Competencia oficial

 

El ciudadano ilustre, de Gastón Duprat y Mariano Cohn, es una de mis películas preferidas de siempre. El filme, un prodigio, ironiza sobre la fama, el mundo literario y los premios desde la muy peculiar idiosincracia argentina pero a la vez con una lectura universal. Los directores de aquella extraordinaria película estrenaron en 2021 Competencia oficial, que no alcanza la excelencia de Ciudadano ilustre pero que sí comparte con ella planteamiento y no pocas de sus virtudes.

Si en El ciudadano ilustre era el mundo editorial el que estaba en centro de la diana, aunque los dardos llegaban a todos, público incluido, en Competencia oficial la sátira se centra en el cine y alcanza, naturalmente, también a los espectadores. Un empresario que acaba de cumplir los 80 y quiere dejar un buen legado a la sociedad decide financiar una película, que naturalmente tiene que ser una obra maestra. Para ello contrata a una excéntrica directora de culto, a la que da vida Penélope Cruz en un registro muy diferente al que nos tiene acostumbrados y diría que en uno de los mejores papeles que le he visto. Junto a ella, dos actores completamente dispares: uno veterano y muy prestigioso que desdeña los premios y recela de la industria de cine, al que da vida un descomunal Óscar Martínez, y otro actor con multitud de premios y muy querido por el público, auténtica estrella, al que interpreta Antonio Banderas. Que unos intérpretes de semejante nivel se presten a ese juego que ironiza sobre su propia profesión es digno de elogio y es uno de los puntales del filme. Los tres están estupendos y parece claro que debieron de pasarlo en grande rodando.

La película es muy aguda y ácida. Logra sacar partido a ese contraste entre las dos formas de afrontar su oficio de los dos actores. Aunque se muestran las inseguridades, manías y rarezas de los personajes, nunca se les llega a caricaturizar del todo. Sí, hay crítica y sátira, de ven sus miserias, pero también hay humanidad y verdad. Al fin y al cabo, pocas cosas hay más humanas que el ego.

El filme, que se centra en gran medida en los surrealistas ensayos de la película, plantea reflexiones sobre los premios, la fama, la pedantería, la creación artística, la fragilidad de los intérpretes o el canon. En medio del tono satírico, hay verdades e ideas muy poderosas, como lo que dice el personaje de la directora cuando se le cuestiona en una rueda de prensa por la intencionalidad política de su película. Dice que eso es irrelevante, que hay que dejar ya de hacer un cacheo ideológico a cada obra, que reducirlo a un posicionamiento político es perezoso intelectualmente y que una película no es una afirmación. El personaje de Martínez, el actor de método clásico, regala algunas de las escenas con opiniones más contundentes y redondas, como cuando afirma que la industria cinematográfica se dedica a embrutecer el gusto del gran público, ya de por sí ignorante, ofreciéndole un entretenimiento banal.

Una de esas reflexiones que regala la película versa sobre qué es y qué no es una buena película. ¿Podemos llegar a valorar como buena a una película que no nos guste? ¿No confundiremos acaso nuestros gustos con la calidad? ¿No terminaremos valorando como obras maestras a aquellas películas que reafirmen nuestros gustos encasillados? Es posible. En ese caso, no sé si Competencia oficial es o no una gran película, pero a mí me ha encantado.

Comentarios