Un lugar para Mungo

 

Un lugar para Mungo es de esa clase de libros que con gusto censurarían los retrógrados que van llegando a los gobiernos y dicen combatir la ideología woke y emprender una guerra cultural, es decir, que cuestionan los Derechos Humanos y están reñidos con el paso del tiempo. La novela de Douglas Stuart, cuya portada en la edición de Random House (dos jóvenes dándose un beso) ya espantará a más de uno, es un preciso y crudo retrato del daño que la grisura y cerrazón de la mentalidad retrógrada ha hecho y hace en la vida de la gente. Ellos que tanto hablan de ideología, de los malvados seres que defienden nada menos que la igualdad de todas las personas independientemente de su orientación y de su identidad sexual, habráse visto la desfachatez, desconocen que eso que ellos llaman perversa ideología es en realidad la defensa de los Derechos Humanos y que es su posición ante el mundo la que defiende una ideología tóxica y restrictiva.


La novela, ya digo, muy dura por momentos, es muy valiosa por la forma precisa en la que, a través de una historia de ficción, relata lo que es ser diferente y vivir rodeado de personas e instituciones que no lo conciben, que no dan la menor posibilidad a ser, vivir y sentir fuera de la norma. El libro está ambientado en Glasgow en los años 90, es decir, no hace tanto, no tan lejos. Mungo es un quinceañero que se sabe diferente y cuya familia intenta por todos los medios convertir en un hombre de verdad. Su madre, viuda desde que él era muy pequeño, es adicta al alcohol y se desentiende de sus hijos. Su hermano mayor, un matón que se dedica a las batallas campales, le arrastra a un mundo de violencia, el único que ha conocido. Y su hermana es por momentos su única aliada dentro de su familia. Mungo sólo encuentra consuelo en James, un amigo que sí lo entiende, con quien sí puede ser él mismo.

Uno de los grandes aciertos narrativos del libro es su estructura, ya que está contada en dos tiempos distintos que se van alternando a lo largo de la obra. En uno, vemos a Mungo partir de acampanada al monte con dos hombres más bien perturbadores que su madre conoce de sus reuniones de alcohólicos anónimos y a los que encomienda la misión de que hagan de su hijo un hombre. Sabemos que algo ocurrió antes y ese algo se va contando en el otro tiempo narrativo, en el que vemos cómo Mungo conoce a James y también intenta escabullirse de las exigencias de su hermano.

La presión de lo que se espera de un hombre, de lo que se supone que debe ser, está permanentemente presente en la vida de Mungo. Ya no es que la homosexualidad se perciba en su entorno como una aberración, que por supuesto que sí, sino que simplemente la menor reticencia a la violencia o ciertas aficiones consideradas femeninas se ve como algo sospechoso en un hombre. Todos los referentes gays que tiene Mungo es un vecino al que todos insultan y que vive solo, al que nadie habla más de lo debido por el qué dirán. Entre medias, además, el enfrentamiento fanático entre protestantes y católicos.

Mungo no puede ser él mismo. Oculta lo que siente, lo que es, lo que le atrae. No concibe una vida en Glasgow que no pase por el engaño, por aparentar lo que no es. Es precioso cómo se cuentan las conversaciones entre él y James, con quien también comparte la orfandad, ya que él perdió a su madre, y el miedo al rechazo porque saben lo que son y saben que eso resulta insoportable para mucha gente alrededor. Mientras, en la acampada, Mungo se enfrenta a esos desconocidos agresivos que le pondrán en una situación límite.

Esta gran novela es una historia de violencia, de esperanzas de vidas libres frente a la grisura y la opresión, de la posibilidad de escapar al ruido ambiente, a todos los obstáculos en contra de quien no cumple con la norma de lo que se espera de él. Es una historia sobre machismo y presunción de heterosexualidad, sobre los márgenes. Es una historia sobre el amor y la ternura en un mundo áspero y gris. También, por supuesto, sobre las desigualdades sociales, sobre la falta de oportunidades en un barrio obrero. Es una muy buena novela que se ambienta en el pasado, sí, pero que como todas las buenas novelas nos interpela y dialoga con el presente. Más de lo que nos gustaría, de hecho, porque el relato de historias así debería ser el recuerdo de lo que pasó y nunca más debería volver a ocurrir y no el recordatorio de lo que los retrocesos que pueden llegar y con los que algunos retrógrados sueñan.

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