. 


El hecho de que la película se estrenara en plena primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2022, en las que Le Pen quedó segunda ante Macron, provocó mucho debate en Francia. En el filme, la presidenta francesa (Léa Drucker) es informada de un escándalo que afecta a su sucesor a apenas tres días de la primera vuelta electoral. Es tan grave la información que sus colaboradores y ella misma dan por hecho que anulará por completo las opciones electorales de su sucesor, lo que significa que entregaría la victoria al candidato de la extrema derecha. Rápidamente se plantean qué pueden hacer para evitar semejante escenario, lo que da pie a una trama por momentos algo confusa, pero a la que sostienen unas grandes interpretaciones y las reflexiones y dilemas que plantea. No es una gran película, pero sí da que pensar. 

¿Qué puede hacer la democracia para defenderse de quienes utilizan el sistema sin creer en él? ¿Cómo se puede combatir a ideas destructivas que, precisamente, pueden ser defendidas gracias al sistema democrático que a su vez amenazan? La democracia debe proteger la defensa de ideas y postulados, incluso, los que la ponen en riesgo. ¿Cómo protegerse, entonces? Otra reflexión interesante que sugiere la película, ¿qué parte de responsabilidad tienen los gobernantes, digamos, tradicionales, de esta irrupción de líderes extremistas? ¿Cómo no son capaces de combatir el descontento social los partidos que no cuestionan los Derechos Humanos ni ponen en riesgo los derechos de inmigrantes, mujeres y personas LGTBI?

El problema de la película es que creo que no termina de explotar en ningún momento. Ya digo, tiene virtudes. La primera, quizá, simplemente el hecho de plantear una historia así. Su forma, casi teatral, construida sobre la base de los diálogos y las interpretaciones, es muy atractiva. Sin embargo, falla el equilibrio entre la trama política que plantea y la trama personal de la presidenta. No casan del todo bien. Hay situaciones algo forzadas, posiblemente otras más bien poco creíbles. 

La película toma su título del mejor libro de Stefan Zweig. Y Stefan Zweig es mucho Stefan Zweig. Entiendo cuál es el paralelismo que el filme intenta plantear entre la época del auge del nazismo y esta oleada de extrema derecha que invade Europa, pero lo veo algo forzado. La película no consigue estar a la altura de su punto de partida ni tampoco de la referencia a Zweig, que sirve como reclamo. Pese a todo, todo encuentro aspectos interesantes en esta película como las reflexiones sobre el legado de gobernantes que no son capaces de conectar con los votantes. El simple hecho de que el cine se atreva a dialogar con el presente y la muy potente trama que plantea valen la pena. El intento de retratar las interioridades de la política y, por supuesto, las soberbias interpretaciones. 

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